6: Gustos

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Ahora sí me sentí completamente sola, sin identidad. Ya no tenía nada por qué luchar.

Me levanté y empecé a caminar torpemente, mi visión se tornó borrosa y la audición me falló, me dejé caer a mi izquierda y me golpeé, pero no me dolió. A pesar de que todo giraba a mi alrededor y había chispas oscuras danzando ante mí, intenté ponerme de pie.

—Lo dicho, esta chica sí que es resistente —alcé mi vista y vi un bulto con algo verde en la cabeza.

—Luna —giré hacia otro bulto que tendió algo.

—No... no me toques —rechacé y di un manotazo al aire.

Un olor fuertísimo a anís atravesó mis vías respiratorias y alejé esa bola café que tenía en frente de mí. Alguien me agarró de la cabeza y me obligó abrir la boca, puse todo mi empeño por que me soltaran, un sabor dulzón desagradable tocó mis labios y recorrió mi lengua dejándome una sensación rasposa y espesa. Traté de escupirlo. Cuando me obligaron a cerrar la boca me mordí la lengua.

Mi vista empezó a aclararse y los sonidos fueron más claros. Vi a Camila en una pose de "soy una desgraciada que nada me importa", a Samuel, al otro chico que no conocía y el único que mostró un poco de preocupación. A mi lado estaba una anciana de ojos gris azulado que al instante me sonrió.

—Iván, por favor llévala a su cuarto para que descanse —pidió la anciana y entonces el chico que no conocía me ayudó a incorporarme.

—Deberías de cargarla —sugirió Camila con burla.

—Recuerda que es una princesa —añadió Samuel.

Solo porque tenía la boca adormilada no les respondí.

Me recargué sobre el costado de Iván y me dejé guiar por él.

—Estarás bien —dijo el chico con suavidad.

¿Estar bien? Prefiero morir que vivir sin mi magia. Nada podía hacerme sentir bien.

No tengo idea de cuantos pasos di ni quienes andaban por ahí, pero llegamos a un túnel más iluminado y ahí había cárceles con puertas de madera. Iván abrió una y dejó ver la habitación de piedra oscura con "paredes" desiguales con picos sobresaliendo en algunas partes; había un catre y una mesa de madera vieja con una vela que apenas iluminaba.

—Hagamos un poco más pintoresco el lugar —dijo Iván.

Bufé, ¿Qué pensaba hacer? ¿Dibujar pinturas rupestres en las paredes para que me sintiera en la era cavernícola?

Me sorprendió cuando de sus manos salieron unas pequeñas luces color verde claro que se fueron a impregnar en las paredes de la piedra. Luego en la mesita de noche puso una flor azul que también brillaba. Después de eso, se volvió hacia mí y me sonrió.

—Espero que te guste —me dijo.

—Gracias —hablé, mi voz salió ronca que parecía más de chico que me dio vergüenza.

—¿Tienes hambre? ¿Quieres que te traiga algo de comer? —me preguntó.

Meneé la cabeza, no quería absolutamente nada... bueno, sólo agua.

—Agua —pedí y me senté en el catre que chirrió bajo mi peso.

—De acuerdo. Toma —estaba acostumbrada a ciertas cosas normales que la gente sin magia hace, como salir de la habitación e ir a la cocina a traer el vaso de agua, no que la aparecieran en menos de un segundo.

Agradecí asintiendo con la cabeza. Me tomé el agua rápidamente y el vaso desapareció.

—Descansa, Luna —Iván se dio la media vuelta para marcharse.

Suspiré hondamente. Tampoco estaba acostumbrada a tanta amabilidad y estoy segura que me vi como un animal recién capturado, pero en verdad así me sentía, como un animalito que lo habían atrapado y dejado fuera de su hábitat.

Me sentí extraña por un momento, pensando en Iván y su comportamiento hacia mí, seguro el chico era amable con todo el mundo. En cambio, yo...

Observé las luces que le daban otro color a mi rupestre habitación y luego clavé los ojos en la flor luminiscente.

—Quedó bonita, ¿tú lo hiciste? ¡Ah cierto! Se me olvidaba que ya no tienes magia —entró Camila y cerró la puerta.

—Lárgate —ordené, no iba a permitir que esa perra viniera a burlarse de mi desgracia.

—Ah, ya, que ni fuera para tanto —al contrario, Camila se sentó en el catre y yo me levanté en reacción.

—¿Cómo te sentirías si hubieras sido tú la que perdiera su magia? —increpé, acercándome a su rostro y notando varios barros en su frente.

—No sentiría nada, andaría como alma perdida en el limbo —respondió muy tranquila—. Deberías estar agradecida que te salvamos y que estás en tus cinco sentidos.

La miré con odio, si tuviera mi magia, hace mucho que Camila estaría estampada en la piedra, sería un lindo adorno su cabello verde vomito colgando del techo.

—Yo no les pedí que me "salvaran"

—¿Sabes algo, Luna? —Camila se levantó, no era muy alta, me llegaba al mentón—. La verdad es que no me agradas, pero hay momentos en las que me caes bien, pocos, pero los hay.

—En cambio tú, me caes mal hasta cuando no te veo —le dije.

Camila se rio, se notaba divertida.

—Eres graciosa —dijo después de unos segundos.

Yo no le veía la gracia, solo quería que Camila se fuera de mi cuarto.

—Tu primo James es un imbécil, aguantarlo me costó el hígado, pero valía la pena cuando podía ver a uno de tu familia que si me interesa y me gusta.

—Con los gustos que te cargas, no dudo que te haya gustado mi abuelo —dije con sorna.

Ella se empezó a reír a carcajadas, no creo que le haya hecho gracia mi comentario.

—No, tontita —Camila se giró sobre su propio eje y agarró el aire como si estuviera agarrando las puntas de un vestido, empezó a danzar y a tararear una melodía alegre.

Ahora que me acuerdo, esa melodía la tarareaba cada vez que nos encontrábamos.

—La persona de tu familia que me gusta —de pronto, Camila se me dejó ir y me acorraló contra la puerta, flotó para estar a mi altura—. Eres tú.

Luna Blackwood: Una Bruja RebeldeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora