Capítulo 13

1.1K 60 7
                                    

Para el entierro me puse un simple vestido negro con unos zapatos de piso del mismo color, salí de mi cuarto con los ojos rojos, me lavé la cara para al menos limpiar las marcas de lágrimas y bajé las escaleras.

Miranda condujo hasta el panteón donde iba a hacer el entierro.

Al llegar estaban unas pocas personas que invito Miranda, eran familia que yo no conocía, sin embargo ella se encargó de presentarme a cada uno.

En si, la ceremonia duro muy poco. Ella no quería extender nada.

Sin duda la más afectada fue mi hermana.

Al término, pase donde se encontraban las cajas con cenizas, tuvieron que quemar sus restos, pues estaban destrozados por el accidente.

Ahí había dos fotos de ellos, finalmente veía como eran físicamente.

Mi madre tenía la misma mirada de Miranda e igual que la misma sonrisa. Su cabello era rizado, bastante largo, color castaño. Sus ojos eran un color miel. Era una mujer hermosa.

Mi padre tenía su cabello negro, lacio. Su sonrisa era idéntica a la mía. Tenía ojos cafés con un brillo particular. Se le marcaban hoyuelos en las mejillas.

Sentía mucha rabia, ¿Por qué hacerle eso a dos personas que se venían tan buenas personas? ¿Por qué provocarle un dolor tan grande a su hija? Miranda estaba sin duda destrozada, en todos los sentidos.   

– Mamá, Papá, soy yo, Azul- susurré apretando el puño, intentando tragarme las lágrimas- al fin los conozco. Al fin después de unos largos 15 años.

Regresamos a casa un rato más tarde,

No teníamos ganas de decirnos nada. Tanto ella como yo, nos encerramos en nuestra habitación al llegar.

Seguía sin poder ver a Miranda a los ojos, una parte de mi, sentía que fue mi culpa que todo ocurriera. Ellos venían para acá, sólo para conocerme, si no hubieran salido, nada de esto hubiera ocurrido, ellos seguirían vivo, Miranda no estaría tan rota como lo está.

Me tiré en la cama, queriendo pensar en todo y al mismo tiempo en nada.

Estaba harta de llorar, estaba harta de todo.

Oscureció tiempo más tarde. Escuchaba a mi estómago rugir, tenía hambre, sin en cambio no tenía fuerza para poder ponerme en pie. Como pude, lo hice.

Bajé escalón por escalón, con completo cuidado. Llegué a la cocina, tomé un batido de fresa que había en el refrigerador, no había otro sabor. Con eso me conformaba.

Volví a la mi habitación, comenzando a sentir el mareó, entrecerré los ojos, intentando soportarlo. Mis piernas temblaban, me agarraba con fuerza del barandal. Más tarde no pude con el control de mis piernas, cayendo por las escaleras. 

Sentí como mi cuerpo caía sobre mi brazo. Intenté sentarme con ayuda del otro brazo. Al lograrlo, comencé a sentir las punzadas debido al golpe. No lo quería mover, dolía bastante.

Traté de ahogar el dolor que sentía para lograr llegar a mi habitación. Así no podría hacer nada.

Justo en eso, escuché la puerta del cuarto de mi hermana abrirse. Entrecerré los ojos, ¿por qué? No quería que se preocupará, yo estaría bien sola, no debía cargar con más cosas. 

– ¡Azul!- gritó echándose al suelo junto a mi, preocupada- ¿Estás bien? ¿Te duele algo?

Negué con la cabeza, quería volver a llorar, exacto no bastó con el las lágrimas que ya había derramado. Sólo que está vez, se trataba de dolor, dolor físico.   

Detrás de la enfermedadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora