42. Supermenú

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Caminamos a lo largo de un bosque muy poblado de vegetación de todo tipo. Los árboles mantienen cierta distancia entre ellos, por lo que no es un bosque denso. Sin embargo, la fauna es abundante y variada. Los animales aquí son muy confiados y es normal pasar cerca de los conejos que nos observan pero no se mueven si no nos acercamos demasiado a ellos.

Pájaros de todos los tipos adornan la escena visual y sonora a nuestro alrededor. La brisa corre dulce y perfumada, y contrasta con la agradable temperatura del sol en nuestras pieles. El lugar inspira a desplazarse con suavidad; más que sobre pasto parece que estamos paseando por una especie de alfombra vegetal.

Llegamos a un pequeño pueblecito, muy pequeño. Deben ser como treinta casitas más o menos. Una de ellas tiene un poste vertical al lado, con un extraño icono en la parte superior. La casa tiene enormes ventanas, muy amplias. Se ve a bastante gente entrando y saliendo de ella.

—¿Tienes hambre? —pregunta mi amigo el artificiero.

—¡Oh cielos!, ¡sí, me estoy muriendo de hambre!

—Vamos a comer allí —señala el caballero indicando al edificio con el símbolo en el poste—. Es un restaurante de la franquicia. —Ciertamente, tenía toda la pinta de ser algo así—. Es la compañía para la que yo trabajo.

A pesar de estar en el medio de la nada, una vez dentro se ve a mucha gente comiendo aquí. Comparado con la poca civilización que se veía alrededor, esto está llenísimo.

Al fondo hay una barra. De un lado de la barra hay varios dependientes atendiendo y por detrás de ellos, ajetreados cocineros atienden planchas y freidoras. De nuestro lado de la barra, está la cola para pedir. Los dependientes trabajan a destajo, mientras, desde la cola, puedes ver unos carteles que hay por encima de la barra con los tipos de menú y packs.

Delante de nosotros, hacen turno dos trolls que hablan entre ellos. Los preceden un enano con un hacha y delante de este hay un mago. No es uno como el que yo he conocido sino más bien parece de los clásicos, de esos de barba larga blanca y túnica gris. Un mago vintage.

Los menús tienen combinaciones extrañísimas. Aún no sé lo que me voy a pedir. ¡Nunca sé qué pedirme en estos sitios! Llega nuestro turno y una dependienta con una gorra en la cabeza con el mismo logotipo que vi en la entrada me asalta.

—¿Qué va a ser? —pregunta con prisa.

—Ehm... Quiero un Dragonmenú con dragonpatatas asadas y salsa dragonmaster.

—¿Mediano, Grande, Maxigrande o Hipergolem Rocoso?

—Mediano. —¿Qué demonios será un Hipergolem Rocoso? No tengo ni idea. Seguro que es algo muy grande.

—¿Algún complemento? ¿Nuggets de Hidra, croquetas de Esfinge, mazorca flambeada...?

—No, no... Así está bien —dudo.

—¿Algún postre? ¿Dragonhelado, dragonbolas de plasma, dragonmagma frío...? —Las preguntas y el ritmo machacón al que pregunta el dependiente son casi un acoso. Enerva.

—No.

—¿Para beber? ¿Dragoncola, dragonnaranja, dragonté...? —Qué nombres más espantosos. Menuda horterada.

—Mmm... Dragoncola.

—¿Cola de gorila, de mono, de Fiwtich, de caballo...? —¿¡Qué!?

—¡No! ¡No! Mejor un dragonagua.

—¿Quiere decir agua? —pregunta con cara extrañada.

—Agua. Sí.

—¿De manantial, de río, de lluvia primaveral, de laguna, condensada, en polvo...?

Sandwich de dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora