8. El plan

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Nos encontramos en una bodega construida en su totalidad de madera: el suelo, las paredes, las cuadernas... todo es madera por aquí. Me pregunto cuántos árboles hacen falta para poder construir una bodega tan amplia.

El espacio está completamente cerrado, salvo por unas pequeñas rendijas verticales a través de las cuales puedo ver el mar. Monigote y yo estamos sentados en el suelo, mientras que el caballero se encuentra de pie, mirando el barco como si estuviese admirando la construcción. Lo mismo él ya ha calculado cuánta madera hace falta. Monigote está pasmado con cara de bobalicón, es muy gracioso.

—¡Pues nada! —Dice el caballero después de un pequeño suspiro—. Ahora toca viaje en barco.

—¿Por qué no les dijimos que no estábamos robando? —pregunto.

—¿Tú crees que con su cofre en nuestras manos podríamos decir eso? Esta gente no nos creería. Son piratas, lo de razonar les va muy poco. Es mejor pasar lo más desapercibido posible y discutir poco con ellos.

—¿Y ahora qué hacemos?

—¡Tranquilidad! Tengo un plan.

—¿Tienes un plan? — el caballero se ríe tras escuchar mi pregunta y eso me relaja— ¿En serio? ¿Ya te ha dado tiempo de idear un plan?

—Por supuesto. ¿Tú te has fijado que solo nos han quitado las armas?

—Sí.

—Mira esto.

El caballero mete la mano en una especie de bolsillo del pantalón y saca la Poción del Surf que le había dado el mago.

—¡Esto va a ser la bomba! —dice con una sonrisa de oreja a oreja mientras se acerca a uno de los ventanucos y vacía la botella entera en el agua—. ¡Agárrate fuerte!

De repente se oye un estruendo y el barco se empieza a sacudir con violencia. Puedo ver por uno de los ventanucos cómo se genera una ola monstruosa que hace que el barco se eleve varios metros sobre el resto del mar. En nuestros cuerpos sentimos un brusco empujón hacia atrás, causado por un incremento de velocidad exagerado. Yo me agarro a una columna estructural del barco intentando que el movimiento no me proyecte contra la pared.

Afuera hay mucho ruido. Se mezclan el sonido del viento huracanado y el mar embravecido junto con los gritos de muchos piratas. Yo creo que están todos gritando. Todos menos los mudos. Por los ventanucos, veo caer cosas cada pocos segundos: un barril, una espada, un sombrero, un balón de fútbol...

Con dificultad escucho al caballero que me habla a gritos. Se ha conseguido agarrar a las cuerdas que sujetaban unos barriles y que ahora lo sujetan a él.

—¡Menudo susto se tienen que haber llevado los piratas! —grita entre risas.

—Los piratas y Monigote. ¡Míralo! —le digo señalando a nuestro fiel garabato viviente.

Monigote está abrazado con brazos y piernas a una columna, boca abajo, en una postura rarísima. No sé cómo ha hecho para agarrarse de esa manera. Sólo de verlo, aunque estemos en medio de un tsunami, me da la risa. El caballero lo mira y empieza a reír conmigo. El barco se desplaza a toda velocidad, cabalgando una ola imposible. Es todo un barco surfero. Cada poco tiempo vemos caer a algún pirata por la borda y otros objetos que no diría yo que deberían formar parte del mobiliario de un barco pirata: una mesa de ping-pong, unos bolos con su boliche, una máquina de refrescos...

En la cubierta, la fuerza del viento y de la ola, que hacen avanzar tan rápido el barco, deben ser demoledoras. Todos los piratas que no han caído deben andar agarrados a lo que hayan podido encontrar, pero estarán perdiendo las fuerzas. Tenemos suerte de estar en la bodega, aquí el viento no nos azota. Aunque entra con violencia por las rendijas de ventilación, no empuja tanto como si estuviésemos fuera, eso seguro.

—¡Agárrate! —grita el caballero mirando por la ventana—. ¡Vamos a alcanzar la costa!

Momentos después, todos gritamos entre violentas sacudidas.

Momentos después, todos gritamos entre violentas sacudidas

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Hola!! Este capítulo ha sido un poco corto, lo sé. Pero... ¿No merece un voto?

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