Veintiuno

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La noche había sido demasiado larga, para ambos.

Anna no había salido de su habitación desde el desagradable encuentro que había tenido con su padre, se había echado a llorar después de ver su humillación en internet y había despertado cuando el sol comenzaba a ocultarse. Tomó su celular, (el cual había conectado sin tomarse la molestia de encender) y encontró tantos mensajes en Whatsapp que ni siquiera se tomó la molestia de abrirlos. Llamó a Andrea, tenía la necesidad de hablar con alguien, pero la llamada nunca fue contestada, intentó con Mónica y con Rocío pero fue inútil también. Quiso llamar a Piero, pero se dio cuenta de que sus mensajes ni siquiera habían sido leídos. No quiso revisar sus redes sociales, tenía miedo de lo pudiera encontrar, ya no quería ver a la gente burlándose de ella, incluso estaba temerosa ante posibilidad de ser dada de baja en la universidad por culpa del video; la hacienda en todo su esplendor la asfixiaba, sentía odio por María y pena por su padre; y temía, además,  por el rechazo de Piero, no solo por las fotos, sino ahora también por el vídeo.
Se quedó allí, sentada al pie de su ventana, contemplando la oscura noche, anhelando a su madre, deseando con todas sus fuerzas ver a Piero y explicarle, rogándole a Dios porque al amanecer todo estuviera bien y rogando también por su padre, para que se diera cuenta de que estaba en un error.

Y él, por su parte, tampoco había podido conciliar el sueño, estaba en una cómoda habitación de hotel, con las luces apagadas, y con los ojos abiertos mirando a la nada. Se sentía muy decepcionado, no podía quitarse a Anna de la mente, verla en una situación así lo había dejado demasiado impresionado. Se sentía avergonzado por haber admitido ante Ignazio y Gianluca la posibilidad de estar enamorado de ella. Se reprochaba así mismo por no haber podido resistirse cuando la volvió a ver en la zona arqueológica, después de todo, ni siquiera la conocía lo suficiente como para entregarle su alma, sin embargo, se sentía tan fuertemente atraído por ella, que ni siquiera el argumento de su poca belleza física lograba consolarlo.
La quería, la quería mucho y le dolía admitirlo. Trataba de hacerse a la idea de que era un enamoramiento pasajero, y que la vuelta a Italia y el comienzo de la gira lo distraería lo suficiente como para que aquel sentimiento se esfumara de una vez por todas, pero, en el fondo de su alma sabía él sabía que no, que ya no había vuelta atrás.

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