41. Alquimista

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—Mira, aquí cerca hay una tienda —dice el caballero mientras señala el mapa—, creo que allí podremos encontrar algo que nos ayude a tapar la entrada. Fíjate lo que cogí en la montaña. —Me enseña unas pocas monedas de oro, con pinta de ser muy antiguas—. Con esto pagaremos.

—Estupendo. Vamos rápido, antes de que Maxitauro vuelva.

—Sí, creo que es lo mejor. ¿Viste que brazos tenía? —pregunta.

—Sí. Eran terribles. Menudas tortas que repartía el bicho.

Caminamos sendero abajo. Desde aquí arriba se ve una villa con casas dispersas. Tiene razón mi colega el pirata, será mejor tapar la entrada. Es posible que Maxitauro no nos encuentre a nosotros, pero como venga a la villa puede causar un desastre.

—¡Buen lanzamiento con el arco! —dice el caballero riéndose—. Si no es por ti, no me deja en paz el amigo.

—Gracias. —Hago una pausa y pienso—. ¿De dónde sacará tan mal carácter?

—No tengo ni idea. A lo mejor le sienta mal el desayuno.

—¿Qué desayunará el Toro Bravo?

—Seguro que en vez de leche se toma un tazón de vinagre.

—¡Puag! Eso lo explicaría todo.

—Y para mojar: un bizcocho. Con pasas. Muchas pasas.

—¡Calla!, ¡qué asco! —Casi que prefiero la cerveza de mis colegas.

Llegamos a una casa con el tejado de paja. Fuera tiene muñecos de esos bailones que usan en las gasolineras, ¿los conocéis? Esos que son alargados, mueven los brazos y se mueven como una palmera de goma porque tienen aire por debajo. Parece que estén bailando, me encantan. Uno de ellos lleva una espada en la mano y el otro una poción.

Entramos en el interior de la tienda, más que nada, porque entrar en el exterior sería muy complicado, y llevamos un día demasiado movidito como para más acrobacias. Dentro hay todo tipo de trastos, por todas partes. En estos momentos no hay nadie más que el tendero y nosotros. Se encuentra al fondo, colocando cosas en un arcón. Nos mira, pero no se preocupa de nuestra presencia, como dejándonos libertad para mirar, buscar y elegir qué nos llevaremos. Caminamos entre mesas y estanterías variadas.

—En serio, odio las pasas. Son horribles—comenta el caballero.

De repente, mi colega localiza una zona interesante y camina rápido hacia ella.

—¡Mira! aquí puede haber algo.

Tiene un libro gordísimo en las manos, de páginas de pergamino que pone en la portada "Alquimia para dummies". Lo apoya en una mesa justo al lado de la estantería y empieza a hojearlo y a ojearlo. Me ha quedado genial, podéis decirlo. Es que sé mucha gramática yo. Y tengo unos brazos supersuaves, por no hablar de lo fuertes que son.

El caballero está absorto en la lectura, pasa páginas y lee con mucha atención. Yo curioseo un poco en la estantería de los libros. "Fragmentos de un alma quebrada", reza la portada de un libro. ¿A ver qué tiene? Lo abro para hojearlo ojearlo.

"La bruma de mi dolor

asola los suspiros inertes del mañana

cuyo silencio recuerda

los momentos marchitos del corazón quebrado,

de un anhelo nocturno, de susurros y sollozos.

Este es el eterno vacío

que se fragua en mi interior,

se alumbra con las sombras

Sandwich de dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora