Capítulo 35

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— ¿Por qué lo hiciste? —me preguntó Nicolás Moore al día siguiente entrando en la habitación cuando una enfermera de edad avanzada curaba mis manos con una expresión seria y reprobatoria en su ya envejecido rostro. Tan pronto como se dio cuenta que estaba despierta le ordenó a la mujer que nos dejara solos y ella salió en silencio.

A pesar de saber que esperaba mi respuesta no contesté, me entretuve mirando las líneas que adornarían mi piel para siempre. ¿Cuántas cicatrices tendría para el final de mis días?

El director del internado se acercó con seguridad pero incomodidad al seguir mi mirada, pero antes de que llegara a mí lo detuve con una simple pregunta llena de malicia. No se me había olvidado el golpe que me dio semanas atrás, en el ala de natación.

— ¿Viene sobrio? —lo miré y vi como apretaba los labios y sus manos se crispaban, sin embargo no contestó, ignoró mi pregunta como ignoraba su situación, como ignoraba su entorno y lo que pasa en Achievers. Ignoraba lo que no podía o quería controlar, estaba segura— ¿Por qué no me llevaron al hospital? —pregunté sin mirarlo, moviendo mis dedos con esfuerzo, dándome cuenta que no contestaría mi anterior pregunta.

Él detuvo mis movimientos con suavidad cuando se acercó lo suficiente y siguió con la tarea de vendar y ocultar las cicatrices. Tomo asiento en el borde de la cama individual donde me encontraba.

Creí que tampoco contestaría, de hecho no lo hizo de inmediato, esperó a que mis manos estuvieran completamente ocultas y después se quedó mirándome, esperando a que le devolviera la mirada. Lo hice y su expresión triste, resignada, perdida y lastimada me dolió; sus ojos estaban apagados y rojos. Las ojeras y manchas en su piel me demostraron lo roto que estaba ese hombre, el dolor y pesadumbre que cargaba. Pero estar roto no le daba la justificación para dejar que todo lo que estaba a su cargo se llenara de mierda. Yo lo sabía de primera mano.

—Te llevamos a un hospital privado —habló cuando terminó de colocar las vendas mirándome a los ojos con intensidad —. Estuviste ahí un par de días... estuviste grave; tuvieron que reanimarte —¿días? ¿reanimación? No podía procesar sus palabras. Casi había muerto. Un hueco se instaló en mi pecho y estómago —te alterabas mucho y casi todo el tiempo estuviste sedada. Incluyo aquí seguimos dándote tranquilizantes.

—¿Qué dijo mi padre? — me atreví a preguntar después de tragar saliva. Las consecuencias de mi acto impulsivo me daban pánico. Nicolás negó.

—Sherwood no sabe nada. No podemos… no podemos permitirnos semejante escándalo —aceptó con voz temblorosa, culpable, desviando por un momento su mirada, incapaz de sostener la mía. De reconocer que las apariencias eran más fuertes que la moral en ese lugar. Yo lo sabía, lo presentía, pero quería escucharlo, quería que él mismo lo dijera, reconociera que tan jodido estaba Achievers, porque estaba peor de lo que podía imaginar, o mejor dicho, aceptar—. Espero que el asunto no llegue a sus oídos —su voz fue casual pero note cierta amenaza en sus palabras. Por mí no había problema. Mi padre no se enteraría de nada por mi boca —. Ahora dime porqué lo has hecho ¿qué ganabas escapando de Achievers?

Callé, no podía decirle lo que había ocurrido; que Abraham había abusado de mí. No podía, el miedo y la vergüenza se mezclaban en mí. El miedo a que no me creyera, a que le dijera a mi padre, a que no hiciera nada, a que hiciera algo, o peor, que me culpara.

Era tan difícil permanecer al círculo de las víctimas. De tener que callar por no tener valor, por temer a las consecuencias, a las personas o represalias. Ni siquiera sabía si callar me hacía más fuerte o débil.

Además, podía jurar que lo sabía. Había estado pensando y todo lo que sucedía ahí tendría que saberlo, era imposible no hacerlo. Él no era tonto, solo cobarde para aceptar, o hacer algo que desprestigiara al internado, su patrimonio y sustento.

Al Límite [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora