26. El Rey de los Piratas

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Tomamos varias calles estrechas por el interior de la villa. Llevo de escolta a dos piratas, el mismo que organizaba el concurso de arquería y otro más. Al llegar a una zona un poco más tranquila que el resto de la villa, nos dirigimos hacia una casa grande y achatada, de una sola planta, está situada en una pequeña plaza. Justo a la entrada, hay un pirata borracho con una botella en la mano hablando solo. Supongo que estará contándole algo importante a su alter ego, el no borracho, porque el tipo se expresa con mucha seriedad.

El jefe de mi escolta abre la puerta y me hace pasar. Es una taberna pirata. Hay una enorme barra, con barriles detrás y muchas botellas todas con el mismo líquido en el interior, puede que sea grog, aunque ni esto es Monkey Island ni el pirata que viene conmigo parece Guybrush Threepwood.

Caminamos entre las mesas hasta una que hay al fondo de la taberna, donde se reúne un gran grupo de piratas con jarras de cerveza. Siento un empujón del tipo que llevo al lado y con otra suave invitación me obliga a sentarme. Ni él ni su acompañante parecen dispuestos a sentarse. El Rey de los Piratas debe de ser alguien muy temido en esta zona.

Al fondo de la mesa hay un individuo con un parche en el ojo. Es bastante mayor o quizás es alguien que está muy cascado por llevar muchos años bebiendo y fumando. Es un hombre huesudo que en la parte de arriba solo lleva un raído chaleco, así que tiene su pecho y barriga al aire.

—El Rey de los Piratas dice que te acerques —dice el pirata parcheado con voz estropeada.

Soy muy obediente cuando se trata de piratas, así que me levanto y camino alrededor de la mesa en la dirección que me ha indicado el intento de cíclope con un huesudo dedo.

A medida que avanzo consigo perspectiva desde la cual por fin me veo cara a cara frente al temido Rey de los Piratas.

No puede ser... ¡Es Monigote!

—El Rey dice que se alegra de verte —dice el secuaz— y que siempre estará en deuda contigo.

—¡Ohhh! —se hace una ovación en la mesa y luego, el silencio inunda todo el local. Acabo de convertirme en la expectación del lugar.

—Yo también me alegro de verte. Me alegro de que te vaya tan bien. —Ciertamente me esperaba más que se hubiese abierto una tetería que esto. O un club de mimos.

—El Rey dice que tú no serás tripulación de nadie. No asumirás tal contrato. —Los piratas de esta mesa están completamente anonadados.

—Muchas gracias —contesto.

—Me dice que te otorgue esto. —Monigote le alcanza un objeto a su mano y el esbirro estira el brazo para dármelo a mí. Abre la mano sobre la mesa, poniendo a mi vista un colgante de aspecto metálico justo delante de mí.

Parece hecho de algún tipo de metal precioso. Toda la cadena es de un material parecido a la plata, pero no brilla ni tiene el mismo tono. Es un poco azulado de tonalidad, una especie de azul metálico. De él pende un pequeño barquito hecho del mismo material. En el centro, tiene una piedra preciosa incrustada, muy pequeña, de color violeta. El barquito tiene en su vela una especie de sello. Todo el barco está enmarcado en un círculo del mismo material, sobresaliendo un poco la vela mayor del marco del círculo.

—¡Ohh! —otra ovación. Soy el éxito de la sala. Al parecer, los piratas no pueden creerse que me hayan dado este... chisme.

—¡El Sello de la Alianza! —grita un pirata al resto de los que están más alejados en la mesa, que a esa distancia, no pueden ver exactamente lo que me han dado. Después de pronunciar estas palabras, todos murmullan y me miran con admiración. Soy genial, lo sé. Y eso que no han visto mis brazos supersuaves y poderosos.

El esbirro de Monigote se da cuenta de que probablemente no sé de qué va el tema, por lo que empieza a explicarme.

—El Sello de la Alianza es un símbolo que se otorga a los piratas más distinguidos. Solo dos piratas en toda la historia lo han llevado. Este es el tercero que se concede después de varias décadas sin dárselo a nadie. Es un auténtico honor. Cualquier pirata anhela que se le otorgue el sello, mucho más que el más increíble tesoro.

—Muchas gracias —contesto con orgullo. Me fijo alrededor y puedo ver que nadie en la mesa, ni siquiera el propio Monigote, lleva este colgante puesto. Me lo cuelgo al cuello, la cadena es holgada y pende a la distancia de una mano desde la garganta.

 Me lo cuelgo al cuello, la cadena es holgada y pende a la distancia de una mano desde la garganta

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—Llevar este colgante supone el más alto honor para cualquier pirata. Es el distintivo que significa la más alta distinción y reconocimiento entre todos los piratas —continúa el uniojo en tono solemne, incluso su voz parece que ha mejorado.

—Entiendo —contesto con seguridad.

—Este sello refleja el código de honor pirata en su máximo esplendor. Nadie se atrevería a portar el sello sin haberlo recibido con honores, pues sería una auténtica vergüenza a los ojos de cualquier pirata. Por eso, si se encontrase este sello por accidente, aquel que lo encuentre está obligado a devolvérselo a la persona que se le ha otorgado la distinción. Ningún pirata deberá ponerse jamás tu sello. Ten por seguro que la mayor parte de los piratas no se atreverán a hacerlo. Desde este mismo momento solo a ti te pertenece.

Se hace una pausa solemne. Todos los piratas se han quitado el sombrero y mantienen su cabeza ligeramente agachada, en señal de reverencia. El pirata continúa su discurso.

—Cualquier pirata brinda respeto a todo aquel o aquella que porte este sello. Solo se puede conceder a alguien que vaya a ser imparcial y justo, alguien que jamás abusaría de su situación de superioridad ante los demás piratas. Desde este momento, serás símbolo de dignidad y respeto y como tal, has de hacer un juramento aquí ante todos los presentes.

—De acuerdo —expreso con toda la solemnidad que requiere el momento. Toda la audiencia se pone en pie mientras el del parche en el ojo saca un viejo pergamino de una pequeña bolsa de cuero que le cuelga de la cintura.

—Leerás, bajo juramento, el contenido de nuestra máxima ley —prosigue el pirata mientras va pasando de mano en mano el pergamino hasta que llega a mis manos. Con delicadeza desenrollo el pergamino y leo en voz alta.

—Juro ante el Rey de los Piratas que cuidaré por el cumplimiento de lamáxima ley de los piratas. Desde hoy y en adelante, prometo que jamás, jamás,nunca jamás, usaré chancletas con calcetines.

 Desde hoy y en adelante, prometo que jamás, jamás,nunca jamás, usaré chancletas con calcetines

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Me estoy preguntando ahora mismo si alguna vez has usado chanclas con calcetines. Si es así, prometo no decir nada a nadie pero recuerda que si esperas dedicarte alguna vez a la piratería, te recomiendo que te lo pienses...

¿No querrás ofender a todos estos piratas?

Sandwich de dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora