34. Carnet de Cazadragones

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Un leve movimiento sacude la barca. Me incorporo para sentarme y veo tierra. La sacudida debe de haber sido provocada al embarrancar en la orilla. El caballero salta de la embarcación a toda velocidad y echa a correr como si la barca estuviera en llamas.

Yo hago lo mismo y salgo detrás de él. Con esta niebla sería fácil perderlo de vista. Mientras corro, me doy cuenta de que debería darle las gracias al barquero.

—¡Gracias! —grito mientras me giro agitando la mano—. ¡Gracias por llevarnos!

—La penumbra se ha adueñado ya del todo y ha forjado en hierro lazos inquebrantables con los sentimientos más enterrados del alma... —le oigo decir. El bicho este sigue con sus sentencias. ¿Se las irá inventando sobre la marcha o se las habrá aprendido?

—¡Espera!, ¡Espera! —grito al caballero que sigue corriendo despavorido. Al ver que voy corriendo detrás de él, mantiene su ritmo.

—¡Vamos! —me grita—. Vamos bastante bien. Ya veo la salida de aquí.

A lo lejos puedo ver cómo aumenta la claridad. Parece que encontramos la salida de la Laguna Siniestra. Al cabo de un poco, el caballero baja el ritmo. Ya no corre como si estuviésemos huyendo, pero seguimos corriendo igualmente, ahora con más suavidad.

Mantenemos el paso de carrera durante bastante tiempo. Calculo que hemos corrido más o menos tres kilómetros. Yo nunca corro tanto tiempo seguido, es mucho para mí. Por fin la claridad se hace hueco en la bruma perpetua de este sitio y el paisaje se transforma en un lugar donde el cielo es azul intenso y la hierba es de color verde muy vivo. Hay flores de color amarillo, pequeñas, esparcidas a lo largo de todo el terreno.

El caballero se para y se tumba boca arriba a descansar. Yo hago lo mismo y me tumbo a su lado. Jadeamos para recuperar el aliento y vemos las nubes pasar.

—Todavía tenemos que adentrarnos más en la región. Los bosques de Suven aún están lejos de aquí —comenta el caballero mientras observa el mapa con los brazos extendidos hacia arriba, en dirección al cielo.

Al momento se levanta, me extiende la mano y me ayuda a levantarme.

—¡Vamos! —dice animoso.

Comenzamos a caminar con paso ligero. Hay una suave brisa que agita mi ropa con ligereza, dada la suavidad de los tejidos. Es reconfortante.

—Nunca he estado por aquí. No conozco nada de este lugar. Suelo trabajar siempre por la misma zona.

El terreno está completamente despejado. Hay pedazos de roca grandes que forman pequeñas elevaciones. La vegetación cubre casi en su totalidad todo el paisaje. Se pueden ver conejos entre las hierbas. Intentan ocultarse de nuestra vista, aunque sin demasiada preocupación. Ninguno sale corriendo.

De repente escucho el trote y piafar de caballos. Miramos hacia un lado y vemos un conjunto de seis caballeros montados en sus cabalgaduras que se dirigen al galope hacia nosotros. Todos llevan armadura, escudos y espadas o lanzas. Los escudos exhiben todos el mismo emblema, que no consigo distinguir todavía. Los caballos son de distintos colores aunque de un tamaño muy semejante.

Cuando llegan hasta nosotros se detienen. El caballero que venía en primer lugar, toma la iniciativa y empieza a hablar.

—¡Cuán novedosa visita tenemos! Semejan vuesas mercedes cazadragones. ¿Acaso aqueste grupo de caballeros yerra en sus pareceres? ¿O estamos en lo cierto? Decirnos, vuesa merced —pregunta en tono solemne, muy finolis.

—Vuestra vista no os falla, ni mienten vuestros sabios presentimientos, nobles caballeros. Águilas he visto con peor capacidad visual. ¡Hermosas monturas, pardiez! —contesta el caballero.

Sandwich de dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora