Treinta y uno

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Hicieron el amor.

Esa noche en la habitación de Anna se entregaron por primera vez. No era deseo carnal lo que los motivó, era algo más, se necesitaban con desesperación el uno al otro, entregarse, de la forma en lo hicieron, fue la única manera que encontraron de saciar esa sed, de calmar esas ansias que durante muchísimo tiempo los había agobiado y de recuperar tanto tiempo perdido. Se amaban, se amaban demasiado. Con locura, con pasión, con devoción. Ella nunca antes se sintió amar de tal manera, y él, la primera vez que se entregaba con el alma; había estado reprimiendo ese deseo desde el momento mismo en que la conoció en el parque y no lo sabía.
Anna olvidó todo, absolutamente todo y se dejó llevar, necesitaba la paz que le daba Piero, necesitaba esa seguridad, y sobre todo necesitaba amarlo.

La noche no les bastó.

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