14. Ventisca

1.7K 343 276
                                    

Caminamos por una senda estrecha de arena. Es uno de esos caminos que han sido provocados por transitar muy a menudo por ellos. Es estrecho, de trazado ascendente. No es muy incómodo pero sí bastante agotador. Parece que se me va a hacer largo.

Llevamos mochilas. Bueno, más bien son pequeñas bolsas que contienen los objetos que conseguimos del mago. La mía pesa poco, no es muy incómoda. El caballero camina con ligereza, va delante de mí y parece completamente inmerso en sus cosas. Mira alrededor con interés, como si estuviese viendo la televisión o algo así.

Por el camino, de vez en cuando, puedo ver clavados en el suelo carteles de madera. Todos tienen una flecha señalando en la dirección que llevamos, con una inscripción que no consigo leer, ya que usa un alfabeto que desconozco. En este mismo poste que ahora pasamos hay clavado hay otro trozo de madera con una flecha apuntando en la dirección contraria a la que llevamos. Lo que tiene escrito es más de lo mismo: símbolos que no sé interpretar.

—¿Qué idioma es este? —pregunto señalando al cartel.

—Es la Lengua de los Montes —contesta el ilustrado caballero haciendo una pausa. Después de alrededor seis pasos más, continúa hablando—. Hace mucho tiempo, hubo un grupo de personas que se trasladó a vivir a estos montes. Provenían justo de donde venimos ahora, por lo que el origen de su lengua es el mismo que el nuestro y usaban también la misma lengua escrita. Sin embargo, después de mucho tiempo, evolucionó de este modo. Lo que no sé es cómo es posible que pasasen a estas formas tan raras, aunque pero dicen los estudiosos que es el mismo origen que nuestra lengua —repite.

El caballero hace una pequeña pausa, como si estuviese pensando y continúa.

—La gente de los montes montó una buena civilización allí. Tenían de todo y muy buena vida, por lo que bajaban poco de las montañas. Al tener menos contacto con esta región, evolucionó tanto su idioma que acabó siendo completamente diferente al nuestro.

—¿Por qué se fueron a los montes? —pregunto.

—Simplemente ocurrió. Se fueron por gusto, no ocurrió nada ni hubo ningún conflicto. Les gustaban las vistas, el entorno y se fueron —contesta encogiéndose de hombros.

—¿Hace mucho de aquello?

—Unos pocos cientos de años. A día de hoy no sé si quedan montañeses o no. Es posible que todavía haya alguien viviendo por los montes, pero no lo sé a ciencia cierta. Lo que sí te puedo decir es que ya no es la ciudad que hubo en su momento. Solamente quedan restos de casas. Nosotros no pasaremos cerca de la ciudad, que quedará a nuestra izquierda. Pero en esa dirección —dice señalando a unos montes a la izquierda de nuestro camino— hay pequeñas villas completamente abandonadas. Es posible que quede alguna pequeña población de montañeses, pero no tan habitada como antes, eso seguro. Se dice que ya no hay nadie en estas zonas más accesibles. El camino este, por el que vamos, es un camino habitual y por aquí nadie ha visto montañeses. Pero ya ves que esto es enorme. Para saber si queda alguien en alguna zona, habría que hacer una auténtica expedición.

Alrededor de nosotros se ven todo tipo de montes. Algunos tienen muchísima vegetación, superdensa. Otros terrenos son muy escarpados, difíciles de practicar. La zona que estamos atravesamos nosotros es más amigable, más bien como una zona de paso.

—¿Son hostiles?

—No, en absoluto. Los monteses son gente que vive en los montes, simplemente. Son diferentes, pero no malos.

—¿Tú sabes leer este idioma? —pregunto.

—No. Para nada. —Sonríe.

Llegamos a una zona donde el camino se empieza a escarpar mucho más, yo lo definiría como desfiladero aunque más ancho que los que salen en las películas de desfiladeros. A un lado la montaña y al otro un precipicio al que no me quiero asomar. Un cúmulo de rocas que parecen origen de un leve desprendimiento interrumpen el camino. Describen una pared de dos metros y medio de altura. El caballero se quita la mochila y la deja a los pies de la pared. La escala apoyando manos y pies en las rocas que, al estar amontonadas por el desprendimiento, son fáciles de escalar.

Sandwich de dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora