Capítulo 40

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A pesar de saber que era un jodido caso perdido di lo mejor de mí rindiendo cada examen que se nos presentó la siguiente semana. Fueron tres por día y cuando me dieron una carpeta en la clase de atletismo gemí. ¿No se suponía que ahí las pruebas deberían de ser físicas? Por primera vez en mi vida creí que reprobaría deportes. Estaba muerta.

Mientras trataba de contestar las estúpidas de preguntas que más bien parecían de matemática “si corres a 100m/hora ¿en qué tiempo llegarías a la meta si está a 3km de ti?” vi de reojo a Christopher (ya que él también me miraba cada tanto) que parecía contestar todo con fluidez. Y no solo él, la mayoría lo hacía; sin embargo, él mostraba una actitud divertida ¿se estaba burlando de mí?

Lo confirmé cuando nuestras miradas se cruzaron y sonrió abiertamente. Todos estábamos sentado en el piso del gimnasio, formando un círculo en medio de este. Nuestras posición era de piernas cruzadas, carpeta en los muslos y mirada en el examen, o por lo menos eso había pedido el profesor.

¿Con que puto derecho se reía abiertamente de mí? No habíamos cruzado palabra desde que desperté tras mi patético intento de huida y él estuvo ahí, cuidándome solo para desvelar el gran secreto de mi origen, ya casi un mes atrás, ¿se habría desilusionado al saber a qué se dedicaba mi padre? Tenía esa duda pero no era tan curiosa o estúpida para intentar saber.

No habíamos cruzado palabras o miradas, es más, confieso que lo evitaba, estaba perfectamente siendo ignorada por todos; más por él y su sequito. ¿Era tan iluso querer que siguiera siendo así? Tenía que aprovechar la paz momentánea que había conseguido, porque no sabía cuánto duraría.

Por lo menos le daría crédito por cumplir con su palabra de protección; ya que, después de recrear nuestra charla de ese día muchas veces en mi cabeza durante algunos días me di cuenta que ahí estaba la clave de que los abusos hubieran parado. Era por él. A pesar de todo y aunque sonora increíble, Cristopher Moore tenían palabra y había cumplido su promesa.

Me obligué a apartar la vista y concentrarme en el puto examen. Después de unos minutos, cuando ya solo quedábamos cinco personas en el círculo ya que, una vez terminado el examen lo entregabas y te ibas para poder estudiar para la siguiente materia, me di por vencida; me levanté y entregué las hojas al profesor, después me fui sintiéndome impotente. A penas había contestado unas treinta preguntas de cincuenta, y estaba segura, la mayoría no eran correctas.

En lugar de estudiar me senté en un tramo de escaleras bastante solitario y comencé a mentalizarme para la reprimenda de papá. ¿Me castigaría o golpearía? Seguramente ambas.

— ¡Déjame en paz! —gritó de pronto una voz que reconocí al instante. Eva. No la veía pero sabía que estaba cerca; tal vez se acercaba por la parte baja o alta del tramo de escalera que ocupaba.

— ¿Quieres tranquilizarte? Maldita sea —espetó otra persona con voz agria, llena de amenaza—. Me estas llevando al límite, ¡me estas hartando!

— ¡Pues qué bien! Es lo que quiero —dijo Eva con altanería—. Déjame vivir la vida como yo quiera y apártate,

— ¿Vivir? —dijo la otra voz de forma irónica. Cristopher — ¿O morir? No me apartaré para ver como… —la frase murió cuando levantó la vista y me miró. Ellos venían de la parte de abajo.

Eva siguió la mirada de Cristopher y me penetró con la suya; parecía más pálida de lo normal, si es que era posible, y sus ojos estaban vidriosos.

¿Cristopher la estaba amenazando con su vida? No comprendía muy bien sus palabras, o más bien, no lograba darles sentido.

—Hablamos después —espetó este dirigiendo una mirada iracunda a Eva y se fue, no sin antes agregar—: cuidado con lo que haces; te estaré vigilando.

Al Límite [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora