Catorce

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Miraba por la ventana y veía el mar, su mar tan anhelado en su amado país, con su gente y sus costumbres, la idea de alejarse de él tan pronto lo disgustaba, pero era un acuerdo al que toda la familia había llegado hacia un año y debía respetarse, aunque no lograba decidirse si lo que le molestaba más era que iba a salir de viaje otra vez o que iría a México. Sin embargo, estaba totalmente decidido a disfrutar las vacaciones familiares, sus hermanos jamás antes habían estado en México y la idea de los tacos y el guacamole los emocionaba, además de los evidentes planes que Francis ya tenía.
Solo había empacado una maleta, y en ella la ropa suficiente para los 10 días que habían rentado la finca. Ya era jueves por la noche y ellos saldrían al aeropuerto por la mañana.
Él había seguido en contacto con los chicos, Gianluca estaba con su familia en una apartada granja en la región de la Toscana e Ignazio estaba también a punto de salir con su familia para pasar unos días en Madrid. Todos estaban disfrutando a su manera antes de comenzar con el tour.

En México aún era de día, Anna seguía con su tranquila vida en la hacienda, casi dos semanas y media alejada de la gran ciudad la habían reconfortado, extrañaba a sus amigas, pero en casa se sentía de alguna manera más segura que allá.

–Ya está servida la comida Anita, baja, tu papá ya está aquí– escuchó Anna el grito de María. Rodó los ojos y cerró su laptop.

–Que bien huele, María– dijo cuando llegó al comedor.

–¿Verdad que mi María cocina mejor que cualquier otra mujer en el mundo, pequeña?– Preguntó su padre.

–Sí, papá, María cocina muy bien– dijo sonriendo, a la vez que recordaba cuando ella y su mamá se pasaban la tarde en la cocina, y él decía exactamente lo mismo.

–Anita– dijo María cuando terminaron de comer –¿por qué nunca te veo montada al caballo que te regalamos? ¿Acaso no te gustó? Tobías el muchacho del potrero dice que ni siquiera le has puesto nombre–.

Y entonces puso una mirada de fingida tristeza.

–Pequeña– dijo su padre tomándole la mano a su esposa antes de que Anna pudiera responder - María pensó en el mejor regalo para ti, incluso tuvimos que privarnos de la dicha de verte antes en casa para que cuando llegaras tuvieras una estupenda sorpresa... ¿Y ahora resulta que ni te gustó? Cuanto daño le haces a mi María con tu desprecio–.

Anna sentía la respiración agitada, se le hacía ya muy extraño que en los 16 días que llevaba en la hacienda María no le hubiera atacado ni una vez. Pensó en reprocharle a su padre por su falta de carácter y por olvidar que desde la muerte de su madre ella sentía desprecio por unos animales que antes se le hacían majestuosos. Pero no lo hizo, sabía que la única intención de María era que la relación con su padre se deteriorara, y era algo que ella no podía darse el lujo de permitir. Trató de serenarse.

–Oh no, papá, jamás le haría daño a María, claro que sí he montado ese hermoso animal– luego dirigiéndose a María agregó: –es solo que no te das cuenta porque siempre que lo hago estas ocupada haciendo otras cosas, pero claro que me gustó, además ya le puse nombre, se llama Tobías, por eso nunca lo digo en voz alta por temor a que el chico del potrero se confunda o se moleste. Y ahora si me disculpan, voy a verlo, a Tobías, lo he dejado mucho tiempo solo hoy–.

Y se fue del comedor con una extraña sensación de satisfacción, su padre estaba tranquilo y María frustrada.

Se fue al establo a ver al recién bautizado Tobías, lo miró, en efecto era un animal majestuoso, pero eso no evitaba sentir un nudo en el estómago cada vez que se le acercaba, y el animal ni siquiera la reconocía como su dueña, y era seguramente porque percibía el rechazo de Anna que el animal se incomodaba cuando ella se acercaba.

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