34: Lo que esconde una sonrisa

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Ethan cayó de pie elegantemente e incluso hizo una reverencia como si acabara de hacer una espectacular presentación, sólo faltaba que llovieran pétalos de cerezo para verse más pomposo. Yo quería que se cayera de cabeza.

Mónica me ayudó a bajarme del árbol, no me opuse, francamente tenía tanto frío que me resultaba complicado mantener las manos quietas y los dientes me castañeaban.

Mi papá, realmente avergonzado por lo que hizo, trató de hacer una barrera de fuego alrededor de nosotros para no morir congelados, pero sus emociones se encontraban bastante inestables que casi nos calcina a todos, así que optamos por una medida más antigua, hacer fogatas alrededor, sólo esperaba que mi papá no las hiciera como pequeños volcanes en erupción.

Aunque estuviera junto a una de las fogatas y, a punto de querer dormir sobre el fuego, el frío no se me quitaba, incluso la piel se me puso chinita. Pensé que tal vez me encontraba con fiebre, pero me puse la mano en la frente y estaba tibia, no caliente ni fría. ¿Por qué tenía tanto frío?

Sí, hacía frío, pero ninguno temblaba tanto como yo ni le salía una voluta de humo de la boca cuando respiraban. Yo parecía un perro chihuahueño con crisis nerviosa.

No me importó cuando Mónica, Camila y yo quedamos en dormirnos juntitas, casi pegadas para amortiguar el frío, y de preferencia yo en medio, el calor de ellas me estaba ayudando a que el frío en mi cuerpo disminuyera. Estaba muy a gusto así, abrí un ojo cuando sentí el peso de una mirada y no me sorprendí al encontrarme con Ethan, observándonos de una manera morbosa, estoy segura que pensaba cochinada y media, aparte de que se lamentaba no traer una cámara para tomar la foto del recuerdo. Maldito enfermo. Saqué mi mano y le mostré el dedo medio, ante lo cual, él me guiñó el ojo y sonrió de lado.

• • •

A la mañana siguiente me fui junto con Mónica para recolectar varitas y hacer nuestras escobas, no sé si sólo era yo, pero no me apetecía volar con aquel frío, porque el aire parecía cortar la piel apenas se sentía la ráfaga y en pleno vuelo no me quiero imaginar cómo iba a terminar.

—Mira, Luna, podría adornar mi escoba con algunas flores —señaló Mónica unas cuantas flores azules y blancas.

—Y un pinito aromático —añadí en broma, le arranqué una sonrisa a mi amiga.

Continuamos en nuestra recolección, cuando ya teníamos bastantes regresamos hacia el claro y dejamos todo en un montón.

—Luego regreso, no me alejaré demasiado —avisó Mónica y yo asentí, entendiendo a donde debía ir.

Por lo mientras, yo fui al lago para ir a recoger agua y ponerla a calentar, habíamos encontrados una hierba que según Mónica era una delicia en té.

No era necesario un recipiente, con mi magia me bastó hacer que tuviera un cubo de agua y lo pondría sobre el agua, es entretenido ver como empieza a bullir y las burbujas se forman en el fondo del cubo. Escuché un leve sollozo y me quedé parada para saber de dónde provenía. Detrás de unas plantas espigadas pude ver la silueta de Camila, así que me acerqué, pensando que tal vez se había lastimado.

Se me partió el corazón al verla. Nunca antes la había visto así y es que para mí Camila era una chica muy fuerte y ruda, de las que no lloran, por eso me impactó más de la cuenta. La niña estaba llorando, su rostro lo tenía oculto en su brazo y estaba encogida.

—Camila... —el agua se derramó sin importarme. Me acerqué a la chica—. ¿Qué tienes?

En serio que sentí que mi corazón se hizo pasita al verla, estaba desolada y yo no tenía ni idea qué hacer ni qué decir. Suspiré con pesar y me senté a su lado, no la toqué, simplemente me quedé ahí, con la mirada hacia el frente.

Luna Blackwood: Una Bruja RebeldeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora