Celine: Si o no asi de simple

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Avergonzada, me mordí el labio y volví mi atención a Maximilian quien me mataba con sus acusaciones perfectamente lógicas.

Pero, ¿cómo pude haberle hecho esto a él? Lo puse en la peor situación.

Amaba y respetaba a León; nunca querría traicionar a mi hermano así. Pero ignoré todo eso por mis propias necesidades egoístas. No podía creer lo perra que era.

Me mordí el labio, luché contra las lágrimas y traté de pensar en una disculpa lo bastante buena cuando me di cuenta de la etiqueta del plátano que puso en mi mano antes.

Parpadeé, mirando fijamente. Sabía que era yo cuando la puso allí, ¿cierto? Sabía que era yo cuando llamó a la Visitante Nocturna y organizó la cita de esta noche. Sabía quién era yo cuando entré en su habitación esta noche, y me agarró de la cintura por detrás y me llevó a la cama donde me tiró en el colchón. Lo supo todo el tiempo que arrancó mi ropa y puso su boca y manos sobre mí.

Ese desgraciado lo supo, y ¿ahora me echaba la culpa a mí?

Apreté los dientes. —Si estás tan enojado conmigo por engañarte, ¿por qué esperar hasta que te encontrabas dentro de mí para decirme que lo sabías?

La pregunta lo desconcertó. Sus manos se apartaron de su cabeza al tiempo que parpadeaba hacia mí. —¿Porque soy un chico? —Lo expresó más como una pregunta que una respuesta.

Solté un bufido. —Pura mierda. Pura maldita mierda. Tú me querías tanto como yo te he querido, y también por el mismo tiempo que te he querido, te lo apuesto.

Gruñendo mientras se sentaba, frunció el ceño. —Bueno, es obvio que yo tengo más control de los impulsos que tú, porque no pensaba actuar sobre esos impulsos. Goretzka es uno de los mejores amigos que he tenido. Y lo único que me pidió es que no esté contigo. Planeaba respetar sus deseos, maldita sea. No quiero traicionar a mi mejor amigo.

Perdí mi agarre en la sábana que sostenía hasta cubrir mi pecho cuando puse las manos en mis caderas. —Oh, ni siquiera pretendas actuar todo santo conmigo. Aceptaré la culpa por las dos primeras noches, pero por esta no. Y no, es obvio que no tienes control sobre los impulsos más que yo, porque dormiste conmigo de nuevo después de descubrir quién era yo.

Cuando me di cuenta que su atención había caído a mi pecho desnudo, levanté la sábana de nuevo. Él la agarró también, y utilizó la tela entre nosotros para acercarme hasta que quedamos a unos centímetros de distancia. Sus ojos brillaron con ira y calor, y apretó los dientes con indignación, justo antes de decir—: Solo porque dos noches contigo no son jodidamente suficientes.

Entonces su boca atacó la mía. La abrí para él y le devolví el beso, duro y caliente. Amasando mis pechos, su agarre ligeramente áspero, me recordaba a la vez que había jalado de mi cabello. Me gustaba cuando no era tan suave.

Cuando era consumido por una pasión voraz.

Empecé a enrollar mis piernas alrededor de su cintura cuando saltó hacia atrás, maldiciendo y limpiándose la boca con el dorso de la mano.

—Maldita sea —murmuró. Tenía el rostro enrojecido y los ojos vidriosos y desorbitados—. Maldita sea, no podemos volver a hacer esto.

La bofetada metafórica de agua fría no se sentía bien. —Oh, Dios mío, ¿quieres dejar de ir de caliente a frío y aclarar tu maldita mente? ¿Me quieres o no?

Sus ojos se ensancharon mientras miraba a mi cara. —Sabes que sí. Ese es el problema. Te quiero, pero no puedo tenerte.

Puse las manos en mis caderas. —Bueno, ya me has tenido. En repetidas ocasiones. Y me has tenido cuando sabías quién era yo. Ya hemos establecido cómo puedes tenerme. La pregunta es... ¿vas a mantenerme?

Su nuez de Adán se balanceó nerviosamente mientras tragaba. Sus ojos lucieron atormentados y tentados cuando miró mi cuerpo. Luego cerró los ojos y gruñó—: No.

Mis ojos se llenaron de lágrimas. Tragué saliva, tratando de secarlos antes de que él abriera sus pestañas, pero sus ojos se abrieron como si pudiera oír mi agonía.

El arrepentimiento nubló de inmediato su rostro. —Celine. —Empezó a alcanzarme, pero levanté una mano.

—No. Para. He terminado. Estoy fuera. Tú y tu estúpido pene manchado pueden irse al infierno.

Se quedó paralizado. —¿Mi qué manchado? Mierda. —Miró alrededor de la habitación antes de sisear—: Voy a matarla.

Cuando su rostro palideció, fruncí el ceño. —¿Qué?

Ni siquiera oyó mi pregunta mientras se despotricaba a sí mismo. —No puedo creer que Rubia te haya hablado de eso. —Su mirada se fijó en la mía, de repente intensa y desesperada—. Y no está manchado, hay un montón de puntos.

Es una maldita marca de nacimiento. Eso es todo.

Negué con la cabeza. —¿De qué diablos estás hablando? —Espera. —Sus ojos se dilataron por la sorpresa—. Quieres decir... ah, mierda. Ella no te dijo, ¿verdad?

My secret love-- Max MeyerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora