Max Cenando con los Goretzka

410 40 11
                                    




Sabía que debería haber ido a casa a comprobar a Rubia y a Josh , pero aun así quería estar cerca de Celine, más ahora que parecía tan buen momento como cualquier otro para hablar con León  y pedirle su permiso para llevar a su hermana en una cita verdadera. Así que en lugar de ir a buscar mi camioneta, me colé por el lado de la casa hacia la parte delantera. Después de saltar al pórtico, tomé una respiración profunda y llamé a la puerta.

La mujer de Goretzka respondió menos de un minuto después. Parpadeó como si estuviera confundida de verme.

Sonreí tan encantadoramente como pude. —¿Puede León salir a jugar?

—Uh... —Sacudió la cabeza—. Sí, seguro. Está aquí. Entra. ¿Qué pasa? Te ves... —Miró mi ropa arrugada y medio desgarrada—. Desordenado.

Mierda, debí haberme arreglado un poco antes de tocar. Celine había sido un poco salvaje esta tarde.

Oh, bueno. Demasiado tarde para eso. Me encogí de hombros tristemente. —Ha sido una de esas noches.

—¿Max? —La curiosa voz de León vino de detrás de su esposa.

Me asomé alrededor de ella para sonreírle. —Oye, hombre. Josh y Rubia necesitaban el lugar para ellos por un rato, así que estoy temporalmente sin hogar. Aceptas perros callejeros aquí, ¿verdad? —Pasé alrededor de su esposa y respiré profundamente, levantando la nariz hacia el techo—. Maldición, lo que sea que se esté cocinando, huele genial. Me encantaría quedarme a cenar, gracias.

Goretzka apoyó un hombro contra el marco que daba a la sala de estar y levantó una ceja mientras cruzaba sus brazos sobre el pecho. Pero su esposa se rió de mis payasadas.

—No es nada lujoso —dijo—. Solo tacos. Y eres bienvenido a quedarte, Max. No hay problema.

Ignorando a su esposo, le di otra brillante sonrisa. —Gracias, señora Goretzka. Voy a poner la mesa.

Mi oferta hizo que su cara se iluminara, pero agitó una mano. —No tienes que hacerlo, pero gracias. Y puedes llamarme Alaya, ya sabes.

Mientras la seguía dentro de la cocina, me estremecí. —Sí, lo siento. No suelo llamar a las mujeres por su nombre. Es una especie de tic extraño que no puedo controlar. —Le di un encogimiento de hombros impotente.

—¿En serio? —Me envió una pequeña sonrisa astuta—. Nunca te he oído decirle a Celine algo más que su nombre.

—Hmm —murmuré mientras abría la puerta del armario y bajaba una pila de platos—. Si quieres, puedo escoger un apodo para ti.

Con sus ojos llenos de horror, negó con la cabeza. —¡No! Oh no. Quiero decir, en serio. No. Si es algo como el que le diste a Emily, simplemente paso.

—Oye, tengo que decir que Mantequilla  ama su apodo.

Alaya soltó una carcajada. —Sí, estoy segura.

—Espera. Tengo uno. —Hice una pausa con un plato en la mano para estudiarla por un momento y alargar el suspenso. Luego la señalé y dije—: Shakespeare.

Jadeó al instante. —¡Oh Dios mío, me encanta! —Una fracción de segundo después, pareció darse cuenta de que actuaba demasiado femenina, así que se sonrojó y se tapó la boca—. Quiero decir, gracias. Aceptaré ese.

Con un guiño, continué colocando los platos. —Lo tienes.

—León, Max acaba de darme el apodo de Shakespeare. ¿No te encanta?

Miré a mi alrededor para encontrarlo apoyado en la entrada de la cocina, sus ojos estrechados mientras me observaba sacar los vasos del armario.

—¿Desde cuándo se hicieron tan buenos amigos? —preguntó.

My secret love-- Max MeyerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora