Sin dudarlo ni medio segundo, cojo otra flecha. La coloco en la cuerda y tenso el arco. Una vez más el arco alcanza una tensión que apenas puedo contener pese a mis fuertes brazos. Inhalo un poco de aire y contengo la respiración. Apunto en dirección al Maxitauro. Aguanto medio segundo más. Me aseguro. Esta vez me ahorro lo de sacar la lengua, creo que no me beneficia demasiado. Me fijo en su movimiento, es la mía. Suelto la flecha y sale disparada a toda velocidad.
La flecha vuela tan rápidamente que alcanza directamente al objetivo en un muslo. ¡Bingo! El Maxitauro emite un bramido que resuena en toda la montaña, se gira y me mira fijamente.
—¡Bien hecho! —grita el caballero desde la distancia. Este aprovecha para coger otra roca y tirársela encima, le cae en un cuerno, provocándole que la cabeza se le ladee. La piedra acaba golpeándole un hombro antes de caer al suelo. Maxi El Cabreado bufa y empieza a correr a velocidad de sprint en mi dirección. Parece que el enfado le ha dado energías y ahora corre mucho más que cuando nos conocimos. Definitivamente, no viene a ofrecerme pastitas.
—¡Corre! —escucho decir al caballero con todas sus fuerzas.
—¡Me parece bien! —asiento en el mismo tono.
Me giro y acelero con una velocidad pasmosa, en menos de medio segundo ya estoy al máximo de intensidad que puedo desarrollar. Velocidad de rayo nivel 5. Si Usain Bolt me viera ahora mismo, estaría orgulloso de mí.
Maxitauro me come metros con mucha facilidad, tengo que darme prisa en alcanzar la entrada del pasillo. Arco en mano, doy zancadas con todas mis fuerzas. A esta velocidad el movimiento de mis brazos es muy rápido y amplio, creo que bastante profesional. La longitud del arco es elevada, por lo que corriendo de esta manera podría tropezar en cualquier momento. He de tener cuidado. Corro por delante del toro con todas mis fuerzas, ¡San Fermín!
Alcanzo la entrada del pasillo, por fin. Sin siquiera mirar atrás, sigo a toda mecha hasta que oigo cómo el animal colisiona contra la entrada. Continúo a toda velocidad y alcanzo una bifurcación hacia la derecha. Poco después de tomar este desvío, oigo cómo una roca colisiona contra el suelo. Ha sido lanzada por Mister Simpatía.
No puedo oír al caballero desde aquí, pero seguiré moviéndome. Hay demasiado ruido de rocas y golpes. No tiene pinta de vaya a dar la vuelta, se ha cegado conmigo. Si consigue abrirse hueco en la entrada, llegará hasta mí con facilidad, he de seguir corriendo. Confío en que el caballero me lea la mente y se esconda él también.
Por el camino me angustio, ¿cómo voy a encontrarle de vuelta? He perdido la orientación por completo, y vete tú a saber en qué dirección está yendo él. Continúo haciendo abuso del verbo del día: correr, y mucho, hasta que se me agotan las fuerzas. Ya no puedo más, me tengo que parar. Mi respiración va a tope, mi corazón va a estallar. Es normal, ¡es San Valentín! Jadeo de manera que hasta me duelen los pulmones. Me giro para mirar hacia atrás, sin parar de moverme. Ahora camino con un cansancio que apenas me deja moverme.
Se sigue oyendo ruido de golpes a lo lejos, el animal sigue en plena actividad buscando la manera de llegar hasta mí. Creo que se ha enamorado, tal vez de la suavidad de mis brazos.
De repente se oye un estruendo muy, muy fuerte, estremecedor. Proviene de la zona de la que vengo. Con las pocas fuerzas que me quedan vuelvo a ponerme a correr.
Mis movimientos son muy torpes, casi no tengo energía. Me cuesta avanzar y orientarme. De repente siento el vacío delante de mí. ¡He tropezado con algo! Me caigo de cara, estiro los brazos para parar la caída a la vez que suelto el arco. Un primer impacto contra las manos y siento que caigo por una pendiente, ladeo el cuerpo y comienzo a rodar. Me golpeo un hombro, doy una vuelta lateral, caigo contra el mismo costado, otro golpetazo más. Cojo algo más de velocidad y la siguiente vuelta la doy sin tocar siquiera el suelo. Vuelvo a aterrizar, otro mamporro. Se invierte mi dirección de giro. Doy cuatro o cinco vueltas, y alcanzo por fin el final de la pendiente. Esto sí que es hacer la croqueta y no la caída del pogo.
Los golpes que no me ha dado el búfalo loco, me los he dado yo contra el suelo. Me duele todo y a eso he de añadir el agotamiento de las carreras. Ahora sí que no puedo moverme. Me quedo disfrutando de unos instantes de paz, recomponiéndome, boca arriba. Muevo ligeramente el cuerpo para ver si está todo bien. Parece que sí.
Mi respiración va bajando poco a poco de intensidad, mi pulso también. Intento relajarme y recuperarme lo más posible. Espero que al caballero le vaya bien.
Poco a poco recupero mi respiración normal. Me quedo aquí un ratito más.¡Qué descanso!
ESTÁS LEYENDO
Sandwich de dragón
Adventure¿Alguna vez has probado un sándwich de dragón? ¿Has luchado contra piratas o bebido cerveza fantasma? ¿Creíste posible crear un golem o bailar con zombis mientras tienes que soportar los insorportables versos de La Muerte? Surfea con los protagonist...