Capítulo 37 (final)

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Como solía ocurrir la mayor parte de mi vida, el tiempo había pasado como un parpadeo, ¿cuándo las vacaciones se habían terminado? Necesitaba una explicación de esto, me negaba a creerlo. Desde que Miranda se fue, había estado ligeramente decaída. Lo sé, estaban ellos a mi lado, aunque no era lo mismo.

Ahora en las mañanas estaba aburrida, la muerte de Ian me hizo sentirme mal, ahora que sabiendo que esa fue la última vez que vi a mi hermana, sabiendo que mis amigos entraron a sus escuelas, enfocándose buenas horas en sus estudios. Me sentía horrible, no tenía mucho por lo cual estar respirando felizmente. Lo único que me era fiel, acompañándome todo el tiempo, era la cama, mi gorro y la bata abierta de la espalda. El doctor, como siempre, fue franco conmigo.

– Puedes que sufras de uno que otro ataque- cuando escuché sus palabras, alcé una ceja, incrédula, sin saber qué era lo que significaba.

– ¿A qué se refiere? - pregunté, con ojos inquietos.

– El tumor está tocando una parte de tu cerebro, el cual se encarga de los recuerdos- ladeé la cabeza, sin saber a dónde estaba tratando de llegar- puede que olvides algunas cosas o actúes impulsivamente con los que te rodean.

Traté de regular mi respiración, centrándome en esas últimas palabras.

¿Actuar impulsivamente, dice?

– No hay forma- él suspiraba, un tanto cansado de tener que explicarme a detalle.

– No depende de ti, depende del invasor en tu cabeza- señaló el gorro, el centro de él, queriendo referirse a lo que había debajo, mi cabeza calva, en donde estaba mi cerebro.

– ¿Qué pasa si poco a poco olvido todo? ¿Qué pasa si les digo algo fuera de lugar? ¿Ellos comprenderán que la que hablo no soy yo? - trataba de buscar ayuda tras esas preguntas, no quería ser esclava de esto, no poder controlarme.

Temblaba de miedo de tan sólo imaginarlo.

El doctor poso su mano en mi hombro, haciendo que mi mente quedará en blanco. Lo miré con los ojos temblorosos, tratando de ocultar mi inquietud.

– Ellos entenderán- susurró, dejándome tranquila ante mi preocupación.

Realmente, esperaba que lo entendieran. De igual manera, se vio obligado a responder a mi pregunta.

– Doctor, ¿cuánto tiempo queda? ¿Cuántos días tengo de vida?

Se mantuvo callado, reflexionando mis lágrimas que salían sin piedad.

– Ya te he dicho lo dudosos que son los tumores, pueden ser días, puede ser meses.

Suspiré.

Bien, ambos temíamos mirarnos a los ojos, temíamos que sintiéramos la mentira de uno y del otro. "No te queda mucho tiempo, Azul", tanto quería que dijera esas palabras, no es que me quisiera morir, aunque... estaría más tranquila sabiendo las oportunidades que tengo para sonreírle a un nuevo amanecer.

Detrás de la enfermedadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora