Capítulo 3

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Hasta mediodía me di cuenta que estaba sola en casa. No sabía en qué momento mi padre y hermano se habían ido pero lo agradecía. No era nada fácil convivir con ambos al mismo tiempo. Además, eso ayudaba con mis planes de cero problemas y castigos hasta mi partida.

Limpié, lavé, ordené y acabé de empacar en la inmensa soledad en la que vivía. Hice la cena pero una vez más, nadie apareció.

Cerca de las ocho de la noche, bastante cansada y con el sueño consumiéndome y cobrando factura por la noche anterior decidí ir a dormir.

No me preocupaba por ellos, por ninguno, había aprendido la lección. Algunos años atrás, dos para ser precisa, llamé a la policía al ver que mi padre no había llegado a la casa en dos días y obviamente no me había llamado en ese tiempo. Al principio los policías que me atendieron me dijeron que tenía que esperar 72 horas y no tomaron en cuenta mis palabras, pero estaba nerviosa y tenía miedo, miedo de que mi padre no apareciera y tuviera que quedarme con George, así que use las influencias de ambos y tras contactar con un amigo de mi padre, el abrió una investigación sin más. Se creo un gran alboroto y el teniente Cooper Sherwood hizo acto de presencia al tercer día, rojo de furia.

Habló con Pileggi, oficial que me había ayudado, el cual me miró con una sonrisa llena de condesendia y lástima antes de asentir, pedir disculpa e irse.

Yo estaba temblando desde que lo había visto bajar del taxi con la postura tensa y el rostro enojado. Ya no tenía miedo de quedarme al cuidado de George.  Le tenia más a él. 

Ambos entramos en casa,  George estaba en algún operativo. Tan pronto como la puerta se cerró fui tirada al piso con ira y odio. Mis rodillas dolieron pero no lo demostré.

—Eres estúpida, patética. Estaba follando, satisfaciendo mis necesidades.  Y lo seguiré haciendo, así que no quiero otra escena ridícula como esta —me gritó mientras pateaba mis costilla. Realmente estaba enojado. No dije nada ni emití ningún sonido.

Me levantó jalando mi brazo y me abofeteó dos veces antes de ir a servirse un par de tragos.

—Tampoco te debo explicaciones ni itenerios de mis planes.

Esos golpes fueron las consecuencias de preocuparme por él, así que no lo hacía más.

Me acosté e inmediatamente el sueño acudió a mí.

°°°

Desperté de madrugada y empapada de sudor, conteniendo los sollozos.

Una vez más esas imágenes crueles se repetían en mis sueños, una y otra vez, como una película tétrica y, para mi mala suerte, real.

Llevaba cuatro años con las mismas pesadillas, reviviendo una y otra vez aquellas escenas tan atroces y repugnantes que se mezclaban y confundían mi mente. Que me lastimaban y llenaban de culpabilidad.

Después de que mi padre me escuchara llorar y gritar en medio de la noche, cuando las pesadillas aparecieron, y me reprendiera (cada vez que lloraba o gritaba me sacaba de la cama y me obligaba, no muy sutilmente, a tomar una ducha helada o simplemente me aventaba un cubo de agua en la cama) aprendí a controlar mi llanto y gritos.

No sé cómo lo logré. Tal vez fue el miedo hacia mi padre y sus castigos, o tal vez las consecuencias.

Cuando duermes tu cuerpo está en reposo, caliente y tranquilo. Una ducha fría de golpe y sin aviso crea consecuencias. En mi caso lo afectado fue mi voz. Mi voz no era dulce, chillona o débil como la de una joven adolescente. Al contrario; era gruesa, rasposa, ronca y nada femenina.

Esa era una consecuencia de los castigos del teniente Sherwood y un motivo del rechazo por parte de las demás chicas de mi edad. Nadie quería juntarse con la chica con voz de hombre.

Al Límite [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora