30. Poltergeist

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—¿Nos separamos? —pregunta el caballero —. Quizás así nos sea más fácil encontrarlo.

—Me parece bien —contesto.

El barco tiene dos puertas para acceder a su interior, una en cada extremo. Miro a la que tengo más cerca de mí.

—Yo voy por aquí —digo.

—De acuerdo. Iré por la otra —asegura mientras va en dirección contraria.

Abro la puerta. Un chirrido fuerte suena mientras lo hago. Intento no hacer demasiado ruido, pero la advertencia de que voy a entrar ya se la he hecho a todos los fantasmas de este barco y de cualquiera que esté a la vista. A pesar de todo, intento abrirla con toda la suavidad que puedo, quizás quepa la posibilidad de que no me oigan llegar, aunque yo creo que está muy claro que ya lo saben. Debí hacer aquel curso de espía por correspondencia que me ofrecieron en mi anterior trabajo.

Un aire frío recorre mi cuerpo de repente. Es una sensación extraña. A pesar de que hace calor me estoy congelando. Incluso sale vapor de mi boca al respirar, es muy raro. Camino despacio. Las maderas de este barco crujen mucho, parece que estoy caminando sobre patatas fritas. De esas de bolsa, ¿eh? De las otras no. Si fuesen patatas fritas normales, mi ruido sería más bien "chof, chof" y esto es del tipo crujido "crec, crec".

La luz es muy tenue, puedo distinguir el espacio ante mí con facilidad pero los contrastes se me hacen difíciles. Si hay varios objetos del mismo tono reunidos, me costará ver dónde acaba uno y dónde empieza el otro. Estoy en un corredor muy largo con muchas puertas a los laterales. Supongo que la mayoría serán para dormir. A lo lejos veo cómo el pasillo tuerce hacia la derecha. Me pregunto si los fantasmas duermen.

Al final del corredor veo cómo una tela que estaba sobre una caja se desliza hacia el suelo. Se cae sin que "nadie" la toque. Nadie que yo pueda ver al menos. Me quedo mirando, sin moverme. Pero parece que nada más ocurre.

Abro la primera puerta que tengo a mi izquierda. La sala está llena de comida de todo tipo, sobre todo mucha fruta. La brújula no está aquí. Salgo de la habitación y oigo un portazo al fondo. Me doy cuenta de que la sábana vuelve a cubrir la caja como si no se hubiese caído jamás. Abro la nueva puerta que tengo justo delante y, aparte de un minigolf desmontable con sus palos correspondientes, tampoco veo nada especial. La brújula no está aquí.

Una libreta cruza volando mi campo de visión justo delante de mí. Describe una trayectoria como si hubiese sido arrojada desde una de las habitaciones. A mi espalda oigo un ruido. Algo ha caído a mis espaldas. Me giro, pero no puedo ver nada. No sé qué ha sido.

Me vuelvo a girar y de repente veo un balón de playa que viene contra mí como si hubiese sido golpeado desde lo lejos. Inclino mi cuerpo con velocidad para esquivarlo. ¡Me ha pasado muy cerca!

Continúo andando y abriendo puertas, pero ni rastro de la brújula por ninguna parte. Alcanzo el final del pasillo y encuentro unas escaleras que bajan al nivel inferior. Se oyen ruidos en la planta baja. Empiezo a bajar despacio, por unas escaleras que también parecen hechas de patatas fritas.

Me asomo lentamente y de repente me encuentro un espectro que se viene hacia mí flotando a toda velocidad, en el último momento, antes de atravesarme, gira hacia un lateral y desaparece tras una puerta. Me caigo al suelo sobre mi trasero, apoyando las manos detrás de mi espalda. ¡Vaya susto! Casi me sale el corazón por la boca, me he quedado inmóvil, no puedo moverme.

De repente, justo por el lugar donde desapareció el espectro, vuelve a aparecer. Toma un aspecto mucho menos transparente que cuando lo vi momentos antes.

—¿Te encuentras bien? —me pregunta amigablemente.

—Sí —digo todavía en el suelo.

Empiezan a aparecer fantasmas de todas partes y me rodean.

Sandwich de dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora