41: Amarga soledad

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Al regresar hacia la habitación donde estaba Erika, me encontré con las chicas en el pasillo, las tres tenían el mismo semblante de preocupadas. No tuve que preguntar dónde estaba mi papá, sin temor a equivocarme, estaba consolando a la pobre de Erika.

—Luna, tengo que hablar contigo —Mónica fue la primera en tener una reacción en su rostro.

Aunque francamente hubiera preferido que siguiera recargada en la pared con la expresión de angustia.

Como dije, eso de "Hablar contigo" no augura algo bueno. No me quedó de otra que suspirar antes y luego acepté lo que estaba por venir.

La seguí, me causó cierta gracia que volviera al techo, lugar donde acababa de estar con Ethan. Mónica se acercó al borde y se inclinó un poco, poniendo sus codos en la superficie del muro.

—Lamento mucho lo que ha pasado con mi tía, con Iván, pero ellos son mi familia y no puedo dejar a mi tía así, estoy segura que ella me necesita más que nunca —Mónica miraba hacia el frente, no quería verme, la verdad es que tampoco quería verla a los ojos.

Me recargué sobre ése borde, pero de espalda mirando en sentido contrario al que ella observaba. Guardé silencio, la escucharía, aunque ya me daba una idea en qué iba a terminar su charla.

—Comprendo perfectamente que tú no quieras ayudarnos —se le quebró la voz y a mí también, el horrible nudo en la garganta se me formó—, quiero que mi tía esté bien, y también Iván... el hecho de que esté vivo ya es un indicio... —estaba llorando porque escuché perfectamente el sonido que uno hace con la nariz cuando uno llora—. Yo no quisiera separarme de ti, porque... porque tú eres mi mejor amiga y te quiero mucho, Luna.

Por más que intenté contener las lágrimas, no pude, menos cuando Mónica se giró para verme y me abrazó con todas sus fuerzas, abrazo que correspondí de la misma forma.

—Te prometo que cuando haya encontrado a Iván y que mi tía esté bien, te buscaré, Luna, lo juro por mi vida —dijo ahogadamente.

—Por favor, no prometas nada y menos cuando lo hagas por tu vida —pedí entre gemidos.

Mónica era muy valiosa para mí, nunca me perdonaría que muriera por mi culpa al tratar de cumplir una promesa.

—Luna... ¿confías en mí? —me preguntó de repente, separándose de mí para observarme.

La miré, su pregunta me desconcertó, sin embargo, no dudé nada en responderle.

—Ciegamente —dije.

Ella me sonrió, otra vez esa luminiscencia que la caracterizaba, pero está vez era más resplandeciente que las otras. Se veía como un verdadero ángel. Empecé a chillar, dándome cuenta que ya no estaría con mi amiga la rara que me abrazaría a cada dos por tres, la voy a extrañar muchísimo. La abracé con tanto apego que parecía que me quería fusionar con ella. ¿Cómo es que ella se ganó mi corazón casi de hielo?

—Luna, te quiero.

—Y yo a ti, Moni —contesté.

Estuvimos un buen rato en el techo, observando la ciudad y el atardecer en completo silencio. Creo que nos quedaremos un día más en Puebla.

Cerré la puerta de mi habitación, quería estar sola por eso pedí una para mí. La noche la sentí tan vacía, tan irreal que me costaba trabajo asimilar que volvería a estar sola. Camila también confirmó que se quedaría con Erika, sentí un hoyo en el estómago cuando me lo dijo porque de algún modo me acostumbre a ella. Es horrible acostumbrarse a la gente y que luego se vaya, por esa razón prefería estar sola... así no extrañarías a las personas.

Luna Blackwood: Una Bruja RebeldeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora