Capítulo 7

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Cuando llegamos a casa, después de un incómodo y largo viaje, mi padre me obligó a poner hielo en mi rostro. No quería que llegara al internado dando una mala imagen. Cosa ya imposible. Posteriormente subí a tratar de dormir; entré a mi cuarto y me acosté en la cama después de desvestirme. La ropa solo me causaría más dolor al rozar mi piel.

Miré el techo color lila de mi cuarto y suspiré. La pintura ya se caía y sin embargo no quería pintarla, la última vez que lo había hecho había sido con mamá. Me volteé y me topé con las paredes moradas en la mismas condiciones. También vi el vacío que había dejado la repisa llena de juguetes que mi padre había regalado, junto con la mayoría de mi ropa, y un par de cojines que hacían juego con el decorado de la habitación y que mi madre había hecho especialmente para mí. Volví a voltearme soportando el dolor y no vi nada, solo una ventana.

Por primera vez reparaba en lo sencilla y descuidada que estaba mi habitación. No había lujos, juguetes, recuerdos o decoraciones... nada. Solo una cama, el closet, un escritorio, una silla y cientos de responsabilidades, recuerdos y dolor... y no solo corporales. Ni siquiera tenía una televisión.

Preferí mirar el techo y suspiré. A lo lejos escuchaba las risas y gritos de mi padre y hermano. Cerré los ojos y pensé; me iba y nadie lo notaria, no tenía de quién despedirme o algo importante que llevar. Ya no me quedaba nada que me recordara mi "feliz" hogar... o bueno, tal vez sí, pero estaban, literalmente, en mi cuerpo.

Abrí los ojos, miré por la ventana ladeando solo mi cabeza y llevé mis manos a mis ojos apretándolos con fuerza, por algún motivo extraño me ardían.

No quería estar ahí. Quería, necesitaba, irme. No dejaba de pensar que el internado era lo mejor que me podía pasar. Todo se había caído. Cada día era peor y temía no poder soportar.

°°°


Me levantaron más temprano de lo normal para dejar el desayuno listo; ninguna de las bestias con las que vivía dijo nada sobre lo sucedido y lo agradecí. No quería hablar del tema, o de Dylan. Quería olvidarlo.

A las cinco treinta ya estaba en el aeropuerto con una sola maleta y una mochila personal que, sorprendentemente, incluía una de las mejores laptops del mercado, un teléfono celular y una cantidad considerable de dinero que tenía que durarme tres meses y era solo para emergencia.

Tenía la cara un poco inflamada y el labio partido. Mis brazos lucían cardenales y mi ego y autoestima iban fragmentados; sin embargo me sentí mejor al saber que iría yo sola. Mi padre no quería perder tiempo viajando por algo tan insignificante, ya se había encargado de que militares me esperaran y llevaran al internado a mi llegada a Massachusetts.

Entré sola al área de abordaje y poco después subí al avión que, pensé, me daría la libertad emocional y física que tanto necesitaba. Por unos meses no estaría con mi padre y hermano, con las personas que debían de protegerme pero hacían todo lo contrario. Con un par de bestias que se hacían llamar humanos, militares, héroes.

Más de seis horas de viaje me ayudaron a tranquilizarme. No podía llegar al internado Achievers nerviosa o preocupada. No podía verme o sentirme débil. No sabía qué tipo de personas me recibirían o el tipo de dicho recibimiento en el internado pero estaba consciente de que tendría que lidiar con gente nueva, profesores nuevos e incluso un lugar nuevo donde vivir. Porque eso sería el internado Achievers; un hogar. Ahí dormiría, comería, estudiaría y aunque no lo sabía en ese momento, sentiría.

No sabía qué me esperaba pero aceptaba que tenía que soportar todo lo que viniera, porque por el nombre del internado, más el hecho de que cada alumno fuera importante, me hacía pensar que los alumnos serían demasiado... especiales.

Al Límite [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora