Capítulo 13

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Cuando me costó casi el alma poder respirar y mis músculos protestaron por la fuerza y energía aplicada al ejercicio, sin ningún calentamiento previo, paré. Los recuerdos seguían ahí, la culpabilidad y dolor también, pero ya no se sentían tan fuertes o presentes. Sí, me dolía. Sí, me sentía culpable. Pero había pasado, no podía cambiarlo por más que quisiera.

Había sido.

Me detuve en medio del camino, sintiendo los primeros rayos del sol acariciar mi piel, tratando de que estos calentaran algo más que mi cuerpo maltratado y humillado, inútilmente, claro está. Entré a las instalaciones tras un largo suspiro de resignación, sin enfriar mis músculos; sabía que eso me traería dolor después pero no me importó. Subí y caminé por los pasillos desiertos. Me sorprendió no encontrar ni oír a nadie en mi trayecto. Ya era hora de por lo menos estar despierto y mis compañeras de cuarto aún dormían cuando entré en él.

No sabía que problemas había con los alumnos porque, cuando salí de una ducha corta a las seis veinte, mis compañeras de cuarto dormían aún. Me vestí, calcé y peiné de acuerdo con el reglamento y me senté al borde de la cama a configurar mi nuevo teléfono y computadora, ya que no había tenido la oportunidad de hacerlo. Cuando terminé se suponía que en diez minutos servían el desayuno y mis compañeras no habían despertado. Dudé en hacerlo, pero al final decidí no despertarlas. No era mi problema y no quería ni necesitaba más. Tomé el maletín que Sarah me había dado junto con todo el uniforme y papeleo y que al parecer era obligatorio portar entre clases y bajé. En el camino me topé con un par de alumnas ya listas pero no eran muchas. Y todas me ignoraron.

Antes de llegar a la imponente puerta doble que daba al comedor una mujer con uniforme docente me interceptó.

—Soy Jessica —se presentó y al contrario que Sarah ella tenía un aspecto duro e inquebrantable. Frío. Como el de mi padre. Me estremecí—. Dado el incidente de ayer, Sarah me pidió tener cierta tolerancia contigo, en lo que el alumnado se acostumbra —había cierta burla y desdén en su voz y facciones—. Sin embargo yo no creo que eso pase y lo más que puedo ofrecerte es ignorar tu estadía aquí. Así que por tu propio bien no causes problemas. Lo que te hagan los demás no me importa y no intervendré por ti bajo ninguna circunstancia. No acepto sobornos ni chantajes—. Terminó y se dio la vuelta sin esperar una respuesta de mi parte. La cual no tenía, ya que no me importó en lo más mínimo nada de lo que dijo. Estaba más que acostumbrada a estar sola y no tener apoyo de nadie.

Me percaté, al verla caminar, que usaba calzado de piso y cojeaba levemente.  Entró al comedor por la puerta que ya se encontraba abierta y daba un panorama solitario.

A lo mucho había dos docenas de alumnos dispersados; unos leían y algunos escribían o platicaban con otra persona, estaban con celulares en la mano o simplemente se encontraban con la mirada pérdida. Por otra parte, la mesa de los docentes y personal estaba llena. Y con solo una mirada al centro de la larga mesa reconocí a Nicolás Moore, el director. Todo apuntaba a ello; su porte serio y pulcro, su mirada desaprobaría, su ceño fruncido y el hecho de que no apartaba la mirada del reloj y negaba con venencia y cólera.

A pesar de la edad era un hombre apuesto, en forma y con facciones bien marcadas desde el mentón cuadrado hasta los ojos grandes y rasgados de color oscuro, tal vez negros.

Iván estaba a su lado y comprendí, con la petulancia y arrogancia que este desprendía, que era el segundo del director, o tal vez su mano derecha. Sin duda se creía demasiado. Nicolás Moore le dijo algo en voz baja y este se levantó y dirigió a un lateral de la habitación oculta a mi vista por una columna de mármol.

Alguien sujetó mi cintura con fuerza y un poco de violencia al mismo tiempo que cientos de alarmas sonaban con un volumen anormal en el inmenso castillo que era el internado Achievers. Mi pulso se disparó.

Al Límite [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora