Capítulo 1

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Mi hermano estaba en casa; frente a mí. No lo había visto desde algunos meses atrás: tres o cuatro, no lo recordaba. Ni quería hacerlo.

No me gustaba pensar en él. En lo que hacía. Como me trataba… o en su defecto, como me miraba: como en ese momento; sus ojos verdes me examinaban con arrogancia esperando un desliz de mi parte. Carentes de emoción, remordimiento o sentimiento.

Su mirada era glacial, cruel, fría, retándome a decir algo, a protestar o llorar.

— ¡¿Cómo?! —Grazné e inmediatamente me aclaré la garganta, erguí la espalda y levanté el mentón—. Quiero decir... no creo... —balbucee e inmediatamente me maldecí. No podía cuestionarlo o protestar, lo tenia claro, pero ¡no podía creerlo!

—¿No crees qué cosa? —cuestionó mi padre con amenaza implícita en su tono de voz y en su mirada.

—No creo... que sea buena idea, padre —hablé forzando las palabras y empleando el tono de voz lo suficientemente alto para que me escuchara, pero no tanto para que lo tomara como insulto, aunque fuera un claro signo de rebelión y cuestionamiento.

Sin embargo, tampoco podía retractar mis palabras, pues habría roto una regla fundamental que mi padre nos había enseñado: defender nuestra postura. Y ya había roto dos al verme indecisa y cuestionar sus actos. Así que era mejor terminar la frase y esperar a que no me fuera tan mal.

— ¿Y porqué crees que tú opinión cuenta? —cuestionó mi hermano y bajo su voz gruesa distinguí la burla y el desdén. Me odiaba. Como yo a él.

—No te estoy preguntado si consideras esto una buena idea o no. Tampoco pido tu opinión o tu permiso —el tono de voz de mi padre fue severo y hostil—. Es un hecho; te estoy avisando. Te he inscrito en el internado Achievers (1), en Massachusetts —explicó—. Tendrías que estar ahí el sábado, pero como sabes tenemos otro compromiso, por lo que irás un día más tarde, el domingo. Todo está arreglado. Nosotros nos iremos una semana más tarde —me mordí la lengua con fuerza para no replicar o contradecir las decisiones de mi padre—. Así que empaca lo indispensable, en la sala dejé folletos por si quieres saber más ¿de acuerdo?— terminó como el Teniente Sherwood.

—Sí, señor —conteste enérgicamente dando por terminado el asunto. Aceptando acatar todo lo que él dijera, como siempre. Si no respondía de esa manera él pensaba que no le daba el suficiente respeto a su trabajo y me castigaba por ello.

Y los castigos del Teniente Cooper Sherwood eran… como él; rudos, crueles e inolvidables.

Una vez, mientras lavaba los trates resbalé y tiré dos platos que inevitablemente se rompieron. Él vino me dio dos bofetadas, me golpeó cinco veces en cada mano con su cinturón y por el hecho de que lloré me obligó a levantarme todos los días a las cuatro de la mañana para correr sin cesar hasta las seis por un mes. Jamás volví a romper nada. O permití que él se diera cuenta.

—Espero que la próxima vez lo hagas mejor y te asciendan —habló mi padre cambiando de tema y de persona.

—Sí, señor —contestó mi hermano George. Él tenía veintidós años, cinco años más que yo. Era alto, fornido, de mirada vacía y postura firme. Era fuerte y aún así se pegaba a mi padre como una lapa. Lo odiaba.

Al salir de la escuela básica fue inmediatamente reclutado para formar parte de los SEAL, un comando de las fuerzas armadas norteamericanas del cual mi padre era partícipe. Y según su reciente noticia y motivo de que tuviera que ingresar a un internado en cuatro días era que se reincorporaba en el campo de combate que había abandonado diez años atrás por petición de mamá, estando así ese tiempo en el departamento de seguridad y evitando viajes y ausencias.

Al Límite [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora