Max: Pedir disculpas

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Ver los ojos de Celine llenarse de lágrimas justo antes de correr de la cocina y no ser capaz de ir tras ella tenía que ser una de las cosas más difíciles que había hecho, o no hecho, en este caso. O tal vez contenerme de golpear los dientes de León y hacerlos bajar por su garganta era lo más difícil.

No podía decidir. Pero te diré una cosa; quedarme ahí de pie como un idiota y no hacer nada me masacraba.

Temblaba —literalmente vibraba— con la necesidad de reaccionar, al tiempo que León levantaba su mano y giraba en un círculo, mirándonos por respuestas. —¿Podría alguien darme una pista de qué acaba de pasar?

Le di la espalda y agarré el borde del mostrador, apretando muy fuerte para evitar asfixiarlo y decirle cuánto acababa de lastimar a Celine.

—No sé nada sobre la cosa del equipo para hacer bebés —insistió Bruno, levantando sus manos con inocencia.

—¿Max? —dijo Goretzka, con voz dura.

Aún enfrentando los gabinetes, apreté los dientes. —Solo sé lo que la escuché decirle a tu esposa.

León suspiró. —¿Alaya?

Su voz sonó irritada cuando respondió. —Como ella te dijo, acababa de volver del médico.

Miré hacia él a tiempo para ver palidecer su cara. Incluso sus malditos labios perdieron el color. —¿Y?

—Y... hubo... daños. —Su mirada se desvió hacia los dos Goretzka más jóvenes. Pero León no parecía preocuparse por ellos. Extendió su mano, pidiendo escuchar todo—. El procedimiento que tuvo el año pasado —empezó con mucho tacto—. Supongo que no sanó bien de eso.

Su esposo tomó aire y luego bajó la cara. —Joder —susurró. Cubriendo su rostro con ambas manos, gimió—: Ahora me siento como una mierda.

—Bueno, deberías —espeté antes de poder detenerme—, porque lo eres.

Dejando caer sus manos, se giró para ver en mi dirección. —¿Disculpa?

—Sabías como la afectaba todo esto. Mencionaste lo preocupado que te sentías por ella cada maldito día. Tienes que ser un completo idiota para no darte cuenta de cuán sensible es sobre todo el tema. Y sin embargo, jugaste con eso esta noche como si fuera una especie de... broma.

—Genial. —León sacudió la cabeza y levantó la mirada al techo—. Estoy consiguiendo un sermón sobre mi comportamiento del Señor Rey de la Insensibilidad en persona.

Resoplé. —Supongo que eso debería decirte cuanto te equivocaste, maldita sea.

Él asintió. —Tienes razón. Tienes toda la razón. —Con una mirada hacia su esposa y sus dos hermanos, anunció—: Voy a ir a buscarla. Tengo que disculparme.

Mientras dejaba la habitación, me froté la cara con las manos y me desplomé contra la barra.

—Bueno, me alegro de que se lo dijeras para que así yo no tuviera que hacerlo —murmuró Alaya.

Dejando caer mis brazos a los lados, forcé una sonrisa. —Feliz de estar a tu servicio.

Me mandó un gracioso asentimiento. —Y a cambio, estoy feliz de mirar por encima tu currículum.

Una hora después, mi mente no se enfocaba. Oh, ¿a quién demonios engañaba? Se me había hecho imposible concentrarme desde el momento en que me senté con la mujer de León en el comedor. En general, se veía impresionada con mi formato, pero definitivamente usó su bolígrafo verde.

—Creo que si utilizas las sugerencias que hice, tendrás resultados sorprendentes.

Cuando me miró, asentí. —Sí, gracias.

My secret love-- Max MeyerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora