CAPÍTULO 36

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Una vez en el aeropuerto, Ana supo hacia donde se dirigían. Río de Janeiro. La Ciudad Maravillosa, como también era conocida. Estaba muy ilusionada porque siempre había querido conocer Brasil y en especial esa ciudad. Aunque le daba pena pensar que únicamente estarían tres días y no podría ver todo lo que la metrópolis tenía que ofrecer al turista. Cuando llegaron al aeropuerto de Río y salieron al exterior en busca de un taxi que los llevase al hotel, Ana sintió la tremenda humedad del ambiente y el calor bochornoso de la ciudad. Allí comenzaba el verano, si se podía decir eso, ya que el clima era muy agradable en cualquier época del año.

Mientras iban en el taxi en dirección al Copacabana Palace, el hotel de lujo donde se iban a hospedar en la playa del mismo nombre, Ana comprobó que Río era una ciudad alegre y divertida, con todo el encanto del pueblo bronceado por el sol durante todos los días del año.

Tras registrarse en la recepción del Hotel, subieron a la habitación para darse una ducha y deshacer el poco equipaje que llevaban. Christian le había dicho que únicamente metiese en la maleta algunos bikinis, vestidos ligeros y la ropa interior, aunque dijo con una sonrisa pícara, que ésta última quizá no la necesitase. El resto de cosas las podían comprar en Río.

—Hablas muy bien el portugués. ¿Dónde lo aprendiste?

Le preguntó Ana a Christian mientras tomaban algo en la pastelería más famosa de la ciudad, la Pastelería Colombo, con sus muebles antiguos, sus espejos de cristal de Antuérpia y los marcos con frisos tallados en madera de jacarandá, lo que hacía del lugar una verdadera exposición de Art Nouveau.

—Durante los cinco años que estuve en Nueva York —comenzó a contarle Christian— hice varias amistades, entre ellas Joao y Caetano, a quienes conocerás más tarde. Ellos son cariocas y me invitaron a pasar algunos veranos aquí y también un par de navidades. Poco a poco fui aprendiendo el idioma. No es difícil.

—Eres una caja de sorpresas...—dijo Ana acercándose a él por encima de la mesa para darle un beso en los labios.

—Você é muito bom. —le contestó Christian ronroneando.

—No sé qué has dicho, pero espero por tu bien, que sea algo bueno. —dijo Ana riéndose.

—Eres preciosa, a minina mais linda, la chica más guapa, eu estou apaixonado por você, y estoy enamorado de ti.

Christian  le dijo todo esto mirándola a sus ojos color azul, mientras le acariciaba la mejilla con los nudillos de la mano. Ana se levantó de su asiento y se sentó en el regazo de él, rodeándole los hombros con los brazos. Enterró la cara en su cuello y susurró contra la piel de Christian:

—Me encanta que me digas esas cosas y sobre todo en este idioma tan sensual y dulce.

Se besaron hasta que el móvil de Christian comenzó a sonar. Miró la pantalla y contestó. Ana le oyó hablar en portugués unos minutos. Debía de ser alguno de sus amigos brasileños. Cuando terminó la llamada, Christian le informó:

—Era Joao. Hemos quedado a cenar con él y con Caetano esta noche. Tengo muchas ganas de que los conozcas. Son unos típos estupendos. Te van a encantar.

La besó de nuevo y dándole una palmadita en el trasero para que se levante de su regazo, continuó diciéndole:

—Vamos, hay mucho que ver en La Ciudad Maravillosa.

Se dirigieron al Lago de Rodrigo Freitas, rodeado por los barrios de Ipanema, Leblon y el Jardín Botánico. A Ana le sorprendió la enorme extensión de la laguna y las innumerables actividades deportivas que tenían lugar allí. Muchos cariocas se divertían en esos momentos haciendo jogging o montando en bicicleta, pero lo que más llamó la atención de Ana fue el monumental Árbol de Navidad y quedó maravillada al verlo todo iluminado. Comenzaba a anochecer, cosa que extrañó a Ana, pues sólo eran las cinco de la tarde.

Entre Mis Brazos ( Christian - Ana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora