Capítulo 4

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Bajo con el ascensor arrastrando la maleta como puedo. Creo que debe de pesar como mínimo siete kilos, pero es que todo para mí es imprescindible. La ropa, el maquillaje, la plancha, el rizador, el bañador, la toalla... Indispensable. Es que si no hubiese tenido una maleta tan grande, me hubiese llevado más de una.

Salgo a la calle y veo como hay un coche en frente de la portería. Es el de Laila, que me espera fuera apoyada en él y con su padre dentro esperando para llevarnos hasta el camping. Camino con paso ligero hacia allí hasta que ella alcanza mi maleta para meterla en el maletero. Por lo menos, me hace este favor.

- ¡¿Pero cuánto pesa tu maleta?! –exclama exagerando y haciendo fuerza para levantarla.

- No sé... Poco –respondo riéndome con ironía.

Entro dentro del coche y me saludo con su padre. Parece un hombre simpático, así que perfecto, no nos va a molestar durante la hora y pico que estemos aquí dentro. En general, espero que pase rápido, porque estar con desconocidos en un lugar cerrado es demasiado agotador para mí.

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Llegamos relativamente pronto. Son las siete de la tarde cuando aparcamos y nos dirigimos hacia la que será nuestra cabaña de convivencia este fin de semana. Tengo muchas ganas de instalarme y poder acomodarme aquí. El entorno es agradable. Se oyen pájaros que cantan, hay árboles por todas partes, brilla el sol y el suelo es de arena. A medida que vamos andando, empiezan a aparecer delante de nuestros ojos varias cabañas. Nuestros vecinos.

Observo a unos chicos de unos veinte años reírse en la terraza que tienen, sentados mientras juegan a un juego de mesa. Al otro lado, una pareja que entra por la puerta con sus maletas negra y rosa. Y así, muchos otros más. Todas las casas son iguales, algunas más grandes, otras más pequeñas, pero la estructura es la misma.

Laila, de repente, empieza a girar y  termina delante de una de ellas. Sin duda, es la más pequeña de todas las que hemos visto. ¡Qué horror! ¡No me gusta para nada! ¡Por favor, que no sea esa! Deja caer la maleta al suelo, chilla y empieza a correr hacia su novio, Dani, que está en el porche de la casa horripilante. Parece como si no se hubiesen visto en cinco años y se han visto esta mañana... Por favor, no pueden ser más empalagosos.

Sigo andando hasta llegar a tres escaleras de madera que hay para entrar dentro de la cabaña. Efectivamente, ya no hay duda. Es esta... En el intento de subir yo sola los siete quilos una vez más, unas manos la cogen y la suben hasta arriba. Levanto la mirada y veo a Carlos sonriéndome.

- Creo que te has pasado con la ropa –dice repeinándose el flequillo.

- Es que tenía que venir lista para tres días aquí... Me alegro de que al menos hayas venido tú -me acerco a él y le doy un beso en la mejilla lo más dulce que puedo-. Gracias por subirme la maleta.

Dejándole con el sabor en los labios, abro la puerta de la cabaña en la que espero no pasar demasiadas horas. ¡Es claustrofóbica! Es exactamente como me explicó en el plano Laila, hay literas y una cama a parte, pero aún así, ¡contaba con mucho más espacio que este! ¡Que parece que casi no se puede ni respirar!

- ¡¿Cuál es mi cama?! –pregunto gritando.

- Tienes para elegir la individual o la de debajo de la litera –me contesta Carlos, señalándomela. Las dos camas a elegir se encuentran a la derecha de la habitación. Me sorprende encontrarme con el suelo azul, las paredes blancas y una mezcla de colores entre ambos en los muebles. Me ha dado la impresión de un cuarto de baño.

- Sin duda, la individual.

Dejo la puñetera maleta al lado de la cama y me siento en ella... Es cómoda. Bien. Camino hacia el fondo de la habitación por el mini-pasillo que se crea entre las camas y llego a la puerta que da al baño. La abro y me lo encuentro bastante moderno. Pasable. Camino de nuevo hacia la puerta principal donde está apoyado Carlos observándome y miro los armarios que quedan en el mismo lado que mi cama.

- ¿Cuál es mi armario? Porque tengo armario, ¿no?

- El que está asignado con la cama individual es el siete –se aproxima a mí y me proporciona dos llaves-. Esta que tiene el mismo número es la de la taquilla y la otra es la de la cabaña. No las pierdas -me advierte con una sonrisa.

- Tú tampoco me pierdas de vista a mí -le respondo con otra sonrisa del mismo estilo.

Cojo la llave con el número siete y abro el armario. Hay más espacio del que me esperaba. Aunque por supuesto, siempre podría haber sido mejor. Aquí cabrá mi maquillaje, las cosas para el pelo, el neceser, etc. Resumiendo, lo más imprescindible que hay que tener a mano por necesidad.

Vuelvo hacia la cama y abro la maleta. Por encima he puesto las cosas que sabía que iba a colocar en el armario, así que me es fácil organizarme. Luego meto la maleta bajo la cama y me estiro por fin. Me dolía ya todo de tanto rato sentada en el coche... Y mira que no hemos estado demasiado tiempo, pero soy un espíritu inquieto.

- Veo que ya estás instalada. Has sido lista al escoger la cama individual.

- Hombre... Es que no sé por qué estaba desocupada -Carlos mira hacia arriba, como si escondiese algo-. Es mucho mejor que las literas, como si fuésemos niños pequeños, ¿sabes?–digo riéndome.

Cojo el móvil de mi bolsillo y veo que tengo bastantes mensajes en el WhatsApp. Sobre todo, me fijo en uno de un número de teléfono que no tengo agregado, me sale el número con el prefijo delante. Abro la conversación y leo "hola, Val. Espero que no te olvides de mí en mi ausencia. Besitos."

¡Álex! ¡Es Álex! ¡¿Cómo cojones ha conseguido mi número?!... Espera... ¡El grupo de clase de WhatsApp! ¡Claro! ¡Me cago en todo! ¡Lo ha guardado de allí! Ha sido listo esta vez... Al final, voy a tener que cambiarme el número de móvil de nuevo. ¿Cómo se le ocurre tener el valor de hablarme, como si nada?

Le doy a su nombre para que me salga la opción de bloquearle y me aparece su foto de perfil un poco más grande. Me paro un momento y me fijo bien... Está guapísimo. La agrando más y me doy cuenta de lo que ha llegado a cambiar. Antes era un niñato y ahora un chico de 17 años que... No puede ser más guapo. Esos ojos azules, por un momento, me vuelven loca y me hipnotizan. Sin embargo, en cuanto puedo y mi cerebro lo permite, le doy a la opción de bloquear contacto.

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