46. Desde arriba

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Hace bastante tiempo que hemos dejado la feria atrás, llevamos varias horas de camino por el desierto, en silencio. Ahora, el árido paisaje se ve presidido por una casa en el horizonte. Desde aquí se puede ver la vivienda rodeada por una valla que delimita un terreno en mitad de la nada. Al lado de la casa se ve un cobertizo y, en el terreno frontal de la casa, una construcción gigantesca que desde aquí no distingo bien. No puedo deducir lo que es aunque a simple vista parece un barco. ¿Un barco en este desierto?

—Vamos a aquella casa, a ver qué vemos —me anima el caballero.

—Estaba pensando lo mismo. Me muero de sed, quizás tengan un poco de agua.

Caminamos en dirección a la casa. Mientras nos acercamos, puedo ver a un hombre muy atareado con herramientas que trabaja en lo que ahora confirmo que es un barco. Un barco varado en medio del desierto. Es bastante curioso.

—¡No me lo puedo creer! —exclama el caballero a voz en grito—. ¡Es el bueno de Led!

El hombre posa un martillo en una mesa y nos mira con asombro.

—¿Pero qué haces tú aquí? —pregunta el tal Led con mucha alegría mientras se acerca al caballero.

Ambos se dan un abrazo y después la mano. Sin soltársela siguen hablándose.

—¡Cuánto tiempo! Pero, ¿tú que estás haciendo aquí? —pregunta el caballero mientras agita la mano que le tiene estrechada.

—Hace mucho que estoy aquí. Me he venido a vivir. Ya me conoces, necesitaba un sitio para mis trastos y qué mejor sitio que este desierto. ¡Tengo espacio de sobra! —Led cambia su tono de voz por uno un poco más tranquilo—. Cuéntame ¿cómo te va a ti?

—Estupendamente. Al final me he decidido por cazar dragones.

—¿En serio? ¿Para la franquicia esa?

—Sí. Es un trabajo con mucho movimiento. Me encanta —contenta mi coleguilla entusiasmado.

—Es un trabajo que te pega —confirma Led.

El hombre del desierto se fija en mí, y ante la descortesía de mantenerme al margen de la conversación, me dirige la palabra.

—¡Pero no os quedéis ahí! Vamos a resguardarnos de este terrible sol.

Led nos hace un gesto para que le sigamos. Subimos por una pasarela del navío y nos dirigimos hacia la proa, donde está el camarote del capitán. Entramos a su interior. Aquí hace mucho más fresco que en el exterior. Es una sala muy bien adecentada, con una amplia ventana que abarca toda la proa del barco. Led agarra unas sillas y las separa de la mesa.

—Sentaos, sentaos —nos pide animoso mientras abandona la sala a toda prisa.

Al cabo de breves instantes, vuelve con una jarra llena de agua y un queso seco bastante sabroso. Al momento le hemos hincado el diente al queso. Es muy intenso de sabor, de esos que hay que masticar infinitamente hasta poder tragarlo y que se deshacen como si fuesen harina. Está riquísimo. Me ventilo varios vasos de agua con ansiedad, estaba al borde de la deshidratación. Nuestro anfitrión aparta una silla de la mesa y se sienta. Cruza las manos con los dedos entrelazados y apoya los brazos en la mesa.

—¿Qué hacéis por aquí? —pregunta con mucho interés.

—Estoy cazando un dragón. Supersabio me ha indicado que yendo hacia el Norte, en este bosque —comenta el caballero mientras saca un mapa y señala en él— hay un dragón.

Led se inclina sobre el mapa para mirarlo mejor. Se queda absorto en él. Al cabo de un momento desenlaza las manos y señala con la derecha en un punto del mapa.

Sandwich de dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora