Capítulo 37

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Llevábamos volando parte del día, las salamandras no eran muy rápidas y unido a que volábamos bajo para que no nos divisasen, dificultaba la rapidez de nuestro vuelo. Los dragones nos darían una ventaja y nos seguirían, se apostarían cerca a la espera de mi señal para atacar. Sentía un terrible nudo en mi estómago que difícil de obviar, según nos acercábamos mi miedo iba creciendo. De vez en cuando Rafta me miraba, mi conexión con ellos hacían que se diesen cuenta de lo que me afectaba todo aquello. Por fin divisamos el poblado, como habían dicho era más grande y estaba situado al final de las Tierras Yermas, la vegetación allí comenzaba a crecer con timidez, las grandes montañas se convertían en mesetas y lomas pronunciadas pero todo tenía aquel aspecto apagado, mortecino... Ante nuestros ojos apareció el Monasterio, se me erizó el pelo de la nuca al pensar en los monjes que allí habitaban. Me pregunté si me pondría a gritar cuando viese uno. Rafta volvió a mirarme, creo que él tenía el mismo miedo, que me pusiese a gritar como una loca.

Aterrizamos, aquí el poblado no estaba cercado como en el que me habían encerrado a mí, tampoco hacía falta, la escoria humana no podía salir de aquel sitio si no era volando y cualquiera que lo intentase sería aniquilado. ¿Para qué gastar recursos en murallas inservibles?.

- ¡Agachaos! - susurró Rangus, luego nos señaló a dos varanos que pasaban muy cerca de donde nosotros habíamos aterrizado. Le pregunté por señas si nos habían visto y se encogió de hombros. ¡Genial! No hemos llegado y ya lo hemos estropeado. Nos quedamos en silencio para ver si daban la voz de alarma pero siguieron su camino. Todos respiramos aliviados.

- Es vuestro turno - nos dijo el Mayor. - Galgus y yo iremos al Monasterio.

- No dejéis que ningún monje os toque físicamente o sabrán que no estáis bajo su influjo - les repetí otra vez. Asintieron y se fueron a su destino.

Rafta y yo nos quedamos quietos y avanzamos con cuidado hacia el poblado. Tuvimos que sortear a muchos varanos pero conseguimos llegar cuando la noche había llegado.

- Mejor que no nos vean entrar, ven, tenemos que buscar dónde se reúnen - Asentí tras escuchar a Rafta.

Hacía frío pero no se veía ninguna fogata encendida, me arrebujé en la chaqueta vieja que llevaba puesta, me la había dado Brom de entre la ropa de su familia, remendada y carcomida por las polillas, pero al menos me quitaba el frío de la noche.

- Allí - le indiqué a Rafta - se oyen murmullos.

Nos dirigimos hacia donde se escuchaba el sonido de las palabras. Unos veinte hombres estaban reunidos en un círculo con varias mujeres y niños alrededor suyo. Los niños estaban bastante desnutridos, me sorprendió incluso las malas condiciones en las que estaban. Supuse que en este poblado las gachas que nos ponían a nosotros eran un auténtico manjar.

- Quédate cerca, escoria, en el círculo las mujeres no son bien recibidas. Quédate cerca de mí - volví a asentir nuevamente.

Nos acercamos por la zona iluminada, un par de hombres se levantaron cuando nos vieron.

- Fuera de aquí - dijo uno de ellos.

- Eh! Venga amigo, tranquilo - dijo Rafta. Permanecí detrás suyo asomándome por su hombro. - Venimos del monasterio. Estamos cansados, aquí mi amiga necesita descansar - volvió a decir señalándome, el grupo se fijó en mí.

- ¿Qué le ha pasado? - preguntaron, Rafta encogió los hombros.

- Ya sabes... - no dio más explicaciones, los demás asintieron entendiendo que habría sido cosa de los monjes.

Trilogía Jinete de Dragón: Aprendiz de Jinete (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora