Cerré los ojos y procuré que mi respiración fuera lo más silenciosa posible a pesar de lo agitada que me encontraba. No quería hacer el más mínimo ruido. Estaba casi seca, sólo con un poquito de magia, pero no podía arriesgarme a usarla o de lo contrario, quedaría inconsciente sin posibilidad de luchar y eso sería peor.Finalmente logré regular mi respiración, aunque mi corazón seguía palpitando con tanta fuerza que temí que llegasen a escucharlo.
En la cabeza no tenía otra cosa que no fuera la idea de irme lo más lejos posible sin que me detectaran. Seguro estaban como perros sabuesos buscándome sin tregua, y yo atrás de un apestoso contenedor de basura, bueno, al menos eso me ayudaría a que no me detectaran tan rápido, y también el hecho de que estaba tan débil que mi magia era prácticamente indetectable, pero eso no me permitía relajarme, debía de estar en alerta máxima por cualquier cosa que pudiera pasar.
Podría esperar un rato más ahí encogida como ratón, pero el hambre me estaba retorciendo el estómago y este empezó a gruñir. Lo triste del asunto, es que no cargaba ni un centavo para comprar algo, me escapé con lo único que tenía puesto y lamentablemente, me había quitado los zapatos en los vestidores que ahora andaba en calcetas, lo bueno fue que no me quite la ropa.
Miré el contenedor con tentación de buscar algunas sobras de comida, pero el mal olor que despedía la basura me mantuvo al margen.
Había pasado un buen rato desde que hui y no dieron conmigo, por lo que me animé a salir de aquel apestoso callejón. Me asomé por el borde de la pared por si las moscas, pero no había rastro de los brujos, sólo gente caminando sin notar mi presencia, mejor así.
Me escabullí entre la gente, había uno que otro que se daba cuenta que andaba sin zapatos, pero para lo que me importaba. Apreté más el paso y me mantuve en la sombra la mayor parte del tiempo, porque el suelo prácticamente era lava hirviendo y mis calcetas ya se habían hecho un hoyo.
Una señora llevaba un vaso repleto de mango con chile, se me hizo agua la boca al instante y aproveché que ella estaba ocupada respondiendo a su teléfono que le arrebaté la fruta y me fui corriendo, apenas y le di tiempo de gritar un «¡Oye!», me di vuelta y me refugié en una calle solitaria, me recargué en la pared y empecé a comerme el sabroso mango, que estaba dulce, jugoso y picosito. Una verdadera delicia y un estómago que rugía por devorarse todo de un solo bocado. Chupé las puntas de los dedos después de que terminé, calmó mi apetito por el momento.
Los pies ya me dolían, me quité las calcetas rotas. Mis pobres pies estaban sucios, rojos e hinchados.
—¡Dame todo lo que traigas! —Un tipo apareció frente a mí, observaba a todas partes sin apuntarme bien con su navaja.
—¿Qué? —Pregunté, atónita que ese tipo quisiera robarme, viéndome sentada con un pie entre las manos.
—¡Que me des todo tu dinero, perra! —Repitió, movió su mano libre como si me estuviera llamando.
Seguía sin creerme que ese chico en verdad quisiera robarme, pero entonces me acordé que tenía puesto el uniforme deportivo de la escuela a la que asistía y era una institución privada. Seguro pensó que traía mucho dinero encima. Casi me atraganto con mi propia risa.
—Apúrate que no tengo tu tiempo —el chico estaba perdiendo la paciencia.
Miré sus botas, desgastadas, como de mi medida, levanté la mirada hacia él, era delgado y usaba ropa holgada. Podría quedarme.
—¿Qué número calzas? —Pregunté, poniéndome de pie.
Mi pregunta dejó al chico quieto, mirándome de forma extraña.
ESTÁS LEYENDO
Luna Blackwood: Una Bruja Rebelde
FantasyLIBRO I Luna es una bruja de diecisiete años que se caracteriza por ser alguien indiferente a lo que le rodea, sin tener el mínimo interés de socializar con las personas ni tener cariño hacia su propia familia, de hecho, odia a su familia, pues le h...