43. Calorazo

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Caminamos por un terreno donde la hierba está completamente seca. El aire es templado y el sol es intenso. La temperatura no es demasiado alta, pero el efecto en nuestros cuerpos de la combinación del sol directo sobre nosotros y el aire seco es agotador.

En contraste con el suelo, se ven árboles de color verde muy oscuro, interrumpiendo la monotonía de la vegetación abrasada. Los árboles se dispersan a mucha distancia unos de otros, y en determinadas zonas se agolpan en pequeños grupos de decenas. La configuración del suelo tiene apenas ligeras elevaciones, por lo que la vista alcanza muchos kilómetros de distancia a nuestro alrededor, en todas las direcciones.

La hierba seca se ve interrumpida por caminos interminables de tierra. El viento discurre suave y no levanta el polvo de los senderos en el ambiente. El cielo, a pesar de no tener nubes, no se ve de un perfecto azul, sino que muestra un celeste atenuado, posiblemente, por la suspensión de partículas de arena en el aire. En momentos puntuales y especialmente en las zonas elevadas, emergen entre las briznas de hierba, superficies rocosas.

—¡Qué interminable es esto! —me quejo a la atmósfera.

—Cuando el paisaje es muy seco da la impresión que se avanza más lento, ¿verdad?

—Avanzamos lento. Con este calor caminamos más despacio que otras veces —comento a mi compañero de viaje.

—Tienes razón, pero alguna vez hemos ido ya a esta velocidad. Solo que ahora te das más cuenta, el paisaje hace difícil verse avanzar.

—Si... —suspiro—, habrá que tener paciencia.

El caballero saca su mapa y lo observa mientras caminamos.

—¿Cuánto nos queda hasta ver..., algo? —pregunto aprovechando que tiene el mapa en sus manos.

—Unas cuantas horas. Con suerte menos de un día.

—¡Pfff! —Emito el típico ruido que se hace cuando se bufa con los labios cerrados, expulsando el aire a borbotones. El mismo que hacen los niños cuando se aburren o protestan.

Caminamos con paciencia durante interminables minutos. Paso tras paso, sin que nada nuevo ocurra en el paisaje salvo más y más terreno. En el cielo se ve un halcón sobrevolando en círculos con las alas completamente extendidas, sin batirlas. No semeja estar buscando ninguna presa, sino que solo está volando, dejándose arrastrar por las corrientes y aprovechando la convección atmosférica para ganar altura. ¡Menuda envidia me dan cuando hacen eso! Solo de verlos me transmite una sensación que me parece que soy yo quien está ahí arriba. ¿He dicho convección atmosférica? Me sorprende la cantidad de cosas cultas que sé.

Aquí el tiempo se hace infinito. Después de tantas horas caminando, ya hemos desistido de hablar entre nosotros. Es un momento de silencio absoluto. El suelo está muy seco y se levanta polvo cuando caminamos.

Curiosamente, este silencio me resulta más llamativo que aterrador. Al principio luchaba contra la idea de estar en este lugar, como si lo odiase. Pero algo extraño me ha ocurrido después de caminar tanto tiempo. La ansiedad por hacer algo, por novedades, ha desaparecido. Parece que, de algún modo, este lugar me ha calmado. Me siento como si me hubiese vaciado por dentro, tanto para bien como para mal. Es como si hubiese dejado todas mis cosas en el suelo y ahora pudiese escoger cuáles puedo recoger y cuáles no. Por supuesto, voy a recoger las divertidas, las que me aportan algo. Miro hacia la izquierda, donde está mi amigo. A él se le ve muy a gusto. No tiene problemas con nada. Solo camina. Hace un ratito estaba canturreando, como si nada. Parece que le gusta todo, el desierto, la montaña, una ciénaga o el bosque. Me encantaría saber más de su vida. Es un tipo raro, pero genial.

—¿Sabes qué? —pregunta el caballero como si de pronto se acabase de acordar de algo muy interesante. ¿Lo véis?

—Dime.

—Dicen que Supersabio es capaz de terminar crucigramas enteros sin mirar las soluciones.

—Me tomas el pelo.

—Te lo prometo. Yo me lo creo, sabe mucho de todo.

—¡Pero si los crucigramas son imposibles! ¿Tú has visto qué palabras tienen? ¡Si no parecen ni de este siglo!

—Ya lo sé —ríe—. ¿De dónde te crees que saco yo el lenguaje para hablar todo guay, cuando me pongo en modo caballero heroico?

Me río mucho, a carcajadas. Creo que el cactus que hay allá a lo lejos me ha oído.

—¡No me lo puedo creer! ¿En serio?

—Sí. De ahí saco buen material.

—Eso lo explica todo. —Me vuelvo a reír.

—Pero no soy capaz de acabarlos, que conste. Tengo que mirar muchas palabras en las soluciones. El otro día descubrí que la palabra adocenado significa vulgar o mediocre. ¡Adocenado! ¿Te puedes creer?

—¡Dios mío! ¿De quién fue la última persona de la tierra que usó esa palabra?

—¿Antes de mí? No tengo ni idea. Creo que ya no quedan registros históricos de la última vez que se dijo la palabra adocenado.

—¿De dónde sacarán los de los crucigramas sus palabras?

—Yo creo que visitan ruinas antiguas y se leen los petroglifos.

Me río una vez más. El caballero continúa hablando.

—De todos modos, creo que los crucigramas son geniales. Aunque no los pueda acabar. —Lo que os decía antes. Este se entusiasma con todo. Me lo imagino haciendo crucigramas completamente maravillado. O incluso Sudokus a carcajada limpia.

De repente vemos a lo lejos una especie de nube de polvo, provocada por un vehículo que se desplaza con lentitud. A pesar de la distancia, consigo entrever que es una especie de diligencia.

—¡Vamos a preguntar a ver si pueden llevarnos! —dice el caballero.

Yo me dejo llevar por su entusiasmo y creo sentir que mi cuerpo se eleva por el aire ayudado por las corrientes de convección atmosférica.

Sandwich de dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora