Diecisiete

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–¡Todo esto que me cuentas es tan irreal!– decía Andrea en el teléfono –un día de la nada te encuentras con uno de tus ídolos, te defiende de un patán, después te encuentras con el trio completo en un bar, pasan una noche juntos, bueno, pasamos, yo también estuve allí, y ahora resulta que lo encuentras cerca de tu casa que está en el fin del mundo, por cierto, te invita a salir... ¡y te besa!–

–Lo sé– contestó Anna con un gritillo, ya era de madrugada y estaba acostada en su cama mirando el oscuro techo –parece de cuento. Andy, ¡me siento tan extraña!–

–Te entiendo, pero no te puedes quejar, cualquier mujer en mundo desearía que le sucediera algo así... osea, ¡es irreal! ¡No puede ser otra cosa que el destino! ¿Saldrán de nuevo?–

–No lo sé, no quedamos en nada... supongo que sí. Es decir, mañana volveré a la zona–.

–No te escucho muy convencida... ¿Acaso no te gusta? Porque él es muy guapo–.

–Te mentiría si lo negara. Me encanta y me besó como jamás me habían besado. Pero, no sé... tú sabes que siempre fantaseé con que me sucediera algo así... pero no con él–.

–¡Por Dios!– suspiró Andrea –Sí, Gianluca está muy guapo, pero por las canas de mi abuela que ese italiano, Piero, es de los hombres más sexys que he visto en toda mi vida... no desperdicies tu tiempo con amores imaginarios y vive lo que la vida te está ofreciendo–.

Anna se quedó callada un momento, meditando, quizá Andrea tenía razón. Pero ¿y si ella se enamoraba y él solo la quería para pasar un buen rato?

–¿Anna? ¿Sigues ahí?– dijo Andrea interrumpiéndola –Oye, cambiando tantito el tema... ¿has tenido noticias de Sergio?–

–¿Sergio? ¿Qué hay con él?– preguntó Anna un tanto irritada.

–No nada, solo quería saber si habías tenido alguna noticia...–

–¿Por qué habría de tener noticias suyas? Andrea, esta es la segunda vez que me preguntas por él... ¿hay algo que deba saber?–

Andrea dudó un momento antes de contestar: –No quiero que te alarmes, lo bloqueaste de Facebook, ¿verdad? Pues hace tres días publicó que estaba por tu región...–

–¿Qué?– preguntó Anna sintiendo una punzada en el estómago –¿Y por qué me lo dices hasta ahora Andrea?–

–Lo siento, tal vez solo fue de vacaciones... quizá no está ahí para buscarte a ti y no quería alarmarte en vano...–

Anna ya había colgado el teléfono y seguía sin poder dormir. Habían sido demasiadas emociones para un solo día, quería engañarse así misma diciendo que seguramente Andrea tenía razón y Sergio estaba ahí solamente por vacaciones, después de todo no había sucedido nada extraño... pero no podía, Sergio sabía demasiadas cosas de ella, después de todo habían sido amigos y ella le había contado muchas cosas de la Hacienda de Grana y sus paseos por la zona arqueológica, él conocía a la perfección la mitad de su vida. Ya saben, cuando una mujer se siente escuchada suele hablar hasta de lo que no debería, y ella con Sergio se sentía cómoda; pero ahora le tenía miedo. Logró dormirse alrededor de las tres de la mañana con la idea de que estaba en casa, y su padre la protegería.

Se despertó ya casi iban a dar las 11 am y se extrañó de que nadie la hubiera ido a levantar para desayunar. Se dio un baño rápido, se vistió y bajó al comedor, se sentía hambrienta. Al llegar estaba su padre sentado en la mesa bebiendo una taza de café y María ya estaba recogiendo los platos.

–Buenos días– saludó al llegar.

–Buenos días, Anita– dijo María. Su padre no contestó.

Anna emitió un suspiro, tomó un plato, se sentó a la mesa y se sirvió chilaquiles verdes y un poco de frijol.

–Papá, ¿puedo hablar contigo?– preguntó ella después de un rato.

–Hablaremos cuando te hayas disculpado con María– dijo el hombre sin mirarla.

Anna pasó bocado y respiró profundo, una vez más trataba de mantener la calma. –Sí, es de lo que quiero hablar, del caballo y todo eso–.

–No hablaré contigo Anna, hasta le hayas pedido perdón a María– dijo el hombre nuevamente.

Se había propuesto hablar con su padre y explicarle todo lo que sentía respecto al caballo, y respecto a la actitud de María, de lo mucho que seguía extrañando a su madre, de lo que le sucedía con Sergio, y si las cosas tomaban buen rumbo también quería hablarle de Piero. Pero era inútil, su padre estaba cegado.

–Lo siento, María– dijo poniéndose de pie.

Subió a su recamara por sus cosas y se fue a la zona arqueológica, ya era casi medio día, se preguntaba si Piero estaría allí nuevamente.

Y sí, Piero estaba en la entrada de la zona. Como si el acuerdo de verse de nuevo hubiera quedado implícito en el adiós de la tarde anterior; había llegado hacia un par de horas, aun no sabía bien el por qué estaba allí, pero estaba, y aunque aún no tenía idea de lo que le diría cuando la viera, solo sabía que necesitaba verla.

Sus vacaciones familiares se habían vuelto más una aventura personal que una familiar, Francis había propuesto conocer la Riviera Maya y todos habían aceptado con emoción. Se habían ido ese día muy temprano, quedaba a dos horas de trayecto en coche, todos excepto Piero, quien tuvo que inventar más de una excusa para quedarse en la finca.

–Creo que sería una buena idea si intercambiáramos números telefónicos, ¿no?– dijo él cuando tuvo a Anna enfrente.

–Definitivamente si– dijo ella devolviéndole la sonrisa –¿tienes mucho tiempo aquí?–

–No– dijo él mintiendo –apenas 20 minutos–.

Comenzaron a caminar, abriéndose paso entre la gente, en silencio, pero un silencio que resultaba bastante cómodo.

–Ayer– dijo él después de un rato –ayer yo...–

–No te preocupes –lo interrumpió ella –ambos estábamos en una situación bastante vulnerable... no pasa nada–.

–¿No pasa nada?– preguntó él con el mismo tono casual, y luego poniéndose frente a ella agrego: –Anna, tú me gustas, me gustas mucho–.

Anna se quedó sin palabras, abrió mucho los ojos y no pudo evitar ruborizarse. Jamás imagino escuchar algo como aquello, y además, ese acento hacía que cualquier cosa dicha sonara aún más exquisita.

–Tranquila– continuó él –solo quería que lo supieras, yo no soy un hombre que se ande con rodeos–.

Anna seguía sin decir nada.

–¡Vamos!– dijo él para romper la tensión –¿Acaso quieres ahorcar a esa pobre gorra?–

Anna salió de sus pensamientos, sin darse cuenta estaba retorciendo la gorra de su madre.

¡Oh no! - dijo ella planchando la con sus manos - esta gorra es muy importante para mí... la tengo desde... desde hace mucho tiempo.

Siguieron caminando un rato más, hablando de cosas totalmente triviales. Se quedaron en silencio nuevamente y Piero comenzó a tararear, era una melodía que Anna no conocía, pero se escuchaba bastante alegre, lo miraba por el rabillo del ojo y sonreía. De repente el orgullo de estar caminado a su lado la invadió.

–Hace mucho que no bailo– dijo él –deberías recomendarme algún sitio–.

Anna sonrió.

–Conozco un sitio bastante tranquilo, es música en vivo, pero quizá no te agrade–.

–¿Por qué no habría de agradarme?–

–Bueno, no es del tipo de música que tú escuchas, es música regional, ponen cumbias algunas veces–.

–Pues, suena bien para mí. ¿Irías conmigo?–

–Claro, siempre y cuando te comprometas a irme a dejar a la hacienda–.

–Me comprometo. ¿Esta noche entonces?–

–No estoy segura, hoy es lunes... aunque, es verano y abren toda la semana... Si, creo que esta noche se podría–.

Intercambiaron los numero telefónicos y acordaron verse a las siete, el sitio estaba en la ciudad y harían algo de tiempo en el trayecto.

Il LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora