Capítulo 44

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Alain me acompaña hasta casa de mi abuela.
-Gracias.
-De nada- responde, dándome un suave beso en la mejilla y alejándose de mí sin mirar atrás.

La casa de tejas verdes frente a mí me sigue poniendo nerviosa cada vez que estoy delante de ella. En ella hay miles de recuerdos bonitos en los que me puedo desahogar durante horas, recordando y dejando que la nostalgia me pierda. Pero aún así, a lo que más me recuerda esta casa es a mi abuela. Era para mí como una madre que siempre me sacaba sonrisas y recuerdo todas las veces en las que me llamaba por teléfono anunciandome que vendría a casa con mi comida favorita que había preparado exclusivamente para mí. Esos detalles son los que hacen que la eche tanto de menos. Su olor a romero y sus abrazos que eran capaces de derribar a cualquiera.

Entro por la puerta y comienzo a caminar sin saber del todo a dónde me dirigen mis pies. Recorro pasillos llenos de fotos enmarcadas y colgadas en las paredes que no me dejan saber de que color son las paredes. Cuanto más cerca estas de la puerta de entrada, más cerca estas de la infancia. Y así me pierdo, entre todas las imágenes que voy tocando a medida que paso. La historia de mi vida reflejada en simples papeles que con el tiempo dejaran de existir. Ver tu vida desde fuera y poder saber cómo ha sido y si ha valido la pena. Ver como madurabas poco a poco, creciendote a ti misma.

El comedor principal de la casa es la sala más grande, así que es donde hay más fotografías. Y pensar que papá estuvo a punto de tirarlas todas y vender la casa...

Fotografías de mi infancia y mis recuerdos. Cierro los ojos y sonrió al recordar cada momento que me ha hecho ser quien soy, porque según tu historia, serás de una forma u otra. Me siento en el frío suelo de piedra y espero a que venga. Ella siempre viene cuando entro a la casa.

Cierro los ojos cuando una corriente de aire hace que mi pelo vuele hacia atrás, y cuando vuelvo a abrir los ojos, ya la tengo delante. Mi abuela, o más bien su fantasma, con su larga melena blanca y sus pequeñas y arrugadas manos está a mi lado, sentada. Su camisón blanco vuela a causa de la corriente de viene que viene de la puerta de la entrada que no he cerrado.

-¿A qué has venido hoy mi pequeña?

Dice envolviendome con sus delgados brazos, esos que hacen que el mundo no parezca tan horrible.

Mi abuela murió y a toda la familia le dejó un gran vacío. Siempre venia a casa a comer, como mínimo 4 días a la semana, y cuando se fue, ya nada era igual. Con ella, algo dentro se mi desapareció. Cuando me enteré de que papá quería vender la casa me acerqué a ella a verla por última vez, pero en mi primera visita, al ver las fotos, me negué a dejar que el recuerdo de la abuela se fuera, así que convencí a papá de no venderla. Entonces era nuestra y no estaba en venta así que pasaba por ella siempre que podía. Un día, en una de mis visitas, me la encontré. Pensé al principio que no era nada más que mi imaginación, pero cuando vi que de verdad era ella, algo en mí volvió a la vida. Siempre que puedo desde entonces, vengo a su casa a poder estar con el fantasma de mi abuela que deambula por los pasillos, igual de tierna y dulce que cuando estaba viva. ¿Miedo? Al principio le tenía miedo, pero al ver que era la única persona en el mundo que no me iba a dejar nunca, dejé el miedo atrás.

Le explico a mi abuela todo lo ocurrido y, como siempre, con su blanca sonrisa y sus pequeños ojos, consigue hacerme sentir mejor con las palabras exactas que necesito oír. Sólo estoy en la casa unas pocas horas. Luego, vuelvo a casa y me dispongo a prepararme para la fiesta. La abuela me ha hecho sonreír y, aún más importante, hacer que deje de estar triste.
Cojo el vestido verde de la fiesta del otro día, pero al recordar que James lo rompió lo dejo tirado en la cama. ¿Qué me puedo poner? Desde luego, yo no tengo nada. Mamá seguro que sí.

Como sepa que estoy quitandole uno de sus carisimos vestidos me mata y luego me corta en pedacitos. Entro en su armario que debe ser como mi media habitacion, y lo abro de par en par para poder escoger una de las miles de prendas de ropa que cuelgan de las perchas. Al final me decido por un vestido amarillo y discreto con poco escote y sin mangas que tiene cortes en la cintura para que de más sensación de curvas. Me encanta.

Llevo puesto el vestido y los altos zapatos de tacón que también he tomado prestados a mamá. Espero que no se de cuenta. Llevo poco maquillaje: sombra de ojos a juego con el vestido amarillo canario y máscara de pestañas, junto con eye liner y un toque rosa de pintalabios. Me siento atractiva a pesar de sentirme continuamente como una bola de sebo. Uno de mis mayores miedos es quedarme sola en la vida, no gustar. Si no me gusto a mí misma, ¿Cómo quiero pretender gustarles a otros?

Ya en la fiesta a la que llego sola y a pie, haciéndome polvo los talones, me pongo a buscar a Alain. Se supone que es mi pareja. La multitud debe ser mayor que yo, un par de años, de 19 como mucho. Bailan, la mayoría borrachos del todo. Todos cogen sus vasos rojos de una gran fuente de alchol que hay en el centro de una mesa de mantel rojo con vasos azules al rededor. No me puedo resistir a acercarme y llenar uno hasta los topes. Necesito perderme en este mundo, y lo único que lo puede conseguir es: 1) Cameron 2)el alchol. La primera opción es imposible, así que me decanto por la bebida. Bebo tres vasos más, y comienzo a verlo todo más borroso, demasiado. Me tomo mi tiempo para recordar a quién tenía que buscar: Alain.

Consigo apartarme de la bebida con mucho esfuerzo y me pongo a buscar a mi acompañante, alto y apuesto, apoyado en la pared con el ceño fruncido y su pelo castaño ondulado cayendo con ondas sobre sus preciosos ojos azul esmeralda. Será muy guapo, pero el alchol en mi sangre hace que a la única persona que vea apoyada en una pared sea MI Cameron.

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