Capítulo 10

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Decidí usar agua fría para mi causa. Al contrario de lo que la mayoría de las personas pensara, está me resultaba muy relajante y personalmente me tranquilizaba. Tal vez usarla fue un método de protección para que cuando el teniente decidiera castigarme con ella no me afectara tanto. O tal vez fue costumbre.

Lavé mi cabello corto cinco veces y aún así el olor a mierda persistía. Era más que simple orina y no quería saber que otras sustancias habían sido arrojadas en mi persona sin motivo aparente o válido.

Cuando Sarah me pidió paciencia y advirtió, creí que exageraba, que el alumnado no sería capaz de nada o no me darían tal importancia, pero me equivoqué. Yo estaba acostumbrada a ser ignorada en mi anterior escuela o ser blanco de burlas de vez en cuando pero tenía el presentimiento de que ahí no sería igual. Había visto odio y desconcierto en la mayoría de los alumnos y esa combinación era mala para mí. Ellos eran niños mimados, adolescentes que no sabían nada de la vida y responsabilidades; personas caprichosas que estaban acostumbrados a tener todo sin dar nada o recibir consecuencias. Yo era para ellos un enigma (aún no estaba segura porqué) y no me dejarían en paz hasta que... lograran un objetivo que para ellos era claro y fundamental.

No entendía su comportamiento pero no faltaba mucho para hacerlo.

Satisfecha casi media hora después salí y hasta que apagué la ducha me di cuenta de dos cosas; primero, no había cogido ropa limpia y ni de broma me volvía a poner la anterior infestada de quién sabe qué. Segundo, se escuchaba mucho alboroto desde la habitación. Eso no era bueno.

Dudé solo un par de segundos; la habitación la compartíamos tres chicas, así que tal vez la tercera (que yo no conocía), ya había llegado y quizá estuviera con un par de amigas (nada ilógico dado el caso de que se había prohibido el tiempo de convivencia). Así que sequé mi cabello y lo alboroté con la toalla para que mis rizos adquirieran volumen. Ajusté una toalla a mi cuerpo y abrí la puerta.

No había exactamente «un par de amigas» en la habitación, o centro de reunión, como lo parecía en ese preciso momento. Había, por lo menos, treinta alumnos dentro de lo que ahora me parecía una muy pequeña habitación. Música sorprendente suave se escuchaba en todo el lugar creando un ambiente etéreo. Y los alumnos (incluyendo hombres) no creaban desorden, no gritaban ni mucho menos. Algunos estaban sentados o acostado en el piso viendo... el techo, hablando en voz baja, susurrando, riendo suavemente. Otros estaban en parejas acostados en las camas, abrazados, besándose... tocándose.

Una sensación incómoda y erizante recorrió mi piel aún húmeda. No tenía ningún problema con el tema del sexo ni que los demás lo practicaran pero había un pequeño inconveniente de que lo hicieran frente a mí y en multitud.

Khris apareció frente a mí con una gran sonrisa.

— ¡Por fin! Creí que te quedarías ahí por siempre —exclamó demasiado alto rompiendo el ambiente relajante y pacífico y atrayendo la atención de la mayoría de los presentes. Algunos (para mi suerte) no creyeron que yo fuera lo suficientemente importante para interrumpir lo que sea que estuvieran haciendo; otros, me miraron solo un segundo con aburrimiento y volvieron a lo que estaban haciendo. Sin embargo, un par no apartó la mirada de mí, de mi cuerpo envuelto con solo una toalla.

— ¿Qué es esto? —pregunté suavemente no queriendo romper el ambiente cálido e hipnotizante que reinaba, era... atrayente. «No sé si sientes lo mismo que yo» se escuchaba suavemente en algún aparato de sonido «Arrastrándome de vuelta a ti» y demás frases que te daban ganas de seducir. De sucumbir y dejarte llevar por la marea y hacer lo que siempre quisiste. Era... mágico. Hipnotizante.

—Esto es Achievers—habló Khris con una sonrisa deslumbrante y brillo en sus ojos—. Un lugar neutro, donde todos somos libres de los prejuicios —su sonrisa desapareció y un sentimiento de ferocidad destelló en sus ojos cafés. Levantó la voz y alguien apagó la música, ahora todos le prestaban atención, la miraban; nos miraban— y de la sociedad; de aquellos que no nos quisieron y rechazaron por el simple hecho de nacer... de existir, como si nosotros lo hubiéramos pedido, que si tal fuera el caso, no hubiera sido con personas tan despiadadas e irresponsable. Aquí nadie es perfecto y nos aceptamos a nosotros mismo por lo que somos: humanos. Así que Juliette Sherwood,  bienvenida a tu segunda casa; tu primera familia —terminó y di un respingo incontrolable cuando todos comenzaron a aplaudir. Me di cuenta que aquella era otra bienvenida menos cruel pero igual de confusa que la anterior. Intenté hablar pero no encontré palabras, causa, o siquiera idea, que fuera apta para esa escena.

Al Límite [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora