CAPITULO 33

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Llegaron las Navidades. Ana estaba nerviosa. Iba a presentar a Christian a su familia y eso era algo que nunca había hecho. Ningún chico le había importado tanto como para dar ese paso, pero Christian era distinto. Lo amaba y él a ella.

Así que cuando llegaron Savannah lugar donde residían los padres de Ana, con su abuelo y su hermano mayor, sintió pánico. ¿Qué pensaría Christian de su familia? ¿Y ellos de él? ¿Se comportarían con naturalidad cuando supieran quién era él en realidad y del mundo que procedía? Rezó para que todo fuese bien y pasaran unos días agradables y, sobre todo, tranquilos.

Sus padres estaban en la puerta de la casa de madera y piedra, típica de la zona, esperándolos cuando llegaron con el Mercedes. Nada más bajarse del coche, Ana corrió hacia ellos para abrazarlos.

No los veía desde las vacaciones de verano y les había echado muchísimo de menos.

Christian caminó detrás de ella y comprobó el gran parecido de Ana y su madre. También era castaña como ella, con el pelo rizado. Los mismos ojos azules chispeantes. De constitución delgada, como Ana. Su padre, sin embargo, era un hombre alto y fuerte. Cabello castaño y ojos marrones.

La madre se puso de puntillas para darle dos besos, pero aún así no llegaba, por lo que Christian tuvo que agacharse un poco para que pudiese conseguirlo y vio cómo Carla se sonrojaba.

Ray, el padre, le apretó la mano con fuerza y le dio un suave golpe en el hombro, junto con una sonrisa de bienvenida.

Cogieron las maletas y entraron en la casa. Era una vivienda sencilla. Tenía tres alturas. En la parte baja estaba el bar que regentaban Ray y Carla, junto con el hermano mayor de Ana, Patric, y su mujer, Andrea. En el primer piso, tenían la cocina, el salón, un baño, el dormitorio de los padres de Ana y el de su abuelo, y en la segunda planta, que únicamente usaban cuando Kate, Ana y la otra hermana, Raquel, la madre de la pequeña Mia, y su marido, Brady, iban de vacaciones, había cuatro habitaciones y otro baño. La casa le resultó a Christian muy acogedora. Una vez instalados en su propia habitación, bajaron al bar para saludar a Patric y Andrea. Hechas las presentaciones, decidieron salir a dar un paseo y buscar a Martín y Kate, que habían llegado el día anterior.

Las callejuelas empedradas y la arquitectura típica del lugar cautivaron a Christian. La gran plaza, con los soportales llenos de tabernas y la enorme cruz sobre la fuente, le maravillaron.

-Tu ciudad es preciosa. Me encanta, de verdad. Es todo tan auténtico.

-Me alegro de que te guste. La verdad es que aunque yo nací en londres, me siento más de aquí que de la capital. Es mi refugio. Aquí siempre me olvido de todos mis males. -le contestó Ana con orgullo.

A través de la ventana de uno de los bares, Ana vio a su abuelo y, tirando de la mano de Christian, entró corriendo para saludarle.

-¡Abuelo! -dijo feliz dándole un beso en la mejilla.

-¡Mi niña! ¿Pero cuándo has venido?-le contestó sonriente el anciano.

Christian contempló las muestras de cariño de ella con su abuelo. Tenía noventa y cuatro años, según le había contado Ana en el viaje, y su cara estaba surcada por innumerables arrugas, símbolo del paso del tiempo. Su gran calva la cubría con una especie de boina negra de paño. Llevaba unos pantalones de pana marrones y una camisa de cuadros verde y blanca, con una chaqueta de punto verde. Cuando se levantó de la silla para besar a su nieta, Christian comprobó que no debía medir más de metro sesenta .

-Hemos llegado hace una hora, abuelo.-le contaba Ana.

-¿Y quién es este muchacho que te acompaña, mi niña? -preguntó el abuelo con su cascada voz.

Entre Mis Brazos ( Christian - Ana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora