4: Aliados

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Apenas desperté y escupí algo de color verde fosforescente que sabía a limón podrido. No tenía idea de qué era ni cómo había llegado a mi boca y, francamente no quería saberlo. Me costó darme cuenta de que estaba dentro de una jaula para leones, no sé si sentirme halagada por considerarme tan feroz como uno de esos felinos, o deprimirme porque lograron atraparme en tiempo récord.

El colmo fue cuando vi uno de mis tobillos aferrado a un grillete encadenado a uno de los gruesos barrotes como si fuera la más peligrosa criminal de todos los tiempos. Suspiré abatida, me encontraba demasiado débil como si quiera usar mi magia para mover un pelo y ellos lo sabían. ¿Realmente me consideraban tan peligrosa para que tomaran esas medidas?

Entonces debería de sentirme halagada por ello, pero en realidad estaba muriendo de miedo, porque en el momento en que mi abuelo hiciera presencia, me quitaría lo que tengo de magia y así como estoy, me dejará literalmente muerta en vida.

—Aw, la princesa quiere que un príncipe venga a su rescate de su cautiverio —la voz infantil de una chica me hizo dar un salto.

No me había dado cuenta que Camila estaba aferrada a los barrotes desde afuera, observándome desde quién sabe cuánto tiempo.

La miré con rencor, esa tipa me provocaba arrancarle ese pelo rosa neón que podría verse en la más negra oscuridad. Era la novia de James y desde hace un tiempo me daban ganas de desaparecerla. Camila era insoportable, no la aguantaba ni por un segundo y como si fuera el peor de los castigos, la tenía ahora junto a mí.

Camila caminó alrededor de la jaula, pasando la mano sobre los barrotes sin apartar esos enormes ojos avellana de mí. Me contemplaba con gusto de verme encerrada.

—Si un brujo fugitivo se entera que te atraparon tan rápido, es capaz de volver por tal de burlarse de una perdedora como tú —odiaba ese tono de voz infantil y divertido que usaba.

La fulminé con la mirada, ella sonreía ampliamente, podía ver el regocijo en sus brillantes ojos. Cuando tomó los barrotes donde estaba la cadena de mi grillete, se detuvo para juguetear con ella.

—En breve te arrancaran la última gota de magia, Luna Blackwood —sonó seria y se dio la media vuelta.

Me di cuenta de que no estaba sola, había otros sujetos que resguardaban el lugar, entonces me dediqué a mirar con más detenimiento el sitio. Era un establo: uno viejo en malas condiciones, porque en el techo había un hoyo que filtraba la luz del día e iluminaba perfectamente los vestigios de que hace un tiempo resguardaban alimento para sus animales. Había unas vigas sueltas que amenazaban con caerse en cualquier momento, ojalá se cayeran y les reventara la cabeza a todos los que se encontraban vigilándome.

Noté una pesada mirada que venía de alguien que por las sombras no me dejó verle bien el rostro, pero por su silueta supe que se trataba de un hombre quien tenía los brazos cruzados.

—La vergüenza de la familia Stone al fin está donde merece: Encerrada como la fiera que es —esa voz causó que retuviera el aliento por la furia que me sacudió al instante.

Podía identificar esa voz cargada de altivez en cualquier parte, me resultaba tan chocante como la de Camila, pero esta, especialmente la odiaba. Era sin duda mi tío Viktor, padre de James y el segundo hijo de mi abuelo.

Su mirada no podía denotar más el gran desprecio que sentía hacia mí. El sentimiento era mutuo.

—Nunca dudé que terminaras así, después de ver cómo era tu padre. Siempre sospeché que no era un buen brujo —expresó después de jalar aire.

—No me menciones a ese hombre —siseé con veneno.

Apreté con fuerzas los barrotes que los nudillos se me pusieron blancos. No aparté la mirada de Viktor, incluso lo desafié con ella.

Luna Blackwood: Una Bruja RebeldeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora