Capítulo 4

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Los siguientes meses fueron los más duros de pasar, seguía con los terribles entrenamientos, mucho más lenta y dolorida que nunca, pero al mismo tiempo estaba intentando salvar los huevos de otros nidos de águilas por lo que nuevas heridas aparecieron en mi cuerpo. Las águilas me llamaban, Caius venía a buscarme y me llevaba a las montañas donde recogía los huevos de los nidos y los llevaba a la montaña donde había llevado los huevos la primera vez, allí las águilas tenían la oportunidad de salvar a su prole todas juntas defendiendo la montaña del ataque de las lagartijas. Pero el problema es que los nidos estaban diseminados por la cadena de montañas y yo era la encargada de transportar los huevos y mantenerlos a salvo. A menudo nos encontrábamos con lagartijas que querían los huevos, cada vez se me hacía más fácil luchar contra ellas, había aprendido cómo se movían y como ellas yo también aprendí a economizar mis movimientos y golpeaba con fuerza para noquearlas. Realmente era un buen entrenamiento, el problema es que solía ser un entrenamiento a vida o muerte. Las águilas llevaban tiras de cuero atadas a las patas y me era sencillo tirarme al vacío y agarrar una de las tiras mientras que las águilas me transportaban, eso hacía que pudiese atacar a las lagartijas por la espalda y que aunque yo no volase tuviese alguna posibilidad de éxito. Y tanto! No habían conseguido cogerme, de vez en cuando me hacían algún tajo pero nada que con mi ya dilatada experiencia en mis heridas no pudiese curarme yo sola.

El trabajo físico extra había fortalecido muchísimo mi cuerpo, estaba más delgada que nunca y mucho más fibrosa, pero no se me notaba por los enormes vendajes que solía llevar y todos seguían llamándome gorda cuando me daba la vuelta, me daba lo mismo, salvar los huevos de águila era lo más importante, me sentía bien. En la biblioteca por fin encontré un libro sobre las águilas y la casa Morlan, describían unas tiras de cuero largas del mismo tamaño que mi propio cuerpo y que servía para meter un pie a modo de estribo, quedabas suspendida en el aire pero en vez de estar sujeta por la muñeca apoyabas el cuerpo en el estribo y te dejaba las manos libres para luchar. Con paciencia fui haciéndome unos cuantos y las águilas se acostumbraron a llevarlos permanentemente enrollados en su pata, por lo que solo tenían que tirar con sus picos para darme el apoyo cuando me transportaban. También hablaban sobre la historia en común de las águilas y mi casa, realmente en algún momento los Morlan habían sido grandes guerreros al servicio del rey y del reino, ¿qué habría pasado?, ¿y cuál era la maldición de la que había hablado Tilly?

Otros libros interesantes me sirvieron para preparar la primera prueba a la que tendría que someterme: el combate cuerpo a cuerpo. Había cientos de libros donde hablaban de las distintas estrategias para ganar el cuerpo a cuerpo. Lo principal era conocer a mi enemigo, esto era sencillo, yo sabía contra quién tendría que luchar por lo que empecé a asistir a los entrenamientos privados de las casas y escribir en una libreta los puntos fuertes y los débiles de mis oponentes. Los más fuertes eran sin duda Tarnan y Príus, aunque Tubo por su enorme cuerpo era bastante difícil de atacar. Tarnan era impresionante, había mejorado muchísimo desde que empezamos los entrenamientos, bien equilibrado, rápido y fuerte. Príus seguía siendo el mismo imbécil de siempre, solo que su sed de sangre se había hecho todavía más grande, era mucho más cruel y bruto que antes. Nadie se fijaba en mí cuando iba a los entrenamientos, en las torres de las casas había una arena parecida al circo que usaban los antiguos romanos, solo que más pequeña que la de la escuela, allí, los preceptores y demás maeses ayudaban a sus pupilos a mejorar. En la arena de mi torre no había nadie como siempre, nadie me ayudaba a entrenar ni mucho menos se preocupaban por mí. En cierto sentido para mí era más cómodo, no tenía que dar explicaciones a nadie sobre dónde iba o venía, pero la soledad en esos momentos era dura y a menudo recordaba a mis padres y a mi familia, echaba de menos un abrazo o una muestra de cariño, ¡buf!, en algunas ocasiones llorar era lo único que me salvaba de volverme loca....

Trilogía Jinete de Dragón: Aprendiz de Jinete (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora