Capítulo 23

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Llego de noche arrastrando la maleta por la puñetera arena que hace que me cueste más llevarla. Pesa más, hace fuerza de fricción y se atasca. Cuando estoy delante de la cabaña, veo las tres escalerillas que son el remate. Los arquitectos pensaron que eran necesarias por si aún no habías muerto por el camino.

Cojo la maleta con los brazos, la subo y casi que me caigo al suelo. Hago un ruido espantoso y por fin, saco de mi bolsillo la llave de la puerta principal. Me la quedé el fin de semana anterior, como con la de mi taquilla. Así no tengo que pedir que me abran a nadie, simplemente entro y ya está.

Al abrir, sale de ahí una luz horrible que me deja ciega. No soporto la luz tan potente... En el momento en que veo al cabo de unos segundos y mis ojos se han acostumbrado, observo el panorama que hay delante de mí. Álex sentado en mi cama, Laila hablando con él sentada en el colchón que está en el suelo de Álex y los otros tres, cada uno en su litera haciendo cosas distintas.

- ¡Valeria! ¡No sabía si al final ibas a venir! –dice emocionada Rebeca.

Álex se me ha quedado mirando. No se lo esperaba... No le culpo. Yo tampoco... Laila me mira con cara de asco y yo le respondo con la misma expresión de facial y todavía más exagerada, porque está entre las piernas de Álex. Siempre aprovechándose de él... Y Álex tan tonto como cada vez que está con Laila.

- Hola –saludo a Rebeca y le doy un abrazo. Sin duda, es la mejor persona que he conocido desde que me he mudado.

Laila se aparta cuando me acerco a mi cama y se va con Dani, pero Álex se queda en el mismo sitio mirándome. Deshago la maleta quitando las cosas que hay por encima para ponerlas en el armario. Se ha hecho durante todo este tiempo un silencio incomodísimo, hay una tensión que corta.

Me acerco a Álex y me fijo en que tiene unas ojeras moradas muy marcadas. Él tampoco habrá dormido nada esta noche anterior, por lo que veo. Seguro que le ha estado dando vueltas a la cabeza a lo que pasó, tanto las cosas positivas como las negativas. No sé cómo empezar a hablar con él, así que me acerco y le susurro al oído...

- Tenemos que hablar.

Él asiente con la cabeza con una expresión seria. Debe de estar enfadado conmigo también... No entiendo porque hay tanta gente que me odia, se pasan mucho, son excesivos. Y por primera vez, soy yo la persona que dice el "tenemos que hablar". Normalmente, me lo dicen a mí, y yo prefiero no tener que enfrentarme a ello. Por eso, ha sido un acto muy valiente por mi parte.

Cojo las cosas mínimas para darme una ducha rápida y meterme ya en la cama, estoy agotada. En el tren había mucha gente, han sido muchas horas y hacía mucho calor. El destino me estaba pidiendo a gritos que no viniera. Sin embargo, no soy de abandonar en el primer obstáculo que se me pone por delante.

Cuando termino, ya tengo el pijama puesto y veo que Álex sigue en mi cama con el móvil. Rebeca y Érica parece que se han dormido y, Dani y Laila se están morreando en la cama de él. ¡Por favor, qué asco! Yo creo que de verles así sólo un par de veces, me estoy empezando a traumatizar.

- Fuera de mi cama, anda –le digo en voz baja -él no protesta y se cae en su colchón. Al estar cerca de la puerta principal, llego fácilmente al interruptor de la habitación, por lo tanto, lo apago sin preguntar a nadie-. ¡A dormir ya, hombre! –nadie me responde y los restantes vamos cayendo despacio en un sueño profundo.

·

A las siete de la mañana en punto, noto una mano en mi espalda que me está dando golpecitos. Por el aroma, puedo decir con seguridad que es Álex, pero no estoy por nadie ahora mismo. Con lo a gusto que se está en la cama, entre las sábanas, con el calorcito que se ha ido acumulando por la noche...

- ¿Te vienes al lago? –me pregunta.

En realidad, sí que quiero ir para despejarme, como hago siempre. Además, los dos podemos aprovechar para hablar sin que ninguno de ellos nos escuche ni nos moleste. Y con esto, me refiero a Laila. Quizás sea la mejor manera de alejarnos de ella, ahora que está roncando y que parece que no haya roto nunca un plato, la cabrona.

Tardo, por lo menos, un cuarto de hora en despejarme del todo. Entre que no me puedo levantar, los bostezos, estirar los músculos  y que está el ambiente muy oscuro, aquí no hay quién se levante. Finalmente, con ayuda de Álex, me deshago de las sábanas, me visto y, como siempre, nos vamos juntos al lago. Nos sentamos en el borde, poniendo los pies dentro del agua. En el camino no hemos dicho nada. No tengo ni idea de qué decir...

- ¿Por qué has venido? –me pregunta. Por algo se comienza.

- Vine porque necesitaba hablar contigo –le miro a los ojos, pero me imponen, así que aparto la mirada-. Me arrepiento de muchas de las cosas que dije...

- ¿Cómo por ejemplo? –enarca las cejas-. Valeria, todo lo que dijiste era cierto... Tenemos que hablar de lo que pasó hace años.

Suspiro... No sé si estoy preparada para enfrentarme a mi pasado y añadiéndole el plus de que lo voy a hablar con Álex. Resultará muy duro para mí, pero él también tiene razón: debo avanzar. Debemos avanzar... Sobre todo, porque por mi parte, no dejo de ser un tropiezo para los dos... Y no puedo seguir así.

- Dime lo que pienses –añade. Me tomo unos segundos...

- Pues... Estoy... Estuve hecha una mierda durante mucho tiempo–lo explico del tirón-. Estaba muy enamorada de ti y entré en una depresión muy fuerte. No tenía a mi padre, ni a mi madre. Estaba sola, completamente sola y sin ti. Fuiste la persona más importante en mi vida, incluso llegué a pensar que eras el hombre de mi vida. Te tenía idealizado, por lo que se ve. Fue un golpe muy duro –muevo los pies dentro del agua.

- Vaya... Yo... No sé qué...

- Ya... Lo sé –le interrumpo.

- Quiero que sepas que yo tampoco lo pasé bien –iba a responderle, pero decido callar el impulso-. No lo pasé bien cuando te fuiste de golpe a otra ciudad, me dolía mucho lo que te hice. A los pocos meses, ya no te podía sacar de mis pensamientos. Iba a más... -suspira y hace silencio unos segundos-. Siéndote sincero, tuve otras novias, pero las dejé porque te tenía clavada en el pecho y con cada beso que daba a otra, dolía más. Te comparaba con todas, y siempre ellas acababan perdiendo...

- ¿Prometes que no me estás mintiendo? –le enseño mi dedo meñique y lo entrelaza con el mío.

- Nunca más... -sonríe-. Estos últimos meses ya estaba empezando a superarlo un poco, pero eres imposible –dice riéndose y contagiándome-. Y claro, cuando viniste hace una semana... Se me echó el mundo encima. Además, tu cambio físico y de carácter, me impactó. Casi que no te reconocí –me río-. ¿Se puede saber por qué has cambiado tanto?

- He crecido –respondo mirándome el cuerpo.

- Sabes que no me refiero a eso.

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