31. Ojos de fantasma

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El barco se detiene en un embarcadero viejo. Está vacío, no hay más barcos alrededor. Pero parece que todavía se utiliza. Da la impresión de que es antiguo y ha perdido todo uso comercial. No hay ciudad portuaria ni comercios alrededor. El lugar está completamente solitario.

—¡Hemos llegado! —grita la capitana.

—¡Poltergeist! —vocea uno de los fantasmas.

—¡Poltergeist! —gritan todos los fantasmas al unísono.

Se agitan mucho, flotando en todas direcciones. Todo tipo de objetos se mueven y flotan en un baile caótico en todas direcciones. De repente cesan de moverse. Justo en ese instante, todos los espectros se ríen. Son juguetones, se ven muy graciosos.

—¡Que os vaya muy bien! —dice la capitana flotando hacia nosotros. Nos da un abrazo, empezando por el caballero. Tan pronto me abraza, vuelvo a sentir ese frío intenso que me congela.

Ella se ríe. Parece que se da cuenta de lo que me ocurre.

—Somos fresquitos ¿Verdad? Cuando no estáis acostumbrados a nosotros tenéis frío. Con el tiempo se os pasa. Poco a poco podéis habituaros a que os toquemos —después de soltarse del abrazo, la fantasma revolotea un poco más, girando sobre sí misma. Es muy alegre ella, dicharachera y pizpireta.

—¿Esa ropa es de Aila? —pregunta un fantasma tocando mi camiseta superchula.

—Sí. ¿La conocéis? —pregunto.

—Todos los fantasmas conocemos a Aila. Es muy llamativa para nuestros ojos. Nuestra vista es diferente a la vuestra...

—¿Cómo la veis vosotros? —No puedo contener la pregunta, cada vez que se habla de Aila tengo ganas de saber más.

—Nosotros la vemos brillante. Emana luz —comenta el fantasma.

—Ellos no la conocen, pero yo sí —interviene la capitana. Somos amigas. No suele relacionarse mucho con la gente de tu especie. ¿Tú la conoces? —me pregunta.

—Sí. Sí que la conozco. La ropa me la regaló ella. ¿Por qué dices eso? A mí me pareció simpatiquísima, no me dio la sensación que no quisiese hablarme.

—Claro que lo es. Es limpia como el agua y ligera como la brisa. Tiene un corazón brillante, es muy generosa. Pero no tiende a relacionarse o establecer amistades con los vuestros.

—¿No le gustamos?

—No es eso, es que ella es diferente. No tiene vuestro estilo de vida. —La fantasmas hace una pausa, como pensando una manera mejor de explicármelo—. Dime..., si no te gustase lanzar con el arco, ¿irías todos los días a un club de tiro? A ella le pasa exactamente lo mismo —dice sin esperar una respuesta obvia—. Es diferente a vosotros y con vosotros está fuera de lugar. Aunque una cosa es cierta, pasar mucho tiempo con Aila, supone un riesgo para ella.

—¿Por qué?

—Porque os remueve los cimientos. En ella veis lo que no conseguís hacer por vosotros. Veis a alguien libre y os asustáis. Antes que revisar vuestros propios valores y mirar hacia vuestro interior, la criticáis —dice en tono desenfadado, sin rencor.

—¿Es un fantasma? —pregunto con curiosidad.

—No, no —dice mostrando un gesto de profunda convicción.

La pirata revolotea y se asoma por la borda. Mira un poco hacia tierra, como queriendo disfrutar del paisaje. Se gira y vuelve flotando hacia nosotros.

—Hace mucho que no veo a Aila. ¿Le darás un saludo de mi parte cuando la veas? —me dice con cara de melancolía.

—¡Por supuesto! —contesto intentando infundirle seguridad de que lo haré—. ¿Cómo te llamas?

—Me llamo Esera —dice sonriendo.

—Ten por seguro que lo haré, Esera —sentencio.

—¡Gracias monada! —contesta dando un giro sobre sí misma.

Nos dirigimos hacia el puerto, bajando una pasarela que nos han tendido otros fantasmas mientras estábamos conversando.

—¡Hasta pronto! —exclaman los entes espectrales desde la borda.

—¡Adios! —dice Esera con el conjunto de la tripulación dando alegres giros sobre sí misma.

—¡Adios! —nos despedimos con ambas manos y una sonrisa en el corazón.

Sandwich de dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora