Celine: Una semana con él

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No sé cuánto tiempo pasó. Creo que entré y salí del sueño durante un tiempo mientras yacía inerte y saciada en su contra. El sudor de nuestros cuerpos aún se secaba mientras nos aferrábamos juntos, pero yo sabía que estaba despierto porque sus dedos se mantenían acariciando arriba y abajo de mi espalda.

—Debería irme antes de dormirme —murmuré, demasiado somnolienta e inerte para moverme. Él no contestó, no trataría de conseguir que me quede, así que suspiré decepcionada y me senté.

Pero cuando intenté arrastrarme fuera del colchón, agarró mi muñeca. Lo miré; mi corazón golpeando con fuerza en mi pecho.

En vez de pedirme que me quedara, dijo—: No tienes coche.

Parpadeé. —¿Eh? —Sabía que no tenía un coche.

Se puso en posición vertical, con el rostro quemado por la ira. —¿Estás jodidamente loca? ¿Cómo demonios has estado viniendo hasta aquí y volviendo a casa todas las noches? No me digas que has estado caminando, porque ¿son qué, veinte cuadras, entre tu casa y la mía?

Me aclaré la garganta discretamente. —Está bien —le dije—. No te voy a decir eso, entonces.

Cerró los ojos y gruñó. —Cel. ¿Qué carajo?

—La primera noche, le pedí el coche a Alaya. Y, además, son solo dieciocho cuadras, no veinte.

—Oh. Bueno, gracias a Dios —murmuró, sin sonar aliviado—. Porque esas dos cuadras menos lo hacen parecer mucho más seguro. No puedo creer la locura que haces. Nunca, nunca más te pongas en esa clase de peligro de nuevo solo para verme.

—¿Perdón? —Mi espalda se enderezó con superioridad moral ante su tono exigente—. No me digas lo que debo hacer. Yo puedo cuidar de mí misma.

—Puse las manos en mis caderas y lo miré al tiempo que saltaba de la cama y comenzó con saña a levantar la ropa del suelo y sacudirla.

—Tomé una hora de entrenamiento de defensa personal el último semestre, además que siempre estoy armada con un spray, un silbato, y León me compró un rastreador.

Completamente vestido, se colocó una gorra en la cabeza y agarró su cartera y teléfono celular de su tocador. —Bueno, eso me hace sentir un medio por ciento mejor. —Frunció el ceño cuando yo todavía estaba sentada en nada más que sus sábanas. Luego dio una palmada—. Vamos ya.

Negué. —¿Adónde vamos exactamente?

Inclinó la barbilla hacia abajo, hacia su pecho, pero mantuvo el contacto visual mientras me lanzó una mirada seca. —Te estoy llevando a casa.

De inmediato, comencé a sacudir la cabeza. —Pero no puedes hacer eso.

¿Qué pasa si León ve tu camioneta detenida en nuestro camino y a mi salir de él, y te mata?

Dio un paso más cerca. —¿Y si algún imbécil te ve en tu excursión de dieciocho cuadras y te viola y te mata? —Con un bufido, agregó—: Yo prefiero hacerle frente a tu hermano.

Ahh, él se preocupaba tanto por mí que estaba dispuesto a enfrentar a León para mantenerme a salvo. Eso fue increíblemente dulce. Iba a decirle lo considerado que era cuando dijo—: Además, tendremos que pedirle prestado el coche a Rubia. Ella deja la llave colgada junto a la puerta principal. Si a él se le ocurre mirar por la ventana cuando llegues a casa, pensará que ella te está dejando. Problema resuelto.

Mis labios se abrieron cuando un poco de decepción me llenó. —Oh —le dije—. Buena idea. ¿Seguro que no le importará? Resopló. —¿A Rubia? Claro que no. Ella me ama.

***
Diez minutos más tarde, nos acercábamos a mi casa, a solo dos cuadras de distancia cuando me moví incómoda en mi asiento.Además se hallaba el hecho de que nada entre nosotros se resolvió ni remotamente.

—Puedes dejarme aquí —dije en voz baja.

Max me lanzó una mirada dura. —No creo. Le robamos el coche a Rubia así que puedo verte ir derecho a tu puerta.

—Sí. —Me encogí de hombros—. Pero si te detienes aquí, puedo darte una buena despedida, y León  no tendría que preguntarse por qué las ventanas de Zoey se empañaron antes de que yo saliera.

Pisando el freno, Max desvió el coche hacia la acera y se detuvo. Pero no se estiró hacia mí. Ni siquiera me miró. Envolvió sus manos alrededor del volante y miró por la ventana del frente. Su mandíbula parecía dura en el reflejo de las luces del tablero de instrumentos, y su expresión era tensa.

Empujé mi pelo detrás de la oreja y me pasé la lengua por los labios secos cuando me di cuenta de lo que esto significaba. —Nunca me vas a tocar de nuevo, ¿verdad?

Él dejó escapar un suspiro y susurró—: No lo sé. —Entonces gruñó y soltó el volante para agarrarse la cabeza—. No lo sé. No lo sé. No lo sé.

Me abracé a mí misma, sintiéndome una mierda al hacerlo pasar por esto. —Lo siento —le susurré.

Él me miró pero no dijo nada.

Negué, derrotada. —Sé en qué tipo de posición te pongo. Con León.

Contigo mismo. Y... Lo siento mucho por hacerte pasar por esto. Lo siento, por engañarte. Lo siento... simplemente lo siento por todo. Pero sobre todo lo siento pero yo no... no me arrepiento de ello. —Hice una mueca—. Sé que es horrible y egoísta de mi parte, pero no me arrepiento. Me encantó. Amé cada momento, y solo... fue el mejor momento de mi vida. Así que gracias.

—Ven aquí —murmuró en voz baja, extendiendo su mano en mi dirección.

Me acerqué a él y me llevó a su regazo. Una mano se fue a mi nuca, enredándose en mi pelo, mientras que la otra se apoyó en el lado de mi cara. Él me miró a los ojos un momento, la tentación en su rostro tan aguda que me llenó de necesidad por calmarlo. Entonces me acercó hasta que mi mejilla estaba contra su corazón y sus brazos a mi alrededor.

—Sabes que no estoy enojado, ¿verdad? —dijo en voz baja—. Cuando enloquecí antes, ni siquiera fue tan así. Yo estaba... no sé, teniendo un momento de locura porque la realidad de todo esto me abrumó, supongo. Sin embargo no debería haber dirigido eso a ti.

Bufé y limpié mi cara, aún sintiéndome una mierda por ponerlo en una situación de este tipo. Apartándome de su cálido pecho, lo miré a los ojos y susurré—: Me voy a ir.

Sin embargo, dijo—: No —y me besó. Sus manos mantenían cautiva mi cara mientras torturaba mi boca, acariciando suavemente con su lengua entre mis labios y reclamando un pedazo de mi alma.

Agarré la parte delantera de su camisa y lo acerqué más, deslizándome en su regazo hasta que me mecía y frotaba mi calor contra su dureza. Él se arqueó y gimió en mi boca. Pensé que me iba a tomar allí mismo, en el asiento del coche de Zoey, a dos cuadras de la casa de mi hermano, pero rompió el beso, palpitando y jadeando.

Presionó su frente con la mía. —Una semana.

Parpadeé, confundida. —Una semana, ¿qué?

—De esto. Tú, yo, nosotros. Nos damos una semana para explorar... lo que queramos y luego, por respeto a... tu hermano, eso es todo. El final. Nunca hablamos de nuevo. ¿Bien?

Él ni siquiera quería darme una semana. Lo pude ver en el tormento que se arremolinaba en su mirada y la tensión de su mandíbula, podría oírlo en sus duras palabras susurradas. Traicionar a León lo mataba de verdad. Pero estaba tan tentado como yo.

Asentí de inmediato, al darme cuenta que recibía más de él de lo que debería. —Lo acepto —le dije. Me sentía tan eufórica como triste, sabiendo que tenía siete días más con él.

My secret love-- Max MeyerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora