Max: Pequeña te lo voy a hacer pagar

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Cuando desperté en la mañana, me encontraba solo. En ese mismo instante, la eché de menos y llevé mi mano a su lado de la cama. La hendidura de una cabeza en la almohada junto a la mía me hizo sonreír. Al menos, tenía una prueba que era real.

El dolor punzante en mi espalda mientras tomaba una ducha era otra prueba más.

—¿Qué demonios? —murmuré, volteándome e intentando sentir esa parte de mi espalda para saber qué pasaba conmigo. No fue hasta cuando salí de la ducha y me secaba que vi un destello de marcas de rasguños en mis omoplatos, y me di cuenta cuál era el dolor. Debió haber dejado su marca cuando la saboreé anoche. Me agarró bastante fuerte.

Mierda, eso me agrado. Sonriendo, silbé mientras volvía a mi habitación en nada más que una toalla. Comencé a hacer mi cama, sintiéndome como un tonto cuando me detuve y me incliné para oler su aroma en mis sábanas.

Cuando sentí su perfume único, suspiré e inhalé más profundo. Cielos, olía genial. Me encontraba a punto de volver a la cama y masturbarme pensando en ella cuando me frené.

¿Qué demonios hacía? ¿En serio estaba tan loco por esta chica sin conocer nada más cómo se sentía, olía, y sabía.... ah, y que tenía una anormal obsesión conmigo? Había perdido mi maldita cabeza. Infiernos, ya estaba loco por alguien; no necesitaba añadir a otra mujer a la lista.

Anoche, le permití saber con mucha facilidad y le di algo de charla de mierda que quería. ¿Por qué lo hice? No necesitábamos hablar. Entre nosotros era solo físico. Y eso era todo de lo que se trataba, me ordené con un poco más de firmeza. De hecho, la próxima vez que me enviara un mensaje, la ignoraría.

Debería encontrar otra chica que no tuviera ningún problema sobre que fuera todo físico, y mi vida volvería a la normalidad. No más estrés acechando, no más sueños perturbadores como el que tuve anoche sobre mi hermana, y no más de esta mierda de "sentimientos". No para mí.

Junté un puñado de sábanas, y saqué con fuerzas las mantas de mi cama con la intención de sacar su olor de ellas, pero luego me di cuenta que, en realidad, le haría caso sobre lavar mis sábanas.

Maldita sea.

Mierda. De todas formas necesitaba lavarlas. Seguí sacándolas del colchón, con un poco más de agresividad, enfadado que una mujer sin nombre ni rostro me hubiera hecho cambiar tanto de parecer en la semana. Se suponía que los chicos no cambiaban de parecer. Antes que me diera cuenta, me crecerían ovarios.

—Uff —resoplé—. No es probable.

Cuando una esquina de la sábana no se liberó del colchón después de jalarla, gruñí y tiré de ella con tanta fuerza que, cuando por fin se liberó, me tambaleé hacia atrás. Terminé aterrizando sobre mi trasero con la toalla que tenía envuelta en mi cintura soltándose y cayendo a mi lado.

Pero lo más doloroso fue el objeto duro como una roca que se enterró en mi  nalga derecha cuando aterricé.

—Ay. ¡Mierda!

Con el trasero desnudo, me levanté y volteé para notar un collar, una cadena de oro alrededor de una piedra ovalada y brillante.

Parpadeando, inhalé. —Oh, demonios. —Recordé cuando, anoche, le pregunté a la Visitante Nocturna sobre su collar; pasé mi pulgar sobre el brillante amuleto verde. El broche estaba roto, lo cual me indicó que se había caído accidentalmente de su dueña.

Esto era el único vínculo que tenía con ella. Quien quiera que sea la chica, las esmeraldas eran algo importante para ella. Provocó que mi pecho se hinchara por el éxito del descubrimiento, y luego irritación por incluso querer saberlo.

My secret love-- Max MeyerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora