Final 1: Epílogo.

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Narrador omnisciente.

La chica de dieciséis años dejó el libro encima de la mesa, con cierta furia. Todavía con algunas lágrimas marcadas bajo sus ojos.

-¿Enserio, mamá?-Le preguntó a la mujer que fregaba los platos. Dejó por un segundo lo que estaba haciendo para mirar a su hija.

-¿No te ha gustado?

-¡No! ¡Has matado a todos!-Dijo cruzándose de brazos. Una triste sonrisa se dibujó en la cara de ella.

-Quería un final trágico, y lo he conseguido.

-No, has conseguido que llore. ¿Cómo has podido matar al tío Merle? Peor aún, ¿cómo has podido matar a papá?

-¿Tengo que repetirte lo de el final trágico?

-Incluso has matado a Eva, mamá, a Eva. Una embarazada. ¡Estás loca!

-Relájate, sólo es ficción.

-Lo que tú digas...-Se acercó a la puerta principal de la casa con paso pesado.-Me voy a ver a Carl y a Judith. Y de paso saludo a Ana y a los mellizos.

-Vale, cielo.-Cuando su hija abrió la puerta no pudo evitar advertirla.-Ten mucho cuidado, Mels.-Ella salió de la casa haciendo un gesto con la mano.

Ella conocía el riesgo que ya no existía en las calles, pero que una vez fue fatal para ellos. Conocía la muerte de cerca. Las lágrimas comenzaron a escaparse de sus ojos cuando recordó lo que sucedió aquel día. Cómo mató a aquel hombre para defender a los suyos, cómo todo el edificio se derrumbó cuando activaron las bombas. Y cómo los caminantes dejaron de aparecer en sus vidas. No sabían el por qué, pero estos, poco a poco, comenzaron a aparecer de cuando en cuando a lo largo de los años. Ya apenas quedaban de ellos. Pero era igual. Lloraba por todo lo que había causado a lo largo de su vida.

La puerta principal volvió a abrirse, y cuando el cazador la vio ahí parada, llorando sobre el viejo libro escrito a mano con todo lo sucedido en sus vidas, comprendió todo.

-Lo ha encontrado, ¿eh?-Ella asintió.

-Estuvo buscando en la buhardilla y lo encontró, le dije que podía leerlo, que lo había escrito yo.

-¿Cuanto ha tardado en leérselo?

-Dos días.-EL cazador sonrió, orgulloso.

-En eso a salido a ti.-Una tonta sonrisa se dibujó en su cara. Asintió levemente. El cazador la acercó a su pecho y la abrazó. Sabía lo mucho que había sufrido para escribir aquel libro. Cuando Mélody no era más que un bebé de dos años, ella se tiraba noches enteras escribiendo y llorando por todo lo que había pasado. Los recuerdos eran dolorosos para todos, pero ella fue quien más muertes causó aquel fatídico día.

-Eh, cálmate, estamos bien, es lo que importa.-Dijo secando las lágrimas de la mujer con sus pulgares.-Vamos a salir con todos a la calle, y no va a pasar nada. Ya no va a pasarnos nada.-Ella asintió, todavía entristecida.

-Te amo, Daryl.-Él sonrió.

-Ya lo sé.-Ambos rieron y salieron de la casa. Los niños jugaban tranquilos en la calle. Ya no había peligro dentro de esos muros. Una pareja se acercó a ellos.

-Bueno, me parece que seremos consuegros.-Dijo Eva sonriendo.

-¿A qué te refieres?-Pregunto Carol.

-Bueno, tu hija y mi hijo...-Contestó L, dejando la frase en el aire.

-¡¿Qué?!-Casi grito Daryl.-No, no, no. Sólo tiene dieciséis años. ¡No tiene edad para eso!-Se marchó corriendo, dejando a los otros tres con su risa ante la escena. Gritaba el nombre de su hija a todo pulmón, esperando que esta saliera de dónde quiera que estuviera.

-¿Ya se ha enterado?-Dijo Niall a su derecha, acompañado por una feliz Carmen. Todos asintieron.

-¿De qué coño estáis hablando? y ¿ por qué está gritando la nenaza de mi hermanita?-Pregunto Merle.

-Mélody, que al parecer tiene novio.-Contestó Carol de forma despreocupada.

-Ahora lo entiendo. Dime que al menos es de su edad y no va a hacer como tú...

-Es Mello, gilipollas.-Todos rieron. Todos sus amigos llegaron, y comenzaron a hablar entre ellos. L le reprochaba a Niall que todavía le debía una ración de su comida. Adrien llamaba puta a Carmen. Marta estaba abrazada al brazo de Matt. Y ella. Ella sólo se sentía extraña en aquel despreocupado mundo que habían creado.

Muchos no podían creerse aquello. Todo tranquilo, feliz y sin caminantes ni gente que quisiera exterminarlos. Había mucha paz. Demasiada. Antiguamente se solía decir que "después de la tormenta siempre sale el sol" o "después de la tormenta siempre hay calma". Pero para ellos, llegaría la tempestad.

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