Doce

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Era demasiado pedir que Anna tuviera el ánimo y la voluntad para darse un baño, el día lluvioso daba una atmósfera para seguir haciendo lo que hacía: nada. De cualquier manera, era domingo, y ella odiaba los domingos, cuando su madre murió y su padre parecía ausente se hizo amiga de las empleadas y pasaba con ellas todo el tiempo, excepto los domingos cuando ellas descansaban y su casa se quedaba completamente vacía.
A las cuatro de la tarde ella seguía con su pijama mirando, ahora, otra serie: Dr. House. Lo cierto es que la miraba solo por mirar, no prestaba la más mínima atención. Se había preparado una sopa instantánea y ese había sido su alimento de todo el día. Había decidido desconectarse también de todas las redes sociales desde que le contestó a Piero su mensaje hacia algunas horas. Estaba a punto de pasar al capítulo siguiente en su serie cuando llamaron a su puerta. Se exaltó, y antes de que el miedo la dominara por completo se armó de valor para acercarse a la entrada.

–¿Señorita Anna?– dijo el portero del edificio al tiempo que daba un par de golpes suaves sobre la puerta.

Ella soltó el aire que había estado conteniendo. Se acercó a la puerta y la abrió.

–Don Nicolás, que susto me ha dado, ¿qué sucede?–

–Perdona jovencita sucede que el teléfono de abajo está mal por eso no te llamé, vine a traerte esta carta, la dejo un mensajero–.

Anna recibió de las arrugadas manos del anciano un pequeño sobre, sin remitente, solo su nombre y dirección. Miró el sobre extrañada, ¿Sergio? pensó y su corazón se aceleró asustada.

–Muchas gracias, don Nico– dijo al tiempo que reaccionaba para despedirse del anciano y asegurar la puerta.

Caminó despacio hacia la sala y dejó la carta sobre una pequeña mesita. Encendió el televisor, el silencio la perturbaba.

Tomó la carta muy despacio, la abrió y su contenido la sorprendió:

Estimada señorita.

He leído su carta y solo puedo decir que estoy muy agradecido de que disfrute escuchar nuestra música tanto como nosotros disfrutamos cantarla.

Le aseguro que la noche del bar esta entre mi top 3 de experiencias más divertidas y emocionantes e giras, espero que, si algún día nos volvemos a encontrar, podamos comer juntos.

Con mucho aprecio, GG

Anna releyó esas pequeñas palabras una y otra vez. Se levantaba del sofá y daba pequeñas vueltas y después volvía a sentarse. Era de él, tenía que ser de él, el amor de su vida le había contestado... Era algo que simplemente no podía creerse.

Los chicos estaban en San Francisco, pasarían una semana en Estados Unidos, y después tendrían un mes de descanso antes de comenzar con los preparativos de la gira. Ya era de noche, estaban cenando en el restaurant del hotel, solo ellos tres.

–Muero de ganas de estar en casa– dijo Gianluca.

–Sí, yo también– contestó Ignazio –¿qué harán? ¿Se quedarán en Italia?–

–No lo sé– dijo Gianluca –pasaré un tiempo en casa, y después me iré de vacaciones con la familia, aun no deciden a donde. Y ustedes, ¿se quedarán?–

–Quizá también tomemos vacaciones, creo que todo depende de Nina– contestó Ignazio.

Ambos amigos se quedaron mirando a Piero con la esperanza de obtener una respuesta, pero él no había estado prestando atención a la conversación, todavía no lograba quitarse el mal sabor de boca que Anna le había producido. Pero justo en ese momento ante la mirada expectante de sus amigos se juró que Anna ya no le iba a perturbar la existencia, total, jamás en la vida la volvería a ver.

–¿Qué cosa?– preguntó apenado.

–¿Qué harás estas vacaciones?– respondió Gianluca

–Oh, tomaremos vacaciones familiares, aprovechando que mis hermanos también tendrán vacaciones... Solo que aún no se a dónde, Francis elegirá el lugar–.

Después de la cena se despidieron y se fueron a dormir.
Piero también intentaba dormir y descansar, pero no podía sacarse a Anna de la mente, era demasiado pronto. Cuando miro en su móvil el historial del chat vio que el mensaje de Anna estaba en segundo puesto. Lo leyó una última vez y lo borró.

El lunes Anna llamó a su padre, ya no quería estar sola en la ciudad, le aterraba dormir sola, y además, por la noche le pareció ver a alguien muy parecido a Sergio rondando su edificio a través de la ventana, sin embargo, se convenció de que no era él y se encerró en su habitación para tratar de dormir, quizá solo era su imaginación.

–¡Papá!– dijo Anna muy animada por escuchar la voz de su padre –¿cómo estás?–

–Bien, pequeña, y tú, ¿qué tal?–

–Bien, papi, sabes, ya estoy libre, esta misma tarde me iré a casa– dijo ella cruzando los dedos para que su padre no pusiera ninguna objeción.

–¡No!– se apresuró a decir el hombre –habíamos quedado que llegarías el miércoles... María y yo tenemos preparada una sorpresa, pero estará lista hasta el miércoles... A propósito, no me has preguntado por María, ¿qué sucede cariño?–

Anna rodó los ojos. Frente a su padre ella y María llevaban una relación que podía considerarse madre-hija.

–Nada, es solo que... ¿cómo esta ella?– preguntó sintiéndose incapaz de evadirlo.

–Esta muy bien, y muy contenta de que llames, quiere hablar contigo–.

–Papi, lo siento, llamare más tarde, están llamando a la puerta. Te veo el miércoles–.

Anna se apresuró a colgar, no estaba de humor como para derramar falso amor con María frente a su padre.

Se sentó a ver películas y comer. Y así paso el resto del día, ni siquiera tenía humor para leer nada.

Por la noche Sergio decidió ir a dar una vuelta por su edificio, solo para cerciorarse de que ella seguía en la ciudad. Ver la luz de su apartamento prendida se lo confirmaba, había estado mandándole mensajes por whatsaap pero no le llegaban, la buscaba en Facebook pero no la encontraba, incluso en Twitter lo había bloqueado. La única manera de entrar en contacto con ella era hablándole directamente, y eso solo lo iba a con seguir cuando ella saliera de su edificio. Había pensado en buscar la manera de entrar, pero sabía que mientras el portero estuviera allí no lo con seguiría. Por eso se la pasaba afuera, solo observando, sin saber bien que hacer.

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