Dieciocho

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Anna evitó a su padre y a María el resto del día. Estaba perdida en sus pensamientos, pero de una manera bastante agradable, habían dejado de preocuparle los problemas en su casa y ahora solo podía pensar en Piero, le gustaba pensar en él e imaginarse cosas. A las seis, ya estaba sentada en su cama buscando el atuendo ideal para bailar esa noche. Nunca había sido muy bonita pero esa tarde se sentía excepcionalmente bella, eligió un sencillo vestido azul cielo y zapatos no muy altos. Se había olvidado incluso de que su padre no quería hablarle y ahora pensaba también en una forma de salir de la hacienda, pedir permiso no era una opción, le diría irremediablemente que no. La única manera era escapándose. Antes de irse a bañar a su cuarto dijo en voz bastante alta que le dolía la cabeza, que se tomaría una pastilla y que esperaba dormir hasta el día siguiente sin que nadie la despertara. María la ignoró, su papá regresó a verla, pero no dijo nada. Antes de salir de su habitación había acomodado su cama al estilo de las películas, con almohadas bajo las sabanas, cuando miraba esas escenas siempre pensaba que en la vida real no podrían engañar a nadie, de cualquier manera no perdía nada con intentarlo.

A Piero sus padres le habían llamado desde la Riviera diciendo que pasarían la noche allí, pues se les había hecho ya tarde para regresar. La verdad es que a él le venía de maravilla, sus padres habían rentado un coche y éste ahora estaba a su disposición, aunque aún no estaba muy seguro de si manejar lo o no. Estaba emocionado, como si esa fuera la primera cita que había tenido en su vida. Lo cierto es que había tenido algunas, bueno, realmente eran pocas desde que su vida profesional había comenzado a florecer y siempre habían sido más encuentros del tipo casual, nada que pudiera comprometerlo a nada, ni nada que le hubiera hecho sentir la ansiedad que ahora experimentaba.

A las siete en punto estaba ya en espera de Anna, justo en la desviación que lo llevaría a la Hacienda de Grana, se había ofrecido a ir por ella hasta allá, pero ésta se lo había impedido. La vio aproximarse, él la veía cálida, radiante, con una sonrisa en el rostro, el viento mecía su cabello y ese atuendo tan sencillo la hacía lucir simplemente hermosa.

–Luces muy hermosa– dijo él besándola en la mejilla.

–Gracias– contestó, y una vez más no pudo evitar ruborizarse.

Subieron al coche, y él comenzó a manejar, iba despacio porque no conocía esos caminos, y además, le gustaba la idea de viajar con ella.

Anna conectó su celular al estéreo del coche. Comenzó a sonar Angel, cantada por ellos, cerró los ojos y se recostó en el asiento.

–Esa canción– dijo –siempre ha sido mi favorita... de entre todas–.

–Sí– contestó él sonriendo –es bastante bella–.

–Es la letra– dijo suspirando, aun sin abrir los ojos - tiene algo que me hace emocionar, y también me recuerda a mamá.

Piero sonrío y siguió manejando, despacio, disfrutando de ese pequeño placer que le daba la vida. Llegaron a la pequeña ciudad a las 8:30 pm, estuvieron caminando por el lugar un buen rato y después comenzaron a buscar un lugar en donde cenar. Había una pequeña taquería, Piero jamás antes había probado los tacos al pastor así que le agradó la idea. Anna no pudo evitar reír cuando él puso picante de más a uno de sus tacos y enseguida su rostro enrojeció. - Esto es del diablo - había dicho él.

Después de pasear otro rato llegaron al sitio que Anna había elegido, ya eran casi las 10 pm, por fuera el lugar lucía bien, adentro estaban más de la mitad de las mesas ocupadas, había una pequeña banda tocando, pero la pista estaba vacía, no había nadie bailando. Se miraron el uno al otro como preguntándose si debían entrar o buscar otro sitio. - Veamos que tal - dijo Piero. Entraron y ocuparon un lugar cerca de la pista y un tanto alejado de la banda, un mesero se acercó a llevarles botanas y a preguntarle que deseaban beber, Anna, quien no era muy experta en tragos, pidió cerveza, y Piero por cortesía, lo mismo.

Estuvieron bebiendo y charlando, la banda estaba tocando algunas cumbias, pero igual nadie bailaba. No te está gustando el lugar, ¿verdad? - preguntó Anna preocupada - si quieres podemos buscar otro.

Pero él en realidad no estaba prestando atención a sus palabras, se concentraba en sus manos pequeñas y tersas, en el cabello que caía sobre su escote, en sus labios que articulaban palabras que no escuchaba y en sus ojos que reflejaban verdadera preocupación.

–Estoy muy bien aquí– dijo él simplemente. Y ella sonrió con alivio y estaba a punto de decir algo más cuando la banda hablo: Vaya, vaya gente, no quieren bailar, parece que la cumbia no es lo suyo– dijo el hombre que estaba al micrófono –veamos si con algo más tranquilo se animan–.

Empezó a sonar una canción: Si tú supieras interpretada principalmente por Alejandro Fernández.

En cuanto la nueva melodía entro la atmósfera del lugar se transformó por completo. Todo se estaba volviendo más suave, Anna sintió de repente su corazón palpitar, miró a Piero, quien la miraba con la misma intensidad con la que la había mirado después de aquel beso, él miro al hombre cantando, le gustaba la melodía y lo gustaba la letra, se puso de pie. Ven - dijo extendiendo su mano - baila conmigo. Ella no dudó, extendió su brazo y se puso de pie, caminaron al centro de la pista sin importarles que ésta estaba vacía. La tomó de la cintura atrayéndola más hacia él, ella puso las manos alrededor de su cuello, y comenzaron a bailar siguiendo el compás de la música, Anna no podía pensar, él tampoco, estaban solamente concentrados en el contacto del otro, se miraban a los ojos sin decir nada. Al cabo de un instante ella se dejó llevar y se recostó sobre su pecho. Él aspiraba su aroma. –¿Qué me estás haciendo, Anna?– le preguntó al oído. Ella no dijo nada, se incorporó y casi al final de la canción se puso de puntillas y lo besó.

Cuando termino la canción se miraron apenados, con una sonrisa casi imperceptible, se dieron cuenta de que en la pista ya había algunas parejas bailando, otras personas los miraban. Regresaron a su mesa tomados de la mano y siguieron disfrutando de la compañía del otro.

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