22: ¿Confías en mí?

293 40 32
                                    


—¡Mónica! —abrí los ojos y me encontré en los brazos de Samuel que me llevaba cargando.

—Ya estamos cerca —me avisó.

Mentiría si le dijera que me dejara, que podía caminar por mi cuenta, pero la verdad es que las piernas todavía las sentía temblorosas y con calambres como cuando corres un montón sin tener condición física para hacerlo.

—No le digas a nadie que he recuperado mis poderes —le advertí, mirándolo de forma amenazadora y sin confiar en él.

—No lo haré —contestó seguro. Aun así, no dejé de mirarlo por un minuto—. Aprovechando que eres torpe...

—¡Oye! —reclamé, él sonrió.

—Puedo decir que te caíste y quedaste inconsciente, así te dejaré con Mónica y tú te encargaras de que nadie se atreva a ir a pedirle un favor de recuperación.

—De acuerdo —acepté, pero las ganas que tenía por pararme frente a toda esa bola de traidores y quemarlos vivos no me las quitaba ni Dios.

• • •

Apenas atisbamos la casa, yo fingí estar inconsciente, la verdad es que iba bastante cómoda en brazos de Samuel y un pequeño descanso no me caería mal.

Al parecer a nadie le interesó lo que me había pasado, sólo hasta que llegué a la habitación y Mónica estaba con alguien, lo supe porque oí a Mónica decirle que estaría bien muy pronto, a lo que la chica respondió con un sonido de garganta, estaba con la tentación latente de abrir los ojos para saber quién era, sólo que me aguanté.

—¿Qué le pasó? —preguntó Mónica, sonaba alarmada.

—Con lo torpe que es, terminó cayéndose como una vaca, fue tan ridículo que me costó varios minutos ir por ella... —dijo Samuel entre risas, las cuales se ahogaron cuando le pellizque con fuerza.

Escuché una risilla y luego los pasos sobre la duela, un par de segundos, la puerta se cerró con un golpe. Samuel prácticamente me aventó a la cama y rápido se fue asomar al pasillo para ver que no hubiera nadie cerca y luego regresó.

—¿Vaca? ¡¿Me dijiste vaca?! —le exclamé en un susurro, fulminando al chico con la mirada. Me puse frente a él, viendo cómo se reía silenciosamente.

—Tan sólo fue un piropo —bromeó el insensato.

—¡Te voy a romper las pel...! —un chico entró al cuarto interrumpiendo el momento en que yo estaba a punto de patearle la entrepierna a Samuel.

—Creo que interrumpo algo —dijo el muchacho, dando pasos hacia atrás y cerrando la puerta.

Terminé en el suelo boca abajo, mis piernas seguían débiles. Samuel se puso en cuclillas para observarme burlonamente.

—¿Te ayudó? —me ofreció la mano y yo le iba a dar un manotazo como respuesta, pero él la retiró antes.

—Luna... ¿estás bien? —Mónica se agachó a mi lado.

—Sí, sólo necesito descansar un poco y algo de comer —miré a Samuel con rencor.

—Bien, me haré cargo de eso. No le abran la puerta a nadie más que a mí —dijo el chico dándose la media vuelta.

Me senté con ayuda de Mónica.

—La palabra clave es durazno —propuse, haciendo que Samuel se girara para verme—. Es la única forma de saber que eres tú.

Luna Blackwood: Una Bruja RebeldeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora