Celine Nuestro secreto

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El miedo invadió mi estómago como un gas nocivo, dándome un caso doloroso de indigestión. Incluso era difícil funcionar. Me sentía muy asustada.

La semana pasada, sufrí. Cada vez que pensé en Maximilian, lo imaginé con una chica nueva en alguna horrible enroscada posición y la agonía me sacudió hasta hacerme sentir mareada. Así que me alejé para protegerme, para sanar y superar mi propia fiesta de compasión.

Había pasado mucho tiempo con Zoey, ayudándola a lidiar con sus temores de embarazo y así empecé a calmarme. Entonces comencé a extrañarlo.

Pero también me sentí insegura porque no sabía cómo acercarme a él, para disculparme por salir corriendo y hacer exactamente lo que le prometí que no haría.

Verlo hoy en el patio de mi hermano fue una bendición tanto como fue aterrador. Pasó demasiado tiempo desde que lo había visto, le había hablado, besado. Quería correr y derribarlo, arrastrarlo a mi dormitorio y hacer cosas perversas con él. Pero, al instante, los nervios anudaron mi estómago porque ni siquiera sabía cómo se suponía que debía enfrentarlo después de que lo dejé la semana pasada. Me sentía tan avergonzada de mí misma por dejar que mis tiernos pequeños sentimientos me superaran.

Ignorarlo había parecido la única opción hasta que él forzó mi mano, hasta que me hizo mirarlo a los ojos y enfrentar la verdad. También me extrañó.

Le hizo daño estar sin mí.

A partir de ahí, todo se salió de control. No fui capaz de hacerle pensar que no me importaba. León no fue capaz de mantenerse alejado y trató de mantenernos separados. Y Maximilian no fue capaz de dar un paso atrás y tranquilizarse; le había gritado de vuelta a mi hermano, haciendo que todo explote.

Cuando fue tras León y luego no volvió al patio trasero al mismo tiempo que mi hermano, sabía que habían discutido más.

—Goretzka —comenzó Loris.

Pero León levantó una mano. —¿Por qué no salen de mi patio, traidores? La fiesta se acabó.

—¿También nosotros?— le preguntó Phillip a Alaya.

—No. —León los señaló—. Ustedes... adentro.

Cuando acompañó a Bruno y a Phillip, Alaya se encontraba pálida.

Agarré el brazo de mi hermano. —León.

Ni siquiera me miró. Puso sus palmas en mi cara. —No quiero hablar de ello.

—Bueno, muy mal. —Lo sujeté con más fuerza—. No va a desaparecer solo porque quieras.

Me miró, con su mandíbula rígida y los ojos brillantes. —Celine.

Pero no hice caso a su advertencia. —Hice esto —dije—. Lo empecé. Lo busqué varias veces antes de recurrir al engaño y colarme en su habitación.

Haciendo una mueca, volteó la cara. —No quiero escuchar esto.

—Qué pena —gruñí, dándole a su brazo un tirón—. Vamos a hablarlo.

Yo lo perseguí a él y no paré hasta agotar su resistencia y al final cedió porque lo amo.

—¿Amor? —se burló León y sacudió la cabeza—. No tienes ni idea, pequeña. He visto lo que pensaste que es el amor y esto ni siquiera se acerca.

Inspiré una dolorosa bocanada de aire por esa estacada y cerré los ojos un instante, pero luego lo miré; más determinada que nunca. —Sé que, hace un año, perdiste por completo la fe en mí. Sé que pensaste que me convertí en algo que no podía confiársele mi propio corazón, pero lo creas o no, aprendí de mi experiencia. Y Maximilian no se parece en nada a él.

My secret love-- Max MeyerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora