Treinta y dos

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¿Qué es lo que sucede con una pareja después de entregarse por primera vez? ¿Cómo podían hacer para concebir tan abrumadora felicidad?

Despertaron uno a lado del otro, sintiendo esa inmensa dicha que solo conocen aquellos que han tenido la suerte de amar y ser correspondidos.

En Anna había un atisbo de culpa, no por lo que había pasado, sino por cuando había pasado. La muerte de su padre estaba demasiado reciente y de alguna manera sentía que había ensuciado su memoria y deshonrando el hogar en el que había crecido.

- Pagaría por tus pensamientos - dijo Piero al verla sentada en la ventana, el sol apenas comenzaba a asomarse y la leve niebla matutina a disiparse.

¿Eh? - contestó ella saliendo de sus pensamientos y regalando una sonrisa - perdón, estaba un poco distraída.

¿Está todo bien? - preguntó Piero mientras se sentaba junto a ella y la abrazaba - ¿Te has arrepentido?

Pronunció aquella última frase muy despacio.

Ella lo miró. No podía creer que aquel hombre considerara siquiera esa posibilidad ¿Arrepentirse? ¿Cómo podría? Sin en medio de toda esa oscuridad él había sido el rayo de luz que la había salvado. Lo amaba, lo amaba más de lo quería admitir. Aún sin pronunciar palabra lo besó, un beso cálido, tan tierno que contrastaba con la pasión de la noche anterior.

No - dijo ella al separarse - no podría arrepentirme nunca de haber estado contigo. Te quiero demasiado.

Para él fue un completo alivio escuchar aquello.

Lo que sucede - prosiguió ella - es que estaba pensando en papá.

Piero la abrazó, y continuaron ahí sentados hasta que el sol salió por completo.

El silencio en la Hacienda de Grana era extraño aun para esa hora de la mañana. A pesar de que estaban en plena semana y de que se suponía que los trabajadores ya habían regresado a las actividades normales después del novenario. Incluso el ruido de los pajarillos y el relinchar de los caballos parecía ausente. Era extraño incluso que ni María, ni Lupita, la muchacha que normalmente le llevaba el desayuno, hubieran tocado a su puerta. Anna presentía que algo estaba pasando, no estaba segura de qué, pero sabía que algo sucedía y así se lo hizo saber a Piero.

- ¿Crees que María nos haya visto? - preguntó éste sin la menor inquietud.

No lo sé. Si te hubiera visto entrar hubiera venido enseguida a correrte; María es así. -  contestó Anna un poco inquieta - pero déjame ser yo quien salga primero, para así sabre lo que ocurre.

Piero no estaba del todo de acuerdo con aquello, pero aun así aceptó. Cuando Anna terminó de vestirse salió al pasillo, todo parecía demasiado normal, demasiado ordenado; recorrió con la mirada hasta llegar a la puerta de la habitación que antes era de su padre y ahora solo de María. Estaba cerrada, a simple vista lucía tan solemne que, solo por un momento imaginó que su padre saldría detrás de la puerta. Bajó las escaleras despacio, extrañada por el silencio que tensaba el ambiente. Apenas dobló a la estancia, donde aún estaba colocado el altar a su padre, cuando se sintió cegada por el flash de las cámaras.

Piero, que se había quedado inquieto en la habitación terminó de vestirse, y estaba decidido a esperar hasta que Anna regresara a decirle que todo estaba bien, sin embargo, al observar por la ventana logró distinguir a un hombre, éste tenía una cámara en la mano y era obvio que lo estaba fotografiando. ¿Desde cuándo? No tenía la más remota idea, bien podía ser desde el momento en que él se dio cuenta, desde que la luz del sol salió o desde que él y Anna estuvieron juntos la noche anterior. Un pánico instantáneo lo paralizo ante aquella última posibilidad. Comprendió muy bien lo que estaba sucediendo y bajó las escaleras a prisa solo para encontrarse con aquel inigualable sonido de clics y luz cegadora. Anna estaba casi tan impactada como él. María, junto a la puerta, sonreía casi de manera imperceptible.

Después del trance inicial, la prensa, que no sumaba a más de quince personas, comenzó a abalanzarse a ellos con preguntas incómodas, que incluían temas de la noche anterior. Anna, ante tal situación se sintió tan abrumada que tuvo que contenerse de llorar. Piero la hizo quedarse atrás de él y les pidió a los reporteros que por favor se fueran, que respetaran la privacidad de esa casa, a lo que ellos, casi al unísono contestaron que habían sido invitados a entrar por la dueña de la misma.

Piero trataba de lidiar con las preguntas de los reporteros cuando de la nada se comenzó a escuchar el bullicio de decenas de jovencitas que estaban llegando a la Hacienda, algunas lucían solo motivadas por la curiosidad y el morbo de ver a Piero y su "novia" en persona, pero otras lucían total y absolutamente molestas, tanto que, si hubieran tenido la oportunidad habrían llegado a la Hacienda de Grana con bates de béisbol y machetes.

Anna comprendió para ese punto que no podían quedarse dentro de la hacienda, entre reporteros y fanáticas podría pasar algo realmente malo. Cogió a Piero del brazo y lo jaló hacia la parte de atrás, en donde estaban los establos. Los periodistas los siguieron pisándoles los talones, pero, al atravesar la cocina, Anna logró cerrar la puerta dándoles apenas unos segundos de ventaja.

No podemos seguir a pie - dijo Piero - nos alcanzaran de inmediato.

Anna sabía que él tenía razón. Y aún en contra de sí misma lo llevo hacia los establos. Con el corazón latiendo a más de mil por hora, miró al majestuoso animal que yacía ahí. El que su padre por sugerencia de María le había obsequiado.

- ¿Estás segura? - preguntó Piero al ver la intención de Anna

- Completamente - contestó ella armándose de más valor del que había tenido toda su vida.

No les daba tiempo de ensillar al caballo; Piero la ayudó a subirse al del animal, y acto seguido se montó también él en el lomo. Podía sentir el cuerpo de ella temblando por el miedo y la aversión que sabía que le tenía a tan hermosos animales. Le pidió que se sujetara de la cresta y comenzaron a cabalgar. El animal, hermoso y manso como era, galopó a una velocidad tal que tomaron suficiente ventaja de los reporteros y las chicas que gritaban por ver a Piero huir.

Poco a poco Anna se fue tranquilizando, la tensión y el temblor de su cuerpo comenzaron a disminuir notablemente, y por primera vez en muchos años disfrutó del viento en su cara y de esa sensación que le producía montar, aún y cuando el animal no estaba ensillado. Pronto supo cómo dirigir al animal hacia donde ella quería. No pudo evitar imaginarse así misma como en una película de aventuras en donde los amantes huían del resto del mundo a todo galope. Tomó un atajo y dirigió al animal más allá de la zona arqueológica, había perdido por completo a algunos reporteros que habían intentado seguirlos en motocicleta. Al llegar a un sitio que parecía tranquilo se bajaron del caballo. Necesitaban saber cuál era la magnitud situación, hasta qué punto sabían los reporteros y lo más importante, desde cuando había estado el hombre en el árbol, espiándolos. Para desgracia de ambos ninguno de los dos llevaba consigo el celular, ambos teléfonos había quedado en la habitación (uno sin pila y el otro en silencio) y por ello no se habían dado cuenta de que Gianluca e Ignazio, así como Andrea y Karina habían intentado comunicarse con ellos desde varias horas antes.

Estaban preocupados, sí, pero a pesar de la situación, viendo desde un punto de vista más calmado, no parecía tan mala. De hecho, nada les parecía tan malo ya, ni tan irremediable.
Se querían tanto, que incluso estaban dispuestos a hacer los sacrificios más impensables, claro, ninguno lo admitía abiertamente al otro, pero en el fondo sabían que así sería.

El siguiente pueblo quedaba a 30 minutos en coche, y era más que obvio que no podrían tomar la carretera porque muy probablemente habría gente, de la prensa o fanáticas, esperando. Por fortuna Anna, conocía bien varios caminos alternos, antes de la muerte de su madre, ella y su padre solían pasear por los alrededores y de vez en cuando iban al pueblo por rutas poco conocidas. No recordaba a la perfección los tramos, pero confiaba en que su memoria no la traicionaría y en que el paso del tiempo no hubiera modificado demasiado aquellos senderos.
Así se lo hizo saber a Piero, y éste estuvo de acuerdo, después de todo no tenían muchas opciones.

Cogieron al animal, que ya había descansado y se dispusieron a seguir el camino antes planeado.

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