Dieciséis

451 33 0
                                    

Él se sentía atraído por ella, eso era algo que tenía claro desde el primer momento en que la vio. Y ahora, después de aquel beso esa atracción de había vuelto, para él, aún más fuerte y, de alguna manera, irreversible. Estaba sentado al borde de la cama de su habitación, su pulso seguía sin normalizarse. Solo podía pensar en Anna. Un impulso más fuerte que todo lo que había conocido hasta la fecha lo había obligado a besarla, y ella, para su grata sorpresa había respondido. Él estaba asustado, sus pensamientos se estaban yendo por caminos que jamás había transitado. Enamorarse era algo que jamás había estado en sus prioridades. El bienestar de su familia y su pasión por la música era su vida entera. No podía, más bien no quería darse el lujo de distraerse de lo verdaderamente importante, quería seguir creciendo musicalmente, sin ataduras y sin distracciones de ningún tipo, sin embargo, algo muy dentro de él le decía que ya era tarde.

Anna, sin embargo, en el momento del beso estaba vulnerable, pero no podía negarse a sí misma que le había gustado demasiado, sentirse rodeada por los brazos de Piero la había hecho sentir segura, pero ahora en la oscuridad de su recámara se sentía confundida.

Él no se había disculpado por haberla besado, no; y ella no quería que lo hiciera. Después de soltarse del agarre de sus brazos, ella se topó con los ojos de Piero que penetraban los suyos, con sus manos que temblaban y con su respiración agitada. No podía descifrar su rostro. Seguramente ella estaba igual de contrariada.
Se quedaron mirando por un instante, sin decirse nada.

–Creo que es tiempo de volver a casa– había dicho ella sin mirarlo.

Él solo asintió con la cabeza y se fueron caminando bajo la lluvia que ya había comenzado a menguar, en total silencio hasta que se separaron a medio sendero con un simple adiós.

Anna había entrado a la hacienda a escondidas, no quería encontrarse ni con su papá, ni con María. Lo había conseguido con éxito y ahora se refugiaba en sus pensamientos.

Piero había llegado a la finca también y, como su familia aun no llegaba, al igual que Anna se refugió en sí mismo.

Il LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora