Treinta

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Ella miraba a través de su ventana, en su habitación del segundo piso en la Hacienda de Grana, disfrutaba cautelosa el viento que anunciaba la llegada de la primavera. Llevaba puesto un vestido negro, el cabello un tanto descuidado y unos zapatos bajitos que no hacían juego. Suspiró mientras colocaba las manos alrededor de su pecho, y justo en ese momento se sorprendió al darse cuenta de que había logrado lo que no había podido hacer desde que su padre había muerto nueve días atrás: llorar.

Un torrente de lágrimas corría por sus mejillas y, a la vez, le liberaban de la culpa de creerse una insensible y desamorada hija.

Hacía poco más de un mes que María le había llamado por teléfono para darle la noticia del infarto de su padre, Anna había tomado el primer avión que la llevara a su casa sin darle tiempo de avisar a nadie, solo iba rogando porque al llegar estuviera bien. Para su fortuna, cuando ella llego al hospital su padre estaba fuera de peligro, había sufrido un infarto, pero había sido algo leve, el cardiólogo lo había mantenido en observación y, al ver que el hombre reaccionaba positivamente a los medicamentos lo dio de alta, no sin antes prescribirle una serie importante de medicamentos.

Anna, María y su padre se fueron a la Hacienda de Grana, ella estaba increíblemente agradecida de que todo hubiera salido bien, sin embargo, no estaba tranquila, el médico les había explicado a ella y a María que ese primer ataque podría ser el precedente para uno más fuerte o incluso uno fulminante si no se le atendía como era debido. Cuando llegaron a la hacienda María y su padre se fueron directo a la habitación, el hombre se sentía sin apetito, y Anna aprovechó para irse a la suya. Una vez allí se dio cuenta de que había viajado sin nada más que lo que traía en su bolso, había sido tal su preocupación que no se había tomado el tiempo siquiera de cambiarse ni mucho menos de buscar algo de ropa para empacar, en su bolso solo estaban sus llaves, su teléfono, su cartera con las tarjetas de crédito, identificaciones y algo de efectivo y un par de paletas de menta.

Tenía mensajes de Piero, de hacía un par de horas, el mensaje le explicaba que ya habían llegado a Guadalajara y que Bárbara le había preparado una fiesta sorpresa a Gianluca por su cumpleaños número 22.

Ella no le había dicho nada de su padre, ni que estaba en la Hacienda de Grana... Consideró que no tenía caso inquietarlo.

Solo le había contado lo sucedido a Andrea, Rocío y Karina, y, dado que Anna había decidido quedarse en la hacienda para cuidar a su padre, decisión que le provocó muchos altercados con María, fueron las chicas quienes se ocuparon de empacar sus cosas y llevarlas a casa de Rocío.

Las primeras dos semanas fueron bastantes tranquilas, su padre se veía totalmente recuperado, y ella se encargaba personalmente de darle todas y cada una de las medicinas, hablaba con Piero todo el tiempo, ellos ya estaban en la gira por Latinoamérica, le resultaba increíble la frecuencia con la que lo soñaba, y en todos sus sueños él tomando su mano con fuerza era el común denominador, lo único que le preocupaba en ese momento era no poder recuperarse en los parciales y tener que repetir el semestre en la universidad.

Sin embargo, su tranquilidad no duró mucho, a principios de marzo su padre tuvo un segundo ataque, y, Anna estaba segura de que María había tenido algo que ver, les había escuchado discutir y justo cuando ella había entrado a la habitación para intervenir su padre se había desplomado en el suelo. Llamaron a un par de trabajadores para que ayudarán a llevarlo a una camioneta y llevarlo al hospital, el camino había sido el más largo que ella hubiera recorrido nunca, cuando por fin llegaron el hombre aún permanecía con vida, sin embargo, tuvieron que hospitalizarlo en estado grave. Ella se sentía desesperada, impotente ante la situación, deseosa de un abrazo sincero, de sentirse de verdad reconfortada y harta de mirar el rostro hipócrita de María que se rasgaba la ropa en la sala del hospital mientras esperaban respuesta. Hablaba con Piero, pero sin decirle lo que sucedía, se decía así misma que no tenía caso, que él estaba demasiado lejos como para inquietarlo con algo sobre lo que no tenía influencia alguna. Sus amigas sabían la verdad a medias, no sabían que el hombre estaba tan mal.

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