12. Pásala

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Los roisas acaban su concierto. Nos quedamos un breve instante absortos por el ambiente que han generado. Su atmósfera sagrada empapa completamente todo el entorno y el efecto de su música es muy intenso. Al cabo de un breve momento, el caballero susurra.

—¡Venga, vámonos! —La tranquilidad del lugar sólo le inspira a hablarme en voz baja.

Nos levantamos y yo, instintivamente, saludo a uno de los roisas con la mano. En el momento de hacerlo, esboza una leve sonrisa y me contesta moviendo la mano en la que sostiene un arco de violín. En la otra tiene el instrumento. En el momento de hacerlo, el resto de roisas se da cuenta de que se está despidiendo de nosotros y hacen lo mismo conmigo, moviendo sus brazos arbóreos en señal de adiós.

Seguimos nuestra ruta por un camino de hierba alta, dejando atrás el mini bosque formado por el grupo de roisas músicos. La vegetación nos alcanza las rodillas. Cada poco tiempo, los saltamontes brincan cruzándose por delante de nuestro paso, asustados por nuestro movimiento. A veces incluso chocan contra nosotros, pero no los ponemos demasiado cinéticos. Pienso en Churrispi y sonrío.

—Oh mira, ¡Brujas! —El caballero me saca de mi ensimismamiento mientras cambia de dirección y apura ligeramente el paso.

Al acercarnos, descubrimos un grupo de cuatro brujas jugando a las cartas. Están apostando pero en vez de utilizar dinero, usan objetos e ingredientes de bruja. Hay tarros con ranas, dientes de bichos y cosas raras varias de bruja.

—¡Hola señoras! —El caballero se dirige a las mujeres sonriendo.

—¡Hola! —responde una de ellas amigablemente. El resto se inclina hacia atrás y baja su mano de cartas apoyándolas suavemente en la roca que hace las veces de mesa de juego. Se muestran tranquilas y confiadas ante nuestra presencia, pero claramente no quieren que sus compañeras puedan ver su mano. Al fin y al cabo, podría ser una mano de póker o, al menos, así lo indican sus caras de ídem.

 Al fin y al cabo, podría ser una mano de póker o, al menos, así lo indican sus caras de ídem

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—¿Tenéis escobas voladoras?

—¡Por favor! —responde una de ellas en tono de suficiencia.

—Me gustaría conseguir una, ¿tendríais para mí?

—Claro que sí.

—No tengo dinero, pero puedo buscar el modo de pagaros el favor de alguna manera. ¿Aceptáis algún tipo de trueque?

—Claro —dice la bruja mientras con interés—, nos gustaría un poco de diversión. Echemos un baloncesto.

—Me parece bien —sentencia el caballero.

Las brujas abandonan el juego cartas y empiezan a activarse, tienen mucha energía. Una de ellas saca un balón de una especie de saco. Otras dos se disponen a alisar el suelo y dejarlo completamente plano. La forma en que lo hacen es muy curiosa: utilizan su varita mágica y, con algún tipo de conjuro que no acierto a escuchar, el suelo se pone liso y bastante duro. Aunque queda bastante plano, todavía está poco uniforme, con pequeñas protuberancias. Los bultos los arreglan directamente con el pie, pisan y frotan la arena hasta dejarlo todo al mismo nivel, plano. Yo hago lo mismo, es divertido.

Sandwich de dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora